lunes, 12 de octubre de 2015

Libros. CTI: La Trinidad


Trinidad, unidad de los hombres. Monoteísmo cristiano contra la violencia



                                               COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum. Roma


Durante el quinquenio 2009-2014, la Comisión Teológica internacional se propuso realizar un estudio sobre algunos aspectos del discurso cristiano sobre Dios, de manera que el texto presente fue sometido al presidente de la misma el 6 de diciembre de 2013, quien autorizó su publicación. La ocasión que dio lugar a esta reflexión de la Comisión es la teoría muy extendida según la cual existe una relación necesaria entre la confesión del monoteísmo y la violencia y guerras de religión. Por ello, la Comisión se propuso ver la forma en que la teología católica puede confrontarse críticamente con la opinión cultural y política que establece una relación intrínseca entre monoteísmo y violencia. Tras eso, se plantea cómo puede ser reconocida la fe en el único Dios como principio y fuente del amor entre los hombres. Dos, por tanto, son las tareas, una negativa y otra positiva. Sin embargo, no pretende la Comisión hacer una presentación apologética de la fe, sino, antes bien, establecer unos puntos esenciales para poder abordar una temática actual que está dificultando la verdadera comprensión de la fe.
Cinco capítulos vertebran la obra. El primero de ellos se abre con el intento de clarificación del tema del monoteísmo en la acepción que recibe en algunas orientaciones de la filosofía política actual. De ahí que sea necesario precisar la noción de monoteísmo, pues resulta excesivamente genérica cuando se aplica a las tres religiones que confiesan la unicidad de Dios. Esta ambigüedad viene derivada de la simplificación cultural que reduce la posibilidad de elección a la alternativa entre monoteísmo violento, sí o sí, y politeísmo supuestamente tolerante. El texto, por el contrario, expone la relación entre la revelación de Dios y el humanismo no violento. La auténtica confesión trinitaria y la apertura cristológica, no dejan lugar a dudas sobre el fondo no violento del cristianismo.


En el capítulo segundo se explora el horizonte bíblico, de modo que salgan a la luz los textos más complicados a la hora de comprender la relación del Dios bíblico con la violencia. De este modo, se pretende presentar un esbozo que organice antropológicamente y cristológicamente los desarrollos de la interpretación del tema. Así, se pasa al capítulo tercero, donde se profundiza en el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús, como clave de la reconciliación entre los hombres. La oikonomia es esencial en la determinación de la theologia. La revelación inscrita en el acontecimiento de Jesucristo, gracias a la cual resulta digna de estima para todos la manifestación del amor de Dios, permite neutralizar la justificación religiosa de la violencia desde la verdad cristológica y trinitaria de Dios.
El capítulo cuarto se ocupa de las reflexiones filosóficas y sus implicaciones en el pensamiento sobre Dios. Se abordan en primer lugar los puntos de discusión con el ateísmo moderno, que desemboca ampliamente en las tesis de un naturalismo antropológico. Al final se propone una especie de meditación filosófico-teológica sobre la integración entre la revelación de la íntima disposición relacional de Dios y la concepción tradicional de su absoluta simplicidad, lo que permite acceder al último capítulo, donde se asumen de nuevo los elementos específicamente cristianos que definen el compromiso del testimonio eclesial a favor de la conciliación de los hombres con Dios y entre sí. La revelación cristiana purifica la religión, desde el mismo momento en el que le devuelve su significado fundamental para la experiencia del sentido.
Este texto de la Comisión Teología internacional resulta necesario, claro y clarificador. Es necesario porque la respuesta a una teoría tan extendida debe venir de un ámbito amplio, pero sin llegar a confundirlo con el Magisterio, aunque sea el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe quien lo firme. La teoría de que el monoteísmo es violento esencialmente, frente al politeísmo posmoderno que sería la mejor forma de asegurar la paz tiene muchos años. Ya Hume identificó la violencia de las religiones con una supuesta raíz intolerante basada en posiciones metafísicas absolutas, de ahí que propugnara un control civil para que exista una multitud de religiones, por tanto dioses, limitadas en sus atribuciones. Rousseau, por su parte, fue más lejos, y propuso directamente la sustitución de las religiones positivas por una religión civil controlada por el gobernante. Estas ideas vienen, por tanto, desde que se inicia el proceso secularizador y pretender poner sus bases en la cultura romana imperial, donde se deba una supuesta libertad de culto a una pluralidad de dioses que garantizaría la paz del Imperio.
Hoy es moneda común esta posición y casi es una enseñanza escolar. El mantra se repite sin cesar, hasta el punto de ser imposible ir más allá de esto. Por eso, el texto era necesario, pero también era necesario que fuera claro, sin discursos enrevesados, ni farragosas explicaciones. Directo y conciso, dando en el núcleo del problema, que no es otro que el naturalismo reduccionista que se ha impuesto desde las ciencias, especialmente desde la biología en los últimos años. Así, el texto resulta también clarificador. Se señala el problema y se identifica la solución: nuestro Dios no es un Dios de violencia, sino de amor y compromiso. Jesús, muerto y resucitado, es la prueba evidente que la propuesta cristiana es por la paz y la reconciliación. No hay ninguna otra religión que proponga un Dios hecho hombre que muere por los hombres para lograr la reconciliación de la humanidad. Este es el carácter distintivo del Dios cristiano, y para pensarlo hubo que acuñar nuevas categorías como Trinidad, Encarnación y Kénosis. Son estas nuevas categorías las que nos permiten diferenciar al Dios cristiano de los dioses paganos que necesitan sacrificios humanos y la sumisión de los hombres. Nuestro Dios se sacrifica a sí mismo para que los hombres abandonemos esas prácticas ancestrales que identifican la muerte y el crimen con lo sagrado. Lo sagrado, en el cristianismo, es la persona, el hombre concreto, amado por Dios hasta el extremo de dar la vida por él.
     

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