lunes, 7 de marzo de 2016

Libros: La carta a los Hebreos

            
                                                La Carta a los Hebreos.
Una visión desde las teologías del Templo.

             Tomás García Huidobro

            El estudio de esta homilía combina el estilo de la retórica griega de la época y la teología judía del templo de Jerusalén. El escrito se dirige a una comunidad de origen  judeohelenístico  de Roma. En un tiempo de persecución a los cristianos, que forzó a algunos miembros a abandonar la comunidad, el autor trata de fortalecer la dimensión escatológica de la fe cristiana. La obra se divide en tres partes: relación del templo de Jerusalén y el templo celestial, el sacerdocio levítico con el sacerdocio de Jesús, y el sacrificio de Jesús en el contexto del Yom Kippur. El autor busca en sus explicaciones sus raíces en la literatura del Qumrán y en la apócrifa judía, antes que en el pensamiento judeohelenista, y para demostrar que la alianza de Jesús es superior a la del Sinaí.
           
El templo es el lugar sagrado por antonomasia,  por la relación entre la arquitectura tripartita del templo ―atrio de los gentiles, atrio de las mujeres, y el santo de los santos― y el cosmos: «Templo y cosmos se miraban uno al otro como en un espejo, reflejándose mutuamente» (22), aunque el autor concibe el templo, como muchos otros, en dos zonas: tabernáculo y santo de los santos. También la santidad del templo proviene a su asentamiento sobre el monte santo de Sión, porque los montes situaban al hombre entre la tierra y el cielo, lo más alto, donde habita el Señor. Por último el templo es santo, porque allí estaba el paraíso cuando el Señor crea el universo. No obstante esto, la nueva alianza entraña un templo no hecho por manos humanas. y  queda totalmente superado por el templo celeste hecho a partir de la resurrección de Jesús (cf. Heb 9,11-12). Este templo es celeste, es la gloria que el Padre tenía reservada para su Hijo y todos sus hermanos ( 1Henoc 14).
           
El segundo tema que trata la homilía es sobre el sacerdocio levítico y el sacerdocio de Jesús. El primero es dado a la tribu de Leví para cuidar el servicio al templo de Jerusalén. El segundo enraizado en la misteriosa figura de Melquisedec, rey, sacerdote, sacerdote en las alturas, ángel, etc. (cf. Gén 14,18; Sal 110,3-4; 4Q401 11,3; 11Q 13; etc.). Su identidad, pues no sólo es histórica, sino también celeste. Con esta base, el autor muestra que sacerdocio de Jesús es superior al de los levitas, por su sacerdocio es independiente de cualquier otra ascendencia sacerdotal; en segundo lugar el saerdocio de Jesús es superior al de Abrahán, del que provienen el de los levitas, y está fundado en Melquisedeq; en tercer lugar el sacerdocio de Cristo es eterno con relación al sacerdocio temporal que sirve al templo de Jerusalén. (53). El de Jesús, pues, está basado en la gracia y en la libertad del Señor. Y tal es así que también es sumo sacerdote de todo el mundo celeste, incluidas todas sus jerarquías: Jesús está sentado a la derecha de Dios y le ha dado la potestad de juzgar. Con  todo, no hay que olvidar que a toda su glorificación y ensalzamiento le precede la cruz.
           
En este sentido, la homilía compara el sacrificio de Jesús con la celebración de Yom Kuppur. En la fiesta del Día de la expiación, que se celebra una vez al año, se perdonan todos los pecados cometidos contra Dios; los cometidos contra el prójimo necesitan del perdón de los ofendidos. El sumo sacerdote, al final del rito, pronuncia el nombre del Señor y da la bendición al pueblo. El autor de la homilía, con este trasfondo, introduce a Jesús como sumo sacerdote definitivo en el santuario celeste, como el sumo sacerdote entra en el «sancta sanctorum», y presenta el  sacrificio de Jesús en la cruz con un valor expiatorio y, por consiguiente, su sacerdocio se relaciona esencialmente con la cruz, sacrificio hecho una vez para siempre, a diferencia de los repetidos sacrificios que hacen los levitas en el templo.
            Este tema, que parece fuera de lugar en los tiempos actuales, no lo es en las zonas donde aún se persigue a los cristianos o se descalifica su fe; y también la cuestión del santuario celeste con el sumo sacerdocio eterno, tampoco lo es, porque «el santuario de los cielos sirve de modelo para todo aquello que acontece en la tierra y para lo que los cristianos consideran como su vocación verdadera: ser transformados, a imagen de Cristo, en hijos de Dios» (134).
           

Ediciones Sígueme, Salamanca 2014, 155 pp., 12 x 19 cm.


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