CEMENTERIO
Esteban Calderón
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
El obispo José Sánchez explicaba, en
su artículo en Ecclesia Digital, que
«durante el mes de noviembre, la Iglesia nos invita a pensar en la vida en su
etapa definitiva más allá de la muerte», de una manera específica en el segundo
día del mes, en la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos. En realidad, la
tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del
cristianismo y con el paso de los siglos se fue concretando en esta festividad
o conmemoración.
En
nuestra cultura cristiana es costumbre la visita a los camposantos o
cementerios, como más usualmente se les denomina. Pero, ¿cuál es el origen y
significado de la palabra «cementerio»? Al castellano, cuyo primer testimonio
es un documento notarial de 1281, ha llegado a través del latín coemeterium, que es la traslación del griego koimētḗrion,
término que aparece por primera vez en el historiador Dosíades (s. IV/III a.C.)
con sentido profano. Después no lo volvemos a encontrar hasta los autores
cristianos: Juan Crisóstomo, Epifanio, Hipólito, etc., pero ya en contexto
funerario. El significado literal de koimētḗrion es «dormitorio». Así,
en el N.T. encontramos algunos pasajes en los que se alude a la muerte
como una «dormición». En Jn. 11, 13 aparece por primera y última vez en
el corpus neotestamentario el sustantivo koímēsis, que la Vulgata
traduce como dormitio. Se trata del episodio de la resurrección de
Lázaro: así es como entienden los discípulos las palabras de Jesús, cuando éste
les ha dicho un poco antes (Jn. 11, 11) que Lázaro «se ha dormido» (kekoímētai),
para referirse a su muerte. Este verbo, que pronuncia Jesús, lo encontramos
también en otros pasajes del N.T. para referirse a la muerte física: por
ejemplo, entre otros, en Mt. 27, 52, que habla de los santos que
«dormían», y que resucitaron y salieron de sus tumbas en el momento de la
expiración de Jesús en el Gólgota, o en Act. 7, 60, para referirse a la muerte
de Esteban, tras ser lapidado junto a la Puerta que lleva su nombre. Por eso,
san Juan Crisóstomo (Sobre el cementerio y sobre la cruz, PG
49, vol 49, p. 393)
afirma que hay que saber que el lugar en el que yacen los difuntos «se llama
dormitorio». Y con razón san
Braulio de Zaragoza (Carta 19,
PL 80, 665-666) proclama: «Cristo,
esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen
de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido». De hecho, en la Edad Media a los
niños se les enterraba acostados de lado, como si estuvieran durmiendo.
En consecuencia, la palabra «cementerio» fue asumida e introducida por el
cristianismo con el sentido de «dormitorio», ya que con anterioridad el
lugar donde se enterraba a los muertos recibía el nombre de «necrópolis» (de nekrós y pólis, esto es, «ciudad
de los muertos»). La esperanza cristiana en la resurrección cambió por completo
y de una manera bellísima el concepto de la necrópolis, ya que los cristianos confesamos
que los muertos están «durmiendo» a la espera de la resurrección. La Liturgia
de las Horas lo proclama así en el himno del oficio de los Fieles Difuntos:
«A Ti se acogen todos los que
duermen;
tu descanso habitan,
bajo tu piedra esperan».
Muchisimas gracias por la explicación.
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