V
DOMINGO (A)
Sois
luz y sal de la tierra
Del evangelio de Mateo 5,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más
que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del
mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco
se enciende una vela para meterla debajo de un celemín, sino para
ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así
vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el cielo.
1.- Jesús ha elaborado el programa de la misión para proclamar
e iniciar el Reinado del Señor. Jesús se propone como la luz verdadera con la
que el Señor ilumina el mundo. Con él, Dios se deja ver. Y elige a sus
seguidores y los incorpora a su misión. También ellos deben ser como él luz y
sal, como su vida y doctrina lo está haciendo para los habitantes que viven en
los pueblecitos de Galilea. Pero así como la luz y la sal no existen para sí ni
por sí mismos, sino para ver otras realidades y darle sabor a las comidas, así
el discípulo no tiene razón de ser por sí mismo, sino para proclamar el Reino.
2.- Y el Reino se proclama con buenas
obras. Éstas tienen una doble vertiente: las relaciones internas que hacen al discipulado símbolo de la
presencia del Señor ―para ser el primero hay que servir― y las acciones encaminadas a dignificar la
vida de los demás. Las obras de amor son antes que las palabras de consuelo. Las
bienaventuranzas señalan cuáles son las buenas obras de los discípulos.
3.- Hay acciones que sólo buscan nuestros intereses; las hacemos porque nos
convienen a las pretensiones que tenemos en la vida. No nos importa si son
buenas o malas; si les cae bien a los que nos rodean; o más aún les hacen daño.
La luz sólo ilumina nuestros ombligos, nuestras ideas sometidas a nuestros
egoísmos. Estas actitudes las condena Jesús tajantemente y sentencia: que no
sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda. Es el fariseo que se ensalza a
sí mismo ante el Señor, despreciando al pobre publicano pecador. Cuando Jesús
manda lo contrario: que nuestras obras iluminen a los demás, indica que nuestra
vida debe ser un vehículo del amor de Dios a su criatura, para que el Señor
reine en todos por medio de nuestra obediencia a su amor. Ello destruye el yo
egoísta y ensalza la vida y las relación con los demás.
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