miércoles, 30 de marzo de 2016

Del Catecismo de la Iglesia

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA




 Rafael Sanz  Valdivieso OFM
Instituto Teológico de Murcia OFM
Universidad Pontificia Antonianum. Roma

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), según la constitución apostólica Fidei depositum (de 11 de octubre de 1992), promulgada por el Papa Juan Pablo II para la publicación del mismo, es un catecismo de los llamados “mayores”, porque contiene una exposición orgánica y esencial de la doctrina de la Iglesia Católica. Se distribuye en cuatro partes vinculadas entre sí de forma armoniosa: 1 ) La profesión de la fe (el Credo); 2) La celebración del misterio cristiano en la liturgia (los sacramentos); 3) La vida en Cristo (la moral y los mandamientos); 4) La oración cristiana (el Padrenuestro) (cf. CIC prefacio, n. 13). El Catecismo se publicó en 1992 en lengua francesa, la edición oficial latina no llegó hasta 1997, pero se había comenzado a redactar en los años ochenta, aunque las peticiones de un catecismo renovado se remontan a poco después del Concilio Vaticano II, a finales de los años sesenta. La composición del mismo, su redacción y revisión se encomendó a una comisión de doce cardenales, presidida por el entonces cardenal Ratzinger y a un comité de redacción compuesto por siete obispos diocesanos. Desde 1986 hasta 1992 se fueron aprobando la disposición interna y el contenido, en diez etapas, que dieron lugar al texto definitivo aprobado en el mes de abril de 1992.
El Catecismo comprende: La fe cristiana, contenida en el Credo (primera parte) y celebrada en la liturgia de la Iglesia y en sus sacramentos (segunda parte), ilumina y fortalece el comportamiento y las acciones de los fieles (tercera parte), inspirando también la oración (cuarta parte). La distribución tiene sus estadísticas que reparten así el contenido: pues la primera parte (el Credo) comprende un 39%; la segunda parte (los sacramentos), comprende un 23%; la tercera parte (los mandamientos y la vida moral) comprende un 27%; la cuarta parte (la oración) un 11%.
1. En este conjunto que forma el Catecismo, por el hecho mismo de serlo, está la exposición “de modo fiel y orgánico de las enseñanzas de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia y del Magisterio auténtico, y de la herencia espiritual y teológica de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia, ocupa la mayor parte; así se puede llegar a conocer mejor el misterio cristiano y fortalecer, alimentar y avivar la fe del pueblo de Dios” (Fidei depositum). Es la distribución del contenido que ya aparecía en el Catecismo Romano de 1566, pero ahora – con palabras del mismo santo Papa – teniendo en cuenta “las explicaciones de la doctrina que a lo largo del tiempo el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia. Es también necesario que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado aun no habían surgido” (Ibíd.). La novedad del Catecismo es que incluye unos puntos de síntesis – 545 en total –, puestos al final de cada parágrafo, que ayudan a memorizar la doctrina expuesta.
En un tiempo de indiferencia religiosa y de escepticismo relativista, de oscurecimiento de los valores, el Catecismo se propone como un punto de referencia autorizado, fundamentado sobre las firmes y gozosas certezas de la Revelación divina, como la fe en Dios Trinidad y su presencia providente a lo largo de la historia y en la vida dela Iglesia y de la comunidad humana. Además, ofrece la síntesis armoniosa de lo que el Concilio Vaticano II promovió en la Iglesia (los Documentos del Concilio aparecen citados más de setecientas veces en el Catecismo), y un camino de comunión eclesial viva y actual, recordando lo que dice Pablo (1Co 15,3): “Os he transmitido, en primer lugar  lo que a mi vez recibí”.
2. Pero nos interesa destacar que el Catecismo destaca la centralidad del misterio de Cristo, el Hijo Unigénito de Dios, enviado por el Padre, que se hizo hombre en el seno de María por obra del Espíritu Santo, para ser Salvador de la humanidad. Jesucristo es, pues, la fuente de la fe; está presente con acción salvadora en la Iglesia y en sus sacramentos; es el modelo y con su gracia la base firme en la que se apoya la vida cristiana y sus actos; es maestro e inspirador con el Espíritu Santo de la oración  que dirigimos al Padre.
Pero esta centralidad de Cristo se comprende dentro de la Economía de la Revelación, presentando la doctrina desde la Sagrada Escritura y desde la Liturgia, propuesta para la vida de la Iglesia; desde la Palabra de Dios para celebrar los misterios de Cristo para la vida del mundo. El misterio de Cristo la Iglesia tiene el deber y el derecho de transmitirlo para los seres humanos, porque es el ser humano concreto, hombre o mujer, el destinatario de la catequesis, en todas las dimensiones de su ser y actuar. Si ser cristiano es decir sí a Jesucristo, entonces la catequesis es poner a Cristo en el centro, centro viviente, no sólo verdades que hay que creer, sino una Persona viva, en la plenitud de su humanidad y de su divinidad, como Salvador y como Cabeza de la Iglesia y de toda la creación.
Por lo tanto, el camino de la fe al que quiere servir el Catecismo, es 1) el encuentro progresivo y transformador con una Persona, Jesucristo, piedra angular y punto focal al que se orientan las aspiraciones y los anhelos de los hombres; 2) Según la forma de Cristo, viviendo su memoria, su ser, su hablar  y su actuar, su morir y su resucitar, en los que se revela Dios al ser humano y el ser humano a sí mismo; 3) Seguimiento de Cristo, no mero conocimiento de lo que ha dicho y hecho, pues la fe debe transformar la vida  según la dimensión de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (cf. Ga 2,20). Cristo es el fundamento y el criterio de la identidad cristiana. En Cristo se superan las tentaciones o los riesgos de las ideologizaciones, evitando mezclar la catequesis con propuestas más o menos intencionadas de naturaleza político social o tendencias políticas personales. Por último, si Cristo es el centro de la catequesis, esta tiene que ser ecuménica y misionera, porque se propone llevar “el vigor del Evangelio al corazón de la cultura, de las culturas” (Catechesi tradendae, 53), porque Cristo no puede ser extraño para ningún pueblo y en ningún tiempo.

3. Otra dimensión que destacamos presente en el Catecismo es la Iglesia. La comunidad cristiana es el sujeto primordial de la doctrina que se contiene en el Catecismo, pues es la Iglesia la que ofrece la instrucción y exposición de la fe que vive y de la que da testimonio. Por lo tanto no es una cuestión privada, de cada individuo, sino de la Iglesia comunidad que vive la fe y la celebra; por eso toda vocación, cada carisma, cada uno de los ministerios están al servicio del crecimiento del cuerpo de Cristo. La Comunidad cristiana se vuelve así el lugar adecuado de la catequesis, del sentido que el Catecismo tiene para educar en la fe a sus hijos. La fe no es un mero saber las verdades, sino que según el catecismo es un “saber vivir” que se transmite vitalmente y comprende todo el tejido de relaciones, desde la familia a la parroquia, a los grupos y movimientos apostólicos, o los que promueven la comunión social. En la comunidad cristiana el misterio de Cristo es anunciado, celebrado, vivido, orado, porque la fe es un don que se ha de transmitir. Todo lo que el Catecismo ofrece para formar en la fe está dirigido al servicio del ser humano, siguiendo la lógica de la encarnación, para darle una dimensión cristiana a la vida y a la cultura.

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