jueves, 13 de noviembre de 2014

Noviembre: CEMENTERIO

CEMENTERIO

Esteban Calderón
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
           
            El obispo José Sánchez explicaba, en su artículo en Ecclesia Digital, que «durante el mes de noviembre, la Iglesia nos invita a pensar en la vida en su etapa definitiva más allá de la muerte», de una manera específica en el segundo día del mes, en la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos. En realidad, la tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo y con el paso de los siglos se fue concretando en esta festividad o conmemoración.
           
Prácticamente todas las culturas han tenido o tienen un momento especial de recuerdos a los difuntos o a la «hermana Muerte», como la llamaba san Francisco: las fiestas paganas de la Santa Muerte, en México, las ofrendas a la Madre Tierra, en los Andes, o el anglosajón Halloween, pasando por otras muchas, que de alguna manera intentan suavizar y hacer más benigno el desarraigo definitivo de la vida terrenal. Más cerca, en Galicia, noviembre es conocido como «mes de Santos», aunando esta festividad con la de Todos los Santos.
            En nuestra cultura cristiana es costumbre la visita a los camposantos o cementerios, como más usualmente se les denomina. Pero, ¿cuál es el origen y significado de la palabra «cementerio»? Al castellano, cuyo primer testimonio es un documento notarial de 1281, ha llegado a través del latín coemeterium, que es la traslación del griego koimētḗrion, término que aparece por primera vez en el historiador Dosíades (s. IV/III a.C.) con sentido profano. Después no lo volvemos a encontrar hasta los autores cristianos: Juan Crisóstomo, Epifanio, Hipólito, etc., pero ya en contexto funerario. El significado literal de koimētḗrion es «dormitorio». Así, en el N.T. encontramos algunos pasajes en los que se alude a la muerte como una «dormición». En Jn. 11, 13 aparece por primera y última vez en el corpus neotestamentario el sustantivo koímēsis, que la Vulgata traduce como dormitio. Se trata del episodio de la resurrección de Lázaro: así es como entienden los discípulos las palabras de Jesús, cuando éste les ha dicho un poco antes (Jn. 11, 11) que Lázaro «se ha dormido» (kekoímētai), para referirse a su muerte. Este verbo, que pronuncia Jesús, lo encontramos también en otros pasajes del N.T. para referirse a la muerte física: por ejemplo, entre otros, en Mt. 27, 52, que habla de los santos que «dormían», y que resucitaron y salieron de sus tumbas en el momento de la expiración de Jesús en el Gólgota, o en Act. 7, 60, para referirse a la muerte de Esteban, tras ser lapidado junto a la Puerta que lleva su nombre. Por eso, san Juan Crisóstomo (Sobre el cementerio y sobre la cruz, PG 49, vol 49, p. 393) afirma que hay que saber que el lugar en el que yacen los difuntos «se llama dormitorio». Y con razón san Braulio de Zaragoza (Carta 19, PL 80, 665-666) proclama: «Cristo, esperanza de todos los creyentes, llama durmientes, no muertos, a los que salen de este mundo, ya que dice: Lázaro, nuestro amigo, está dormido». De hecho, en la Edad Media a los niños se les enterraba acostados de lado, como si estuvieran durmiendo.
En consecuencia, la palabra «cementerio» fue asumida e introducida por el cristianismo con el sentido de «dormitorio», ya que con anterioridad el lugar donde se enterraba a los muertos recibía el nombre de «necrópolis» (de nekrós y pólis, esto es, «ciudad de los muertos»). La esperanza cristiana en la resurrección cambió por completo y de una manera bellísima el concepto de la necrópolis, ya que los cristianos confesamos que los muertos están «durmiendo» a la espera de la resurrección. La Liturgia de las Horas lo proclama así en el himno del oficio de los Fieles Difuntos:
«A Ti se acogen todos los que duermen;
tu descanso habitan,

bajo tu piedra esperan».


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