II DOMINGO DE NAVIDAD
«Y la Palabra se hizo carne»
Lectura del santo
Evangelio según San Juan 1,1-18.
En el principio ya existía
la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se
hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había
vida
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[…]
La Palabra era la luz
verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la
recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo
carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
3.- Acción. Por consiguiente, queda
descartada una de las exigencias de la cultura griega: abandonar el mundo para
irse a lo más alto del cielo, al lugar donde se encuentra la verdadera vida: la
gloria divina. El Señor se ha movido en
sentido contrario: ha dejado su gloria para tomar la vida humana. El Hijo
de Dios se ha puesto al alcance de los hombres. No debemos huir de la historia,
pues el Señor se ha encarnado en ella. Aquí reside la clave de la fe cristiana:
se apoya en una presencia de Dios en la historia de Jesús. Para salvarnos no
podemos desertar de nuestra vida, de nuestras circunstancias, no podemos
negarlas, sino asumirlas y mirarlas cara a cara. —La
Palabra no se encarna en un rey que se sienta en un trono por encima de la
mayoría de los humanos; ni detenta un poder que domine a los demás, ni siquiera
se exhibe con una sabiduría que cautive a los entendidos; ni tampoco es un
supermán que no pueda igualarse a las
esperanzas y cruces de la mayoría de la gente. La Palabra se hace un hombre,
que adopta una existencia de humildad y sencillez desde el nacimiento hasta la
cruz, y mantiene una obediencia extrema a la voluntad divina para cumplir el
plan de salvación que el Señor había previsto para su creación, creación infectada
por el pecado humano y desviada del objetivo de felicidad plena dado desde su
origen. Por eso, Jesús vive casi toda la
vida sin que nadie se entere de que es el Hijo de Dios en la historia humana.
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