MISERICORDIA
«CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
V
c.-
La posición de Escoto se ahonda y amplía en la actualidad dándole al amor
divino salvador una dimensión de servicio, tanto personal como social. Jesús se ha definido como ser servicial por
excelencia, en su vida y en su muerte. Es comprensible
que, como Jesús entiende su misión, experimente la injusticia que se comete con
él en la perspectiva de Dios. Con este horizonte divino, es posible que Jesús resitúe
los acontecimientos que le conducen a la muerte y manifiestan el fracaso de su
misión más allá de las causas históricas por las que Pilato le sentencia a
morir en la cruz[1].
Se encuentran pistas de cómo puede entender su muerte en varios textos evangélicos
y en los que giran en torno a la Última Cena y en los gestos y palabras que realiza
en ella. Porque su muerte constituye el último acto de una vida
sellada por el servicio como sacramento del amor. La reflexión de Juan acierta
con el fundamento de su vida y muerte: «Nadie tiene amor más grande que el que
da la vida por los amigos» (Jn 15,13). La afirmación se relaciona con dos
dichos evangélicos.
Pero el hecho de servir a la mesa
indica, como en Marcos, la enseñanza de cómo deben ser las relaciones entre los
que conforman la comunidad. El comportamiento mutuo no reproduce la infidelidad
de Judas (cf. Mc 22,21), o la cobardía de Pedro (cf. Lc 22,31), o las
relaciones de rivalidad o poder, como sucede en el ejercicio de cualquier
autoridad, sino el servicio mutuo, que lleva consigo fidelidad y entrega, como
Jesús ha hecho con ellos durante la proclamación del Reino: «Vosotros no seáis
así; antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven y el
que manda como el que sirve» (Lc 22,26). El servicio que lleva a Jesús hasta la
muerte proviene de su total disponibilidad a la voluntad del Padre en beneficio
de sus hermanos. Y la «buena noticia» que revela a Israel es que dicha voluntad
significa su decisión libre de regalarle la salvación.
Refuerzan los dos dichos, el acontecimiento de la Última Cena[5]. Los gestos de Jesús de partir el pan y ofrecerlo a los
discípulos y darles de beber a todos una sola copa con el vino[6] —gestos
relacionados con su muerte como servicio a los demás en continuidad con su
vida— pueden significar también un servicio como ofrenda sin límites, donación
de sí que Dios recoge para beneficio de todos. Por consiguiente, la Última Cena
remite al banquete que Dios dará cuando implante su Reino de una forma
definitiva[7],
pero, a la vez, se relaciona con su muerte inminente vivida como entrega por
sus amigos; por todos[8].
Los dos sentidos se unen por su actitud de servicio; servicio que entraña un
simbolismo salvador evidente, pensadas las cosas según Dios. Por eso, los
gestos de partir y repartir el pan y distribuir la única copa se acompañan con
unas palabras que explican dichos gestos, y con el sentido antes referido.
Palabras que se relacionan con la promesa de la salvación futura para todos,
como fija más tarde la comunidad cristiana en los textos citados, en los cuales
se puede entender cómo Jesús afronta su muerte. Y la comunidad cristiana
continuará profundizando e interpretando los gestos y las palabras de Jesús con
este sentido de expiación por los pecados de los hombres y signo de la
salvación futura a partir de la Resurrección[9].
Se comprende, entonces, que guste a Francisco
resumir la vida de Jesús como el crucificado, la acción suprema de amor a los
hombres, y de tal manera es así que entiende toda su vida orientada hacia ese
momento. Por eso usa las imágenes del «cordero» que derrama su sangre por el
pueblo[10], del «buen pastor» que da su vida por sus ovejas: «Consideremos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a
sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la
tribulación y persecución, vergüenza y hambre, en la enfermedad y tentación y
en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna; de
donde es gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron
las obras, y nosotros, leyéndolas, queremos recibir gloria y honor»[11]; del «siervo» cuyos sufrimientos expían los pecados
de los hombres: «[Los frailes] no se
avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is
50,7) y no se avergonzó; y fue pobre y huésped y vivió de limosna él y la
bienaventurada Virgen y sus discípulos»[12]. Y por eso, también, acentúa la pobreza, la
humildad y la cruz del Hijo de Dios[13], que son sinónimos, porque las tres se enraízan en
el amor de Dios, aseguran la medida sin límites de su amor manifestado en su
Hijo (cf. Rom 8,39) y fijan la condición de debilidad histórica de dicho amor,
o su personalización en la vida humana. De ahí que Francisco se exija[14] y exija a sus seguidores esta concreta forma de
vida y no exclusivamente el morir en cruz: «Todos los frailes empéñense en seguir la humildad y pobreza de
nuestro Señor Jesucristo y recuerden que ninguna otra cosa debemos tener del
mundo entero, sino que, como dice el Apóstol, teniendo alimentos y con qué
cubrirnos, con esto estamos contentos (cf. 1Tim 6,8) […] Y no se
avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is
50,7) y no se avergonzó; […] Y cuando la gente les hiciere ultraje y no
quisieren darles limosna, den de esto gracias a Dios; porque de los ultrajes
recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo»; «Los
frailes nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos
y extranjeros (cf. 1Pe 2,11) en este siglo sirviendo al Señor en pobreza y
humildad vayan por limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el
Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9)»[15].
[1] H.
Schürmann,
El destino de Jesús: su vida y su
muerte. Salamanca
2003, 183-206; cf. A. Gerhards—K. Richter
(Hrsg.), Das Opfer. Biblischer
Anspruch und liturgische Gestalt. Freiburg 2000;
S. M. Heim, Saved from Sacrifice.
A theology of the Cross. Grand Rapids (Mich.)—Cambridge 2006; S. McKnight, Gesù e la sua morte. Brescia 2015; R. Miggelbrink, L’ira di
Dio. Il significato di una provocante tradizione
biblica. Brescia
2005.
[2] Mc 10,45; cf. Mt 20,28.
[3] Cf. Mc 14,58; 15,29; Jn 11,48.
[4]
Cf. Mc 9,33-37; 10,42-45.
[5] M. Gesteira Garza, La Eucaristía misterio de
comunión. Salamanca 1992, 33- 73; F.
Martínez Fresneda, Jesús, hijo y
hermano. Madrid 2010, 498-505; S. McKnight, Gesù e la sua morte, 292-310; J. Roloff,
«Anfänge der soteriologischen Deutung des Todes Jesu (Mk 10,45 und Lk 22,27)», NTS
19 (1972-1973) 38-64.
[6] Cf. Lc 22,19-20par; Mc 14,22-24par.
[7]
Cf. Mc 14,25; Lc 22,18; 1Cor 11,26.
[8] Cf. Jn 15,13; Mc 14,24par.
[9] «¿No será posible tal vez que las palabras interpretativas, con su
referencia a la muerte expiatoria del mártir (cf. Lc 22,20), al sufrimiento
vicario del siervo de Dios (cf. Lc 22,19; Mc 10,45) y a las ideas del
sacrificio (especialmente en Mc 14,23-24) no hagan sino explicitar
pospascualmente lo que Jesús había expresado ya de forma implícita con su
acción simbólica?», H. Schürmann, El destino de Jesús, 234. cf. 163-209; G. Pulcinelli, La morte di Gesù come espiazione. La concezione paolina. Cinisello Balsano (Mi) 2007, 177-224.
[10]
«Pues el hombre desprecia, mancha y pisotea al Cordero de Dios,
cuando, como dice el Apóstol, no distinguiendo (1Cor 11,29) ni
discerniendo el santo pan de Cristo de los otros alimentos u obras, o lo come
siendo indigno, o también, si fuera digno, lo come vana e indignamente, pues
dice el Señor por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra del Señor
engañosamente (Jer 48,10)», CtaO 19; cf. 1Cel 77.
[13] «Todos los frailes empéñense en seguir la humildad y pobreza de
nuestro Señor Jesucristo y recuerden que ninguna otra cosa debemos tener del
mundo entero, sino que, como dice el Apóstol, teniendo alimentos y con qué
cubrirnos, con esto estamos contentos (cf. 1Tim 6,8). […] Y no se
avergüencen y más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios
vivo (Jn 11,27) omnipotente, puso su faz como roca durísima (Is
50,7) y no se avergonzó; […] Y cuando la gente les hiciere ultraje y no
quisieren darles limosna, den de esto gracias a Dios; porque de los ultrajes
recibirán gran honor ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo»
Rnb 9,1.4.6;
«¡Oh admirable alteza y estupenda dignación! ¡Oh humildad
sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del Universo, Dios e Hijo de
Dios, de tal manera se humilla que por nuestra salvación se esconde bajo una
pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él
vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis
ensalzados por Él (cf. 1Pe 5,6; Sant 4,10). Consecuentemente nada de vosotros
retengáis para vosotros, para que os reciba a todos enteros el que se os ofrece
todo entero»,
CtaO 27-29; cf. 2CtaF 11; Adm 6,1; etc.
[14] cf. OrSD 1,2; LP 102; EP 68; etc.
[15] «… y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por
nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9)» Rb 6,3; cf. Rnb 9,1.4.6; etc.
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