lunes, 26 de enero de 2015

                                      Francisco de Asís y su mensaje


                                                            XIII

El hombre imagen de Dios y de Cristo

                                               b. La historia pervertida

           
La doctrina y experiencia de la creación y del ser humano que tiene Francisco nace del contenido de la fe cristiana y de la fidelidad a la revelación que Jesús hace de Dios, y de la experiencia negativa que sufre como persona y como ciudadano de Asís. Porque Francisco ni es un iluso, ni un iluminado, ni un ingenuo sobre quién es el hombre y las instituciones que amparan y fomentan la maldad que origina las guerras y las divisiones humanas. Él lo vive en las relaciones que establece el comercio de telas de su padre, en el prestigio social que da el poder militar y en el dinero que sustenta el comercio y la milicia (cf. Test 2; 1Cel 1-15). Y, sobre todo, se enfrenta a lo que provocan las instituciones de poder en la sociedad: las condiciones de miseria que viven tantas gentes situadas al amparo de las murallas de las ciudades, o vagando por los caminos, por culpa de las estructuras económicas, o las calamidades y penurias producidas por las pestes y las malas cosechas; las instituciones religiosas que no responden a los valores evangélicos para restituir la dignidad a los pecadores, o a los indigentes que se acurrucan a las puertas de los monasterios; en fin, el sufrimiento físico causado por las enfermedades, a lo que se añade la marginación social que entrañan algunas de ellas, como los leprosos, símbolo, a la vez, del pecado (cf. Lm 1,8).

                                                           1º El dinero

           
Francisco no pone en cuestión las macroestructuras en las cuales se sustenta la sociedad. Dios ha creado un mundo perfecto y como tal lo vive; por eso es intangible en su forma religiosa, social y natural. Su visión de la naturaleza, de la historia y del hombre así lo avala. El mal nace de las personas, que han dañado parte de la creación, aunque no toda, por su pecado. Y el mal nace, siguiendo la tradición bíblica, por la acción del diablo, símbolo del mal. Hay, pues, que extirpar el pecado personal para devolverle a la creación y al hombre su belleza original, y hay que luchar contra el poder diabólico que domina a los hombres y los separa de Dios. Si esto es así, como trataremos después, también lo es el hecho de que Francisco es consciente de las instituciones intermedias corrompidas que provienen de una historia cultural errada. Y aquí interviene en la misma medida que persigue el mal individual. Y lo hace desactivando su causa. Y la causa la sitúa a nivel social en el poder, poder que se sustenta en la posesión de bienes, o su símbolo, que es el dinero. Él lo sabe personalmente (cf. LM 1,1; TC 2,3). Por eso se lo devuelve a su padre, junto a los vestidos, para liberarse de la esclavitud que conlleva (cf. 1Cel 17; 2Cel 12; LM 2,3; TC 19-20; AP 8). La fraternidad que funda debe seguir a los discípulos de Jesús cuando les manda predicar el Reino con un bastón y sandalias (cf. Mc 6,7-9par), que es la perícopa que escucha en San Damián y que le impulsa al seguimiento de Jesús y a la predicación (cf. 1Cel 22). La reglamentación que hace del uso del dinero es severa. Para nada se use dinero, excepto para atender a los enfermos (cf. RegNB 8,1-14), y más tarde también prohíbe esto, ya que los recursos necesarios para socorrerlos lo deben aportar los bienhechores (cf. RegB 4,2-4). Y la persona que ingrese a la Fraternidad debe distribuir sus bienes entre los pobres (cf. RegNB 2,4; RegB 2,7-8; 2Cel 15).

           
Dejando al margen las secuelas negativas que trae una prohibición tan tajante, sobre todo el no tocarlo (cf. 2Cel 65-68), aparece en el lenguaje de Francisco su equiparación al diablo, el gran oponente del Evangelio, porque supone la desconfianza en la providencia divina, y porque es la raíz de la destrucción personal y colectiva. La avaricia, (cf. 1Reg 8,1; Lc 12,15; 21,34), la riqueza que proviene de la pobreza de muchos (cf. RegNB 8,12; 1Cel 9) y la violencia que engendra la posesión de los bienes dando lugar al odio y a la muerte, son lo que lleva a Francisco a abrazar la pobreza como la clave de liberación del mayor enemigo del hombre (cf. 2Cel 55 72). Y adopta el vaciamiento de las cosas para desactivar la potencia destructora de dos instituciones importantes en su vida, como son el comercio, en el que colabora con su padre, y la guerra en la que participa (cf. 2Cel 4; 1Cel 1-7; LM 1,1-4.7), en las que evita (Arezzo, 2Cel 108; LP 108; Siena, Flor 11; Gubbio, Flor 21; Perusa, 2Cel 37) y en la que fracasa en su intento de pararla (Damieta, 2Cel 30; LM 11,3).

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