La crisis como lugar teológico
Facultad de Teología
Universidade Católica Portuguesa
C.R.
Porto. Portugal
Por Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Universidad Pontificia Antonianum. Roma
Universidad Pontificia Antonianum. Roma
Crisis es una palabra que de
tanto pronunciarla ha sido desgastada. El manoseo sienta mal al sentido del
lenguaje y con este y otros términos semejantes se ha producido ese manoseo que
ha acabado por hacer ininteligible lo que se quiere decir. La virtud del
lenguaje que debe estar cifrada en la vehiculación del sentido, se pierde
cuando un término acaba diluido en la máxima equivocidad posible, fruto de la
polisemia inoperante en la que concluye el proceso inflacionario del abuso
lingüístico. Crisis, hoy, apenas identifica una situación de malestar general
en la que es casi imposible identificar causas y consecuencias. Ya no
identifica lo que su etimología propone, juicio, momento en el que hay que
tomar una decisión, encrucijada vital. O bien, una situación de riesgo y de
oportunidad. Crisis, sin más, viene a significar hoy, un dolor y sufrimiento
sin causa. Por eso, textos como el que nos presenta Manuel Lázaro son tan
necesarios, porque acotan significados y proponen vías de interpretación que
restituyen el sentido al lenguaje, de modo que pueda volver a ser el
instrumento útil para pensar la realidad y al hombre en ella.
La propuesta de Manuel Lázaro es muy osada, proponer la crisis como uno de los lugares teológicos, sería una especie de lugar teológico de tercera generación. Junto lo los loci tradicionales, o de primera generación: Sagrada Escritura, Santos Padres y Magisterio; y los lugares teológicos modernos, o de segunda generación: los pobres y la Creación; también estarían los lugares teológicos de tercera generación: la crisis, la globalización y la ecología. Pues bien, el texto se centra en la crisis como un lugar teológico y lo hace estableciendo la necesidad de hacer una “teología de la crisis”. No se trata de hacer una teología del genitivo más, sino, al contrario, poner la reflexión teológica en la perspectiva antropológica de crisis. El hombre es un ser en crisis constante, atenazado por la muerte y la experiencia del mal, pero con una fuerza que le empuja a la felicidad y a encontrar sentido. Esto implica que el ser humano nace, vive y subsiste en un estado constante de crisis, aún más el ser humano creyente, especialmente el creyente cristiano, que afirma la existencia de un Dios benevolente y se da de bruces con un mundo cargado de mal. Esta dicotomía lleva al creyente a vivir una crisis radical y la teología debe dar respuesta a esta situación.
Desde comienzos del siglo XXI, la
humanidad ha entrado en una crisis sistémica que ha dado sus mayores efectos en
los aspectos sociales y económicos, pero no podemos olvidar los psicológicos,
ecológicos, culturales y religiosos. Se trata de una crisis de civilización
como las que se dieron en el pasado justo cuando el mundo estaba a punto de
transformarse. Una teología de la crisis deberá hacerse desde la encarnación y
la kénosis, los dos pilares de la fe cristiana: Dios se ha hecho hombre y ha
asumido plenamente lo humano, de forma que Dios mismo ha entrado en crisis. La
kénosis divina es el punto de partida para considerar un mundo en devenir
llamado a la salvación y un ser humano creado para el amor, pero arrastrado por
las fuerzas que lo constituyen como hombre. Una teología de la crisis, nos dice
Manuel Lázaro, “se ofrece como la oportunidad de continua re-creación y
recreación, pues el hombre imagen y semejanza de Dios ha de sentir en su
limitación la oportunidad de apertura y autodonación, imagen del primer
episodio kenótico acontecido en el acto creador de Dios” (pp. 32-33).
Dos momentos tiene esta teología de la crisis: la crisis como oportunidad y los relatos de una Teología de la crisis. En el primer momento, se afirma la crisis como la oportunidad para las transformaciones necesarias en las estructuras humanas para alcanzar aquello que necesitamos. Las incomodidades de las situaciones críticas no suponen límites insuperables o perversiones de lo real. Al contrario, las crisis son los momentos apropiados para llevar a cabo aquellos cambios que de otra forma no serían posibles. Sin embargo, la cultura occidental no ha visto la crisis como oportunidad, sino en un sentido pesimista, como una situación donde instalarse para vivir definitivamente. Véase la lectura de Nietzsche que instala al hombre en el pesimismo más absoluto como asunción de una realidad cerrada al sentido. La Reforma también ha sucumbido al pesimismo moderno sobre el sentido, profundizando en la dimensión creatural y pecadora de hombre. La teología de la cruz se convierte en un muro contra el optimismo que refleja el pensamiento franciscano de Buenaventura. La Teología de la crisis, con base en el pensamiento del Poverello, adopta un esquema cristológico que nace de una teología de la creación como evento fundante de una visión esperanzada de la humanidad y de la propia creación.
Editorial
Sindéresis, Madrid 2014, 110 pp, 13 x 20 cm.
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