lunes, 9 de marzo de 2015

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

                             PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
                                                         III


                                                                               

                                  «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

El grito que precede inmediatamente a la muerte en Marcos (15,37), Lucas lo convierte en una oración recogida del Salmo 31,6 y practicada por Israel como oración de la tarde. Lucas acentúa la actitud de oración de Jesús a lo largo de su ministerio: ora en el bautismo, antes de elgir a los discípulos, cuando la gente le sigue entusiasmada, o en el huerto de los olivos, etc. Y también ora en el momento de morir. En este caso, el sentido del Salmo es que el justo se fía de Dios, confía su vida a Él; le cede la custodia de su existencia, cuando los hombres se empeñan en arrebatársela o la tienen minusvalorada. Describe una reacción de Jesús contraria a la ausencia y lejanía de Dios que relata Marcos y Mateo.
Con respecto a la frase anterior, Jesús recobra su condición filial, por eso Lucas cambia el «Dios» del Salmo por el «Padre» con el que se ha relacionado a lo largo de su vida: en la Oración de júbilo (Q/Lc 10,21), en el Padrenuestro (Q/Lc 11,2) o cuando se dirige a Dios en Getsemaní (Lc 22,42). Jesús entrega al Padre la poca vida, «espíritu», que le queda; la vida que se ofrece en el momento de la creación (Gén 35,18) y que en Jesús procede del Espíritu y María y forma parte del ser divino; y se la devuelve al Padre como algo que le pertenece esencialmente. Por eso ha nacido de Él, ha permanecido en la vida pendiente y dependiente de Él y a Él se la remite como un acto natural y familiar.

                                               Reflexión

El punto de partida de la oración de Jesús es la experiencia humana nacida del sufrimiento extremo que supone ser abandonado por todos, no comprender su misión, cambiar la causa por la vivió y ser crucificado. No se enjuicia la actitud divina ante tales acontecimientos provocados por los hombres. Dios, por ahora, guarda silencio en el orden de la salvación de su Hijo, aunque es patente en la atmósfera evangélica que está pendiente de todo y que todo cae bajo su voluntad, por más que la cruz desapruebe su ser creador de la vida.
Lo importante aquí es que Jesús es fiel, como fiel ha sido el Señor a Israel a lo largo de su historia. Jesús, como su Pare, sabe cumplir sus misiones por más que la libertad humana desaprueba, persiga y haga sufrir a los que, precisamente, sólo buscan el bien para todos los hombres.



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