DOMINGO XII
(B)
Lectura del santo Evangelio según
San Marcos 4,35-40.
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
—Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo
llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un
fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
El estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole: —Maestro,
¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al
lago: —¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y
se decían unos a otros: —¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen!
1.-
La vida de
Jesús descubre una dimensión que está más allá del poder humano que se
desarrolla en nuestro mundo. Cuando Jesús es despertado por los discípulos,
muertos de miedo por la zozobra de la barca, y calma la tempestad, es todo un
símbolo del compromiso del Señor para salvar a sus criaturas de aquellos
poderes que las esclavizan y matan. En el Padrenuestro lo rezamos
continuamente. «…. mas líbranos del mal»: líbranos de las instituciones humanas
que crean poderes de violencia y destrucción; de las fuerzas corruptas presentes
en nuestra cultura, y de las que nadie es responsable visible, pero que nos
persiguen, nos desintegran, obstruyen nuestra esperanza y cercan nuestra
libertad. Despertamos a Jesús para que nos eche una mano y nos libre de la
droga, del reparto de las riquezas entre las naciones poderosas, de la pobreza
que originan otros países para comprar armas, del alejamiento o desconocimiento
del que no razona, no come, no sabe convivir ni cura su egoísmo, etc.
2.- Pregunta Jesús a sus discípulos: «¿No
tenéis todavía la fe?» Hay una fe, que es la
confianza que tienen los discípulos de Jesús cuando recorren Galilea anunciando
la presencia misericordiosa del Señor. Esa confianza va aumentando poco a poco
conforme comparten el cuidado que el Padre tiene sobre sus criaturas. La
Providencia divina guía a sus hijos, los viste, les da qué comer, les cobija y
les salva de los enemigos. Pero no basta esto sólo. Hay poderes muy fuertes en
el mundo que pueden quebrar dicha confianza en cualquier momento: Judas le
traiciona; Pedro le niega; los demás discípulos huyen cuando Jesús es apresado
y juzgado. Es necesaria la fe teologal, es decir, el don del Padre por el que
les ama, les cambia, les transforma y entonces son capaces de dar la vida por
Jesús. Esta es la fe sobre la que se edifica la Iglesia.
3.- Fe, esperanza y
caridad, las virtudes teologales, son las gracias que fundamentan nuestra vida
cristiana. Son las cualidades infundidas
por Dios que nos ofrecen la paz interior por sabernos elegidos y amados por Él.
Las virtudes teologales transmiten la serenidad y la calma que tenía Jesús en
medio de la tormenta; y ellas nos comunican la fuerza para afrontar nuestra
vida cuando enferma, cuando se siente sola o aislada, cuando se considera amenazada
por tanto mal, o tantas batallas que tenemos que sostener y no sabemos qué
estrategia seguir, qué armas tomar y cómo luchar. Ya lo dijo Jesús: «Los hijos
de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz» (Lc 16,8). Hay que
estar atentos y despertar a Jesús siempre; o tenerlo vivo en nuestro interior,
porque somos su imagen y templos de su Espíritu.
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