lunes, 12 de octubre de 2015

                                   MISERICORDIA      
            «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       

                                               V


            c.- La posición de Escoto se ahonda y amplía en la actualidad dándole al amor divino salvador una dimensión de servicio, tanto personal como social.  Jesús se ha definido como ser servicial por excelencia, en su vida y en su muerte. Es comprensible que, como Jesús entiende su misión, experimente la injusticia que se comete con él en la perspectiva de Dios. Con este horizonte divino, es posible que Jesús resitúe los acontecimientos que le conducen a la muerte y manifiestan el fracaso de su misión más allá de las causas históricas por las que Pilato le sentencia a morir en la cruz[1]. Se encuentran pistas de cómo puede entender su muerte en varios textos evangélicos y en los que giran en torno a la Última Cena y en los gestos y palabras que realiza en ella. Porque su muerte constituye el último acto de una vida sellada por el servicio como sacramento del amor. La reflexión de Juan acierta con el fundamento de su vida y muerte: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13). La afirmación se relaciona con dos dichos evangélicos.   
           
El primero está en el Evangelio de Marcos. Sucede que Santiago y Juan piden a Jesús, comprendido como mesías político, sentarse junto él en los puestos de mayor honor (cf. Mc 10,35-40). La respuesta refiere los principios que subyacen en los que mandan en las sociedades: la práctica autoritaria y despótica del poder. A la perversidad que lleva consigo el dominio de los poderosos sobre el pueblo, fuente de la esclavitud, Jesús opone una forma nueva de ejercer la autoridad: «...quien quiera entre vosotros ser grande que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Y concluye: «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos»[2]. Jesús se excluye de ocupar el lugar de mayor honor como piensan los discípulos, pero también el de sentarse a la mesa como cualquier comensal. Su puesto es el último, el del esclavo, cuyo oficio es servir a todos, como hace la mujer y madre cuando sirve la comida. Y después se entrega a sí mismo con el sentido de servicio, sentido muy distinto del que tienen los que traman su muerte[3]. Recuerda cuando contesta a los escribas que le acusan de comer con recaudadores y pecadores: «Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2,17). El servicio da el significado a la palabra «rescate», fianza pagada por un esclavo o el medio de su liberación: Jesús, sirviendo como un esclavo hasta entregar su vida, devuelve la libertad y la vida a todos, esclavizados por los poderosos y maniatados por el diablo (cf. Mc 4,15). Conforme los poderes cercan a Jesús para llevarle a la cruz, viéndolo como una víctima sometida a sus intereses, él va tomando conciencia de su misión salvadora por medio de una entrega sin límites.
           
El segundo dicho es de Lucas. Se encuentra en el contexto de la Última Cena y supone el resultado de haber compartido los discípulos los dones del pan y del vino como símbolos de la vida y muerte de Jesús: «¿Quién es mayor?, ¿el que está a la mesa o el que sirve?, ¿no lo es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como quien sirve» (Lc 22,27-28)[4]. Significa la entrega personal de Jesús a los que comparten la cena para que se mantengan unidos. La metáfora del servicio a la mesa recuerda la actitud de vigilancia que recomienda a los que le siguen ante la venida inminente del Reino: «Dichosos los criados a quienes el amo, al llegar, los encuentre velando; os aseguro que se ceñirá, los hará recostarse a la mesa y les irá sirviendo» (Lc 12,37). Según Juan, Jesús lo ejemplifica en la cena de despedida lavando los pies a los Doce (cf. Jn 13,4-16).
            Pero el hecho de servir a la mesa indica, como en Marcos, la enseñanza de cómo deben ser las relaciones entre los que conforman la comunidad. El comportamiento mutuo no reproduce la infidelidad de Judas (cf. Mc 22,21), o la cobardía de Pedro (cf. Lc 22,31), o las relaciones de rivalidad o poder, como sucede en el ejercicio de cualquier autoridad, sino el servicio mutuo, que lleva consigo fidelidad y entrega, como Jesús ha hecho con ellos durante la proclamación del Reino: «Vosotros no seáis así; antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven y el que manda como el que sirve» (Lc 22,26). El servicio que lleva a Jesús hasta la muerte proviene de su total disponibilidad a la voluntad del Padre en beneficio de sus hermanos. Y la «buena noticia» que revela a Israel es que dicha voluntad significa su decisión libre de regalarle la salvación.
             Refuerzan los dos dichos, el acontecimiento de la Última Cena[5]. Los gestos de Jesús de partir el pan y ofrecerlo a los discípulos y darles de beber a todos una sola copa con el vino[6] —gestos relacionados con su muerte como servicio a los demás en continuidad con su vida— pueden significar también un servicio como ofrenda sin límites, donación de sí que Dios recoge para beneficio de todos. Por consiguiente, la Última Cena remite al banquete que Dios dará cuando implante su Reino de una forma definitiva[7], pero, a la vez, se relaciona con su muerte inminente vivida como entrega por sus amigos; por todos[8]. Los dos sentidos se unen por su actitud de servicio; servicio que entraña un simbolismo salvador evidente, pensadas las cosas según Dios. Por eso, los gestos de partir y repartir el pan y distribuir la única copa se acompañan con unas palabras que explican dichos gestos, y con el sentido antes referido. Palabras que se relacionan con la promesa de la salvación futura para todos, como fija más tarde la comunidad cristiana en los textos citados, en los cuales se puede entender cómo Jesús afronta su muerte. Y la comunidad cristiana continuará profundizando e interpretando los gestos y las palabras de Jesús con este sentido de expiación por los pecados de los hombres y signo de la salvación futura a partir de la Resurrección[9].
           
Llegados a este punto hay que advertir que la salvación que propicia la muerte de Jesús no es entendida de una forma exclusiva. Como enseña Francisco, se extiende a toda su vida: de la Encarnación a la Ascensión. Jesús ofrece el pan y el vino a sus discípulos como símbolo de su vida «que se derrama por todos» (Mc 14,24). Se concibe su muerte como su vida, es decir, como servicio al pueblo para alcanzar su liberación y salvación. Esta actitud es su carta credencial para participar en el banquete final del Reino prometido por el Señor (cf. Is 25,6). La muerte, pues, es el último acto de una existencia caracterizada por el servicio.
Se comprende, entonces, que guste a Francisco resumir la vida de Jesús como el crucificado, la acción suprema de amor a los hombres, y de tal manera es así que entiende toda su vida orientada hacia ese momento. Por eso usa las imágenes del «cordero» que derrama su sangre por el pueblo[10], del «buen pastor» que da su vida por sus ovejas: «Consideremos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y persecución, vergüenza y hambre, en la enfermedad y tentación y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna; de donde es gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras, y nosotros, leyéndolas, queremos recibir gloria y honor»[11]; del «siervo» cuyos sufrimientos expían los pecados de los hombres: «[Los frailes] no se avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is 50,7) y no se avergonzó; y fue pobre y huésped y vivió de limosna él y la bienaventurada Virgen y sus discípulos»[12]. Y por eso, también, acentúa la pobreza, la humildad y la cruz del Hijo de Dios[13], que son sinónimos, porque las tres se enraízan en el amor de Dios, aseguran la medida sin límites de su amor manifestado en su Hijo (cf. Rom 8,39) y fijan la condición de debilidad histórica de dicho amor, o su personalización en la vida humana. De ahí que Francisco se exija[14] y exija a sus seguidores esta concreta forma de vida y no exclusivamente el morir en cruz: «Todos los frailes empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que ninguna otra cosa debemos tener del mundo entero, sino que, como dice el Apóstol, teniendo alimentos y con qué cubrirnos, con esto estamos contentos (cf. 1Tim 6,8) […] Y no se avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is 50,7) y no se avergonzó; […] Y cuando la gente les hiciere ultraje y no quisieren darles limosna, den de esto gracias a Dios; porque de los ultrajes recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo»; «Los frailes nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y extranjeros (cf. 1Pe 2,11) en este siglo sirviendo al Señor en pobreza y humildad vayan por limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9)»[15].



[1] H. Schürmann, El destino de Jesús: su vida y su muerte. Salamanca 2003, 183-206; cf. A. Gerhards—K. Richter (Hrsg.), Das Opfer. Biblischer Anspruch und liturgische Gestalt. Freiburg 2000; S. M. Heim, Saved from Sacrifice. A theology of the Cross. Grand Rapids (Mich.)—Cambridge 2006; S. McKnight, Gesù e la sua morte. Brescia 2015; R. Miggelbrink,  L’ira di Dio. Il significato di una provocante tradizione biblica. Brescia 2005.
[2] Mc 10,45; cf. Mt 20,28.
[3]  Cf. Mc 14,58; 15,29; Jn 11,48.
[4] Cf. Mc 9,33-37; 10,42-45.
[5] M. Gesteira Garza, La Eucaristía misterio de comunión. Salamanca 1992, 33- 73; F. Martínez Fresneda, Jesús, hijo y hermano. Madrid 2010, 498-505; S. McKnight, Gesù e la sua morte, 292-310; J. Roloff, «Anfänge der soteriologischen Deutung des Todes Jesu (Mk 10,45 und Lk 22,27)», NTS 19 (1972-1973) 38-64.
[6] Cf. Lc 22,19-20par; Mc 14,22-24par.
[7] Cf. Mc 14,25; Lc 22,18; 1Cor 11,26.
[8] Cf. Jn 15,13; Mc 14,24par.
[9]  «¿No será posible tal vez que las palabras interpretativas, con su referencia a la muerte expiatoria del mártir (cf. Lc 22,20), al sufrimiento vicario del siervo de Dios (cf. Lc 22,19; Mc 10,45) y a las ideas del sacrificio (especialmente en Mc 14,23-24) no hagan sino explicitar pospascualmente lo que Jesús había expresado ya de forma implícita con su acción simbólica?», H. Schürmann, El destino de Jesús, 234. cf. 163-209; G. Pulcinelli, La morte di Gesù come espiazione. La concezione paolina. Cinisello Balsano (Mi) 2007, 177-224.
[10] «Pues el hombre desprecia, mancha y pisotea al Cordero de Dios, cuando, como dice el Apóstol, no distinguiendo (1Cor 11,29) ni discerniendo el santo pan de Cristo de los otros alimentos u obras, o lo come siendo indigno, o también, si fuera digno, lo come vana e indignamente, pues dice el Señor por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra del Señor engañosamente (Jer 48,10)», CtaO 19; cf. 1Cel 77.
[11]  Adm 6; cf. Rnb 22,32; 2CtaF 56.
[12] Rnb 9,3-4; cf. Is 50,7; OfP 7,7-9.
[13]  «Todos los frailes empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que ninguna otra cosa debemos tener del mundo entero, sino que, como dice el Apóstol, teniendo alimentos y con qué cubrirnos, con esto estamos contentos (cf. 1Tim 6,8). […] Y no se avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is 50,7) y no se avergonzó; […] Y cuando la gente les hiciere ultraje y no quisieren darles limosna, den de esto gracias a Dios; porque de los ultrajes recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo» Rnb 9,1.4.6; «¡Oh admirable alteza y estupenda dignación! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del Universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él (cf. 1Pe 5,6; Sant 4,10). Consecuentemente nada de vosotros retengáis para vosotros, para que os reciba a todos enteros el que se os ofrece todo entero», CtaO 27-29; cf. 2CtaF 11; Adm 6,1; etc.
[14] cf. OrSD 1,2; LP 102; EP 68; etc.
[15] «… y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9)» Rb 6,3; cf. Rnb 9,1.4.6; etc.

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