domingo, 8 de febrero de 2015

Francisco de Asís y su mensaje- XIV


                                                      Francisco de Asís y su mensaje
                                                                XIV


           El hombre imagen de Dios y de Cristo

           
La Iglesia. Cuando Francisco está orando en la iglesia de San Damián recibe un mensaje de Cristo mandándole reparar su casa (cf. 2Cel 10). Este pasaje se une al sueño del papa Inocencio III: «Había visto que la basílica de Letrán estaba a punto de arruinarse y que un religioso pequeño y depreciable, arrimando la espalda, la sostenía para que no cayera. “Ciertamente —dijo— es éste quien con obras y enseñanzas sostendrá la Iglesia de Cristo» (2Cel 17; cf. TC 47). La reforma de la Iglesia no la encara Francisco saliéndose de su obediencia, ya que es evidente la estima y veneración por su jerarquía, su doctrina y sus sacramentos. La fe en la Iglesia resulta de su fe en el Señor que la funda como ámbito de su presencia y salvación. Francisco, entonces, se aleja de los movimientos reformadores de su tiempo que defienden una Iglesia ideal según narra Lucas en los Hechos sobre la primitiva comunidad cristiana (cf. 2,24). Para Francisco vivir «según la forma de la santa Iglesia Romana» es «vivir según la forma del santo Evangelio» (cf. RegNB Prólogo 1-3; 1,1-5; RegB 1,1-3; Test 6-13). Esto significa comprender a Jesús como modelo y ejemplar a seguir según se manifiesta en los Evangelios. Y la experiencia de seguimiento a Jesús sólo se pueda dar dentro de la Iglesia Romana, a quien profundamente ama (cf. RegB 1,2; 3,1; 12,3; 2CtaClé 13). Y hay razón para ello, porque Francisco la comprende también como un espacio de libertad y de paz (cf. 1Cel 8-15).
           
           
El fundamento de su reforma está en el radicalismo evangélico que inicia cuando escucha en la Porciúncula la frase con la que Jesús envía a sus discípulos a predicar el Reino (cf. 1Cel 22). Este seguimiento de Jesús, revelado por Dios y aprobado por el Papa (cf. Test 16-18), es una opción tan personal que no se ve mediada directamente por teólogos eminentes, ni responsables eclesiásticos, ni por la vida religiosa en los monasterios, ni por las opciones evangélicas que toman muchos carismáticos que pululan por doquier en su tiempo, si bien estos movimientos crean una atmósfera que denuncia una situación religiosa muy alejada de los valores cristianos. Y Francisco encuentra estos valores en la lectura del NT, sobre todo transmitida en la liturgia, con una actitud creyente y su verificación en la práctica, que, en definitiva, va a ser la que reforme el cristianismo y la institución eclesiástica de entonces.


            La práctica de valores hace que el discurso, siguiendo a Jesús, sea corto (cf. RegB 9,4-6), y con la armonía que dimana de las biografías creyentes escritas por los evangelistas sobre Jesús, establece la relación con Jesús de persona a persona, de creyente a creyente (cf. LM 14,3-4), sin mediar esquemas teológicos previos y prácticas eclesiales, aunque lo haga siempre en el seno de la Iglesia, su humus, su madre (cf. TC 46). Jesús es quien lo llama a seguirle (cf. 1 Cel 17; TC 3-6); es el fundamento de su vida (cf. 1Cel 18; LP 9), su modelo y prototipo (cf. 2Cel 26; LM 12,1), su guía en el camino de la existencia (cf. cf. 1Cel 89), su forma interior y exterior (cf. cf. 1Cel 22; LM 4,9); en fin, su amor (cf. 1Cel 115; LM 9,3). Y la perspectiva global con la que se relaciona con él, como hemos dicho, es seguirle «pobre y crucificado». Así denuncia las riquezas y el poder de la Iglesia, resitúa la veracidad de su discurso, reorienta su vida hacia el servicio (cf. Mc 10,45par) y su actividad hacia los marginados, que es la herencia que deja Jesús a sus seguidores, como anuncio (cf. Mc 16,15par; 1Cel 97) y como práctica (cf. Jn 13,34).

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