lunes, 9 de marzo de 2015

Libros: La crisis como lugar teológico

                                                      La crisis como lugar teológico

                                                              Manuel Lázaro Pulido
                                                              Facultad de Teología

                                                              Universidade Católica Portuguesa  
                                                              C.R. Porto. Portugal
                                                                                                

Por Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Universidad Pontificia Antonianum. Roma

Crisis es una palabra que de tanto pronunciarla ha sido desgastada. El manoseo sienta mal al sentido del lenguaje y con este y otros términos semejantes se ha producido ese manoseo que ha acabado por hacer ininteligible lo que se quiere decir. La virtud del lenguaje que debe estar cifrada en la vehiculación del sentido, se pierde cuando un término acaba diluido en la máxima equivocidad posible, fruto de la polisemia inoperante en la que concluye el proceso inflacionario del abuso lingüístico. Crisis, hoy, apenas identifica una situación de malestar general en la que es casi imposible identificar causas y consecuencias. Ya no identifica lo que su etimología propone, juicio, momento en el que hay que tomar una decisión, encrucijada vital. O bien, una situación de riesgo y de oportunidad. Crisis, sin más, viene a significar hoy, un dolor y sufrimiento sin causa. Por eso, textos como el que nos presenta Manuel Lázaro son tan necesarios, porque acotan significados y proponen vías de interpretación que restituyen el sentido al lenguaje, de modo que pueda volver a ser el instrumento útil para pensar la realidad y al hombre en ella.
               
La propuesta de Manuel Lázaro es muy osada, proponer la crisis como uno de los lugares teológicos, sería una especie de lugar teológico de tercera generación. Junto lo los loci tradicionales, o de primera generación: Sagrada Escritura, Santos Padres y Magisterio; y los lugares teológicos modernos, o de segunda generación: los pobres y la Creación; también estarían los lugares teológicos de tercera generación: la crisis, la globalización y la ecología. Pues bien, el texto se centra en la crisis como un lugar teológico y lo hace estableciendo la necesidad de hacer una “teología de la crisis”. No se trata de hacer una teología del genitivo más, sino, al contrario, poner la reflexión teológica en la perspectiva antropológica de crisis. El hombre es un ser en crisis constante, atenazado por la muerte y la experiencia del mal, pero con una fuerza que le empuja a la felicidad y a encontrar sentido. Esto implica que el ser humano nace, vive y subsiste en un estado constante de crisis, aún más el ser humano creyente, especialmente el creyente cristiano, que afirma la existencia de un Dios benevolente y se da de bruces con un mundo cargado de mal. Esta dicotomía lleva al creyente a vivir una crisis radical y la teología debe dar respuesta a esta situación.
              Desde comienzos del siglo XXI, la humanidad ha entrado en una crisis sistémica que ha dado sus mayores efectos en los aspectos sociales y económicos, pero no podemos olvidar los psicológicos, ecológicos, culturales y religiosos. Se trata de una crisis de civilización como las que se dieron en el pasado justo cuando el mundo estaba a punto de transformarse. Una teología de la crisis deberá hacerse desde la encarnación y la kénosis, los dos pilares de la fe cristiana: Dios se ha hecho hombre y ha asumido plenamente lo humano, de forma que Dios mismo ha entrado en crisis. La kénosis divina es el punto de partida para considerar un mundo en devenir llamado a la salvación y un ser humano creado para el amor, pero arrastrado por las fuerzas que lo constituyen como hombre. Una teología de la crisis, nos dice Manuel Lázaro, “se ofrece como la oportunidad de continua re-creación y recreación, pues el hombre imagen y semejanza de Dios ha de sentir en su limitación la oportunidad de apertura y autodonación, imagen del primer episodio kenótico acontecido en el acto creador de Dios” (pp. 32-33).
               
Dos momentos tiene esta teología de la crisis: la crisis como oportunidad y los relatos de una Teología de la crisis. En el primer momento, se afirma la crisis como la oportunidad para las transformaciones necesarias en las estructuras humanas para alcanzar aquello que necesitamos. Las incomodidades de las situaciones críticas no suponen límites insuperables o perversiones de lo real. Al contrario, las crisis son los momentos apropiados para llevar a cabo aquellos cambios que de otra forma no serían posibles. Sin embargo, la cultura occidental no ha visto la crisis como oportunidad, sino en un sentido pesimista, como una situación donde instalarse para vivir definitivamente. Véase la lectura de Nietzsche que instala al hombre en el pesimismo más absoluto como asunción de una realidad cerrada al sentido. La Reforma también ha sucumbido al pesimismo moderno sobre el sentido, profundizando en la dimensión creatural y pecadora de hombre. La teología de la cruz se convierte en un muro contra el optimismo que refleja el pensamiento franciscano de Buenaventura. La Teología de la crisis, con base en el pensamiento del Poverello, adopta un esquema cristológico que nace de una teología de la creación como evento fundante de una visión esperanzada de la humanidad y de la propia creación.
                   
El segundo momento de la obra es poner las bases sobre narraciones que hagan de la teología de la crisis un instrumento para la salvación. La Biblia no es un libro de teología, es una narración de una experiencia de amor entre Dios y el hombre. Los dos relatos que Manuel Lázaro nos propone son los de Abraham y los de San Francisco. Abraham es el hombre de la crisis por antonomasia.  A una edad que muchos ya no tienen fuerzas para enfrentarse a los cambios, Abraham es puesto en crisis: “sal de tu tierra y ve a una tierra que te mostraré”. Abraham abandona su hogar y lo deja todo por una promesa: el hijo y la tierra. La promesa no es más que eso, una promesa, pero Abraham es capaz de dejarlo todo. Es el paradigma de la crisis absoluta. Sin embargo, la crisis llegará a un punto álgido cuando reciba la orden de sacrificar al hijo de la promesa. La respuesta de Abraham es ser fiel a la Alianza. Sólo se puede vivir la crisis en fidelidad. La fe es el único asidero en tiempos de crisis. “La crisis de Abraham es el anticipo narrativo de la historia de la salvación en la relación de Dios con el hombre” (p. 73).
                 
El segundo relato es San Francisco, no su vida, sino su persona completa. En la historia de la salvación no hay tipos o ejemplos, hay personas que viven su relación con Dios. Francisco es el hombre de la perfecta alegría, una alegría que tiene su origen en la radicalidad del seguimiento. Sólo quien se reconoce en crisis, vive esta crisis como la oportunidad de encontrar a Dios, llegando así a la ansiada paz que no es pérdida de la crisis, sino la comprensión profunda del amor de Dios en la vida de cada uno. Dios ama y en su amor Él también sufre la crisis de hacerse nada para encontrarse con la criatura. La criatura, las criaturas, van al encuentro del Creador, pero el camino de ascenso a Dios es el simétrico especular del camino de descenso del Creador. La crisis del mundo y del hombre es el doble opuesto a la kénosis divina. Dios se nos da y nosotros lo buscamos: kénosis-crisis.


                                   Editorial Sindéresis, Madrid 2014, 110 pp, 13 x 20 cm.

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