lunes, 25 de enero de 2016

Domingo IV (C): Meditación

                                                              IV DOMINGO (C)     

 
            Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4,21-30.

            En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -¿No es este el hijo de José? Y Jesús les dijo: -Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: -Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.

       
1.- El Señor da la oportunidad cada año santo de volver a empezar. Las mujeres y los hombres orientamos la historia humana según nuestros intereses ―casi siempre pensamos que son legítimos―, pero muchas veces no coinciden con el objetivo que el Señor tiene trazado para nuestra vida individual y colectiva. Por eso, cada 50 años, en Israel se retoma la vida desde Dios en las dimensiones sociales, económicas y religiosas, en lo personal y en lo comunitario y familiar. Debemos convencernos de que el Señor siempre da nuevas oportunidades a nuestra vida, tantas veces fallida por situaciones concretas en las relaciones afectivas y laborales. Y no es cuestión de tratar de recuperar un tiempo perdido o recrear de nuevo ocasiones que hemos desperdiciado. La vida pasada es pasado. Es reconducir el egoísmo hacia la bondad; enderezar el camino hacia los demás como rostros del Señor; es captar la fraternidad en la que todos somos integrantes con pleno derecho. Y para esto, siempre estamos a tiempo.
       
Parroquia San Lorenzo de Murcia
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.- La Iglesia la formamos todos los bautizados. Los líderes naturales de ella son los que están más comprometidos con las misiones que estructuran la evangelización cristiana. Sabemos la labor del Papa, de nuestro Obispo, de nuestro Párroco, de la vida extraordinaria de los santos y santas que son nuestros patronos; de Jesús, de sus padres, María y José. Tenemos personas, instituciones y medios que son excepcionales para vivir en gracia, para no expulsar a Jesús de nuestras vidas; no tratar de despeñarlo, como los nazarenos. Pero lo que realmente forma a la Iglesia en su raíz son todos los cristianos que viven con sencillez la relación personal y comunitaria con Dios. Los miles de personas anónimas que dan su vida por los demás, que hacen posible que el año de gracia sea una realidad en los más necesitados de todo tipo, y que, con su ejemplo, las personas recuperen su esperanza y se comprometan con el Señor y los hermanos.    
      
  3.-  Jesús advierte a Israel de que Elías y Eliseo hicieron sus milagros a gente que nada tenía que ver con su tradición religiosa. Los jefes del pueblo dieron la espalda al Señor. Los cristianos tenemos el mismo peligro. Echando una mirada a nuestro alrededor observamos la cantidad de gente que pasa del Señor y de su comunidad de bautizados. No les interesa porque no les rinde económicamente, porque viven de prejuicios pasados, o rumian los escándalos eclesiales de siglos anteriores y del presente como si se hubieran cometido contra ellos mismos. Y Jesús se abre paso y se distancia. Un imperfecto continuo que expresa un caminar lento, sin prisas. Jesús se va cuando nuestra sociedad lo expulsa de las relaciones comunes; cuando nuestro corazón se endurece y vive exclusivamente para sí y para el dinero; cuando el egoísmo se instala como el epicentro de toda la sociedad. Jesús se va a América, a Asia, a África. La cuna cultural y social de la fe aún sueña con desterrar a Jesús o, lo que es peor, vivir como si no hubiera existido, con una ética que produce violencia y distancia a unos de otros. Llevemos cuidado con contagiarnos de este ambiente.


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