EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Rafael Sanz Valdivieso OFM
Instituto Teológico de Murcia OFM
Universidad Pontificia Antonianum. Roma
El Catecismo
de la Iglesia Católica (CIC), según la constitución apostólica Fidei depositum (de 11 de octubre de
1992), promulgada por el Papa Juan Pablo II para la publicación del mismo, es
un catecismo de los llamados “mayores”, porque contiene una exposición orgánica
y esencial de la doctrina de la Iglesia Católica. Se distribuye en cuatro
partes vinculadas entre sí de forma armoniosa: 1 ) La profesión de la fe (el
Credo); 2) La celebración del misterio cristiano en la liturgia (los
sacramentos); 3) La vida en Cristo (la moral y los mandamientos); 4) La oración
cristiana (el Padrenuestro) (cf. CIC prefacio, n. 13). El Catecismo se publicó
en 1992 en lengua francesa, la edición oficial latina no llegó hasta 1997, pero
se había comenzado a redactar en los años ochenta, aunque las peticiones de un
catecismo renovado se remontan a poco después del Concilio Vaticano II, a
finales de los años sesenta. La composición del mismo, su redacción y revisión
se encomendó a una comisión de doce cardenales, presidida por el entonces cardenal
Ratzinger y a un comité de redacción compuesto por siete obispos diocesanos.
Desde 1986 hasta 1992 se fueron aprobando la disposición interna y el
contenido, en diez etapas, que dieron lugar al texto definitivo aprobado en el
mes de abril de 1992.
El Catecismo
comprende: La fe cristiana, contenida en el Credo (primera parte) y celebrada
en la liturgia de la Iglesia y en sus sacramentos (segunda parte), ilumina y
fortalece el comportamiento y las acciones de los fieles (tercera parte),
inspirando también la oración (cuarta parte). La distribución tiene sus
estadísticas que reparten así el contenido: pues la primera parte (el Credo)
comprende un 39%; la segunda parte (los sacramentos), comprende un 23%; la
tercera parte (los mandamientos y la vida moral) comprende un 27%; la cuarta
parte (la oración) un 11%.
1. En este
conjunto que forma el Catecismo, por el hecho mismo de serlo, está la
exposición “de modo fiel y orgánico de las enseñanzas de la Sagrada Escritura,
de la Tradición viva de la Iglesia y del Magisterio auténtico, y de la herencia
espiritual y teológica de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia,
ocupa la mayor parte; así se puede llegar a conocer mejor el misterio cristiano
y fortalecer, alimentar y avivar la fe del pueblo de Dios” (Fidei depositum). Es la distribución del
contenido que ya aparecía en el Catecismo Romano de 1566, pero ahora – con
palabras del mismo santo Papa – teniendo en cuenta “las explicaciones de la
doctrina que a lo largo del tiempo el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia.
Es también necesario que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones
nuevas y los problemas que en el pasado aun no habían surgido” (Ibíd.). La
novedad del Catecismo es que incluye unos puntos de síntesis – 545 en total –,
puestos al final de cada parágrafo, que ayudan a memorizar la doctrina
expuesta.
En un tiempo
de indiferencia religiosa y de escepticismo relativista, de oscurecimiento de
los valores, el Catecismo se propone como un punto de referencia autorizado,
fundamentado sobre las firmes y gozosas certezas de la Revelación divina, como
la fe en Dios Trinidad y su presencia providente a lo largo de la historia y en
la vida dela Iglesia y de la comunidad humana. Además, ofrece la síntesis
armoniosa de lo que el Concilio Vaticano II promovió en la Iglesia (los
Documentos del Concilio aparecen citados más de setecientas veces en el
Catecismo), y un camino de comunión eclesial viva y actual, recordando lo que
dice Pablo (1Co 15,3): “Os he transmitido, en primer lugar lo que a mi vez recibí”.
2. Pero nos
interesa destacar que el Catecismo destaca la centralidad del misterio de
Cristo, el Hijo Unigénito de Dios, enviado por el Padre, que se hizo hombre en
el seno de María por obra del Espíritu Santo, para ser Salvador de la
humanidad. Jesucristo es, pues, la fuente de la fe; está presente con acción
salvadora en la Iglesia y en sus sacramentos; es el modelo y con su gracia la
base firme en la que se apoya la vida cristiana y sus actos; es maestro e
inspirador con el Espíritu Santo de la oración
que dirigimos al Padre.
Pero esta
centralidad de Cristo se comprende dentro de la Economía de la Revelación, presentando la doctrina desde la Sagrada
Escritura y desde la Liturgia, propuesta para la vida de la Iglesia; desde la
Palabra de Dios para celebrar los misterios de Cristo para la vida del mundo.
El misterio de Cristo la Iglesia tiene el deber y el derecho de transmitirlo
para los seres humanos, porque es el ser humano concreto, hombre o mujer, el
destinatario de la catequesis, en todas las dimensiones de su ser y actuar. Si
ser cristiano es decir sí a Jesucristo, entonces la catequesis es poner a
Cristo en el centro, centro viviente, no sólo verdades que hay que creer, sino
una Persona viva, en la plenitud de su humanidad y de su divinidad, como
Salvador y como Cabeza de la Iglesia y de toda la creación.
Por lo
tanto, el camino de la fe al que quiere servir el Catecismo, es 1) el encuentro
progresivo y transformador con una Persona, Jesucristo, piedra angular y punto
focal al que se orientan las aspiraciones y los anhelos de los hombres; 2)
Según la forma de Cristo, viviendo su memoria, su ser, su hablar y su actuar, su morir y su resucitar, en los
que se revela Dios al ser humano y el ser humano a sí mismo; 3) Seguimiento de
Cristo, no mero conocimiento de lo que ha dicho y hecho, pues la fe debe
transformar la vida según la dimensión
de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (cf. Ga 2,20). Cristo es el
fundamento y el criterio de la identidad cristiana. En Cristo se superan las
tentaciones o los riesgos de las ideologizaciones, evitando mezclar la
catequesis con propuestas más o menos intencionadas de naturaleza político
social o tendencias políticas personales. Por último, si Cristo es el centro de
la catequesis, esta tiene que ser ecuménica y misionera, porque se propone
llevar “el vigor del Evangelio al corazón de la cultura, de las culturas” (Catechesi tradendae, 53), porque Cristo
no puede ser extraño para ningún pueblo y en ningún tiempo.
3. Otra
dimensión que destacamos presente en el Catecismo es la Iglesia. La comunidad cristiana es el sujeto primordial de la
doctrina que se contiene en el Catecismo, pues es la Iglesia la que ofrece la
instrucción y exposición de la fe que vive y de la que da testimonio. Por lo
tanto no es una cuestión privada, de cada individuo, sino de la Iglesia
comunidad que vive la fe y la celebra; por eso toda vocación, cada carisma,
cada uno de los ministerios están al servicio del crecimiento del cuerpo de
Cristo. La Comunidad cristiana se vuelve así el lugar adecuado de la
catequesis, del sentido que el Catecismo tiene para educar en la fe a sus
hijos. La fe no es un mero saber las verdades, sino que según el catecismo es
un “saber vivir” que se transmite vitalmente y comprende todo el tejido de
relaciones, desde la familia a la parroquia, a los grupos y movimientos
apostólicos, o los que promueven la comunión social. En la comunidad cristiana
el misterio de Cristo es anunciado, celebrado, vivido, orado, porque la fe es
un don que se ha de transmitir. Todo lo que el Catecismo ofrece para formar en
la fe está dirigido al servicio del ser humano, siguiendo la lógica de la
encarnación, para darle una dimensión cristiana a la vida y a la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario