V
DOMINGO (A)
Sois
luz y sal de la tierra
Del evangelio de Mateo 5,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más
que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del
mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco
se enciende una vela para meterla debajo de un celemín, sino para
ponerla en el
candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así
vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el cielo.
1.- Cuando andamos por la vida con tantos trabajos, quehaceres y
responsabilidades, es muy fácil no saber bien el camino a seguir; cuál es la
tarea más importante y la menos importante; qué debe ser lo prioritario en
nuestra vida, y qué es secundario. La experiencia de Dios es la luz que nos
hace ver dónde está cada cosa en la vida, cuál es el nivel de influencia que
debemos tener en nuestro corazón, qué cosas debemos dejar como inútiles, y qué
relaciones debemos retener como un tesoro que nos ayuda a amar y a servir. Dios
nos ilumina y ello hace que nuestra vida, orientada hacia Él, sea capaz de ver
las necesidades de los demás, antes que las nuestras, y con ello, también
ilumine a los andan a oscuras en medio de felicidades inconsistentes, o
sufrimientos desesperanzadores, o egoísmos frustrantes.
2.- Aunque la sal no la recomiendan los médicos a los hipertensos, incluso
a la mayoría de la gente en la actualidad, tradicionalmente, en la cultura
latina, le ha dado el gusto a las comidas, como el chile en México.
Acostumbrados a ella, una comida sin sal es insípida. No tiene sabor. Hoy se la
sustituye por mil especias y condimentos, cuya finalidad es la misma: darle
sabor a las patatas, a la carne, al pescado. Y nos arreglamos los que tenemos
un régimen de comidas para que los condimentos no nos priven del gusto y
aburran a la misma vida. La relación de amor de Dios es la que da el sabor a la
vida, porque le abre el horizonte de darse a los demás en aquello que les hace
personas dignas. Cuando descubrimos que nuestro gozo está en el que hagamos sonreír
a los otros, les infundamos esperanzas y les abramos nuevas posibilidades a su
corazón y a su mente, entonces sabremos cómo
sabe la vida y se saborean sus frutos.
3.- Hay acciones que sólo buscan nuestros intereses; las hacemos porque
nos convienen a las pretensiones que tenemos en la vida. No nos importa si son
buenas o malas; si les cae bien a los que nos rodean; o más aún les hacen daño.
La luz sólo ilumina nuestros ombligos, nuestras ideas sometidas a nuestros
egoísmos. Esta actitudes las condena Jesús tajantemente y sentencia: que no
sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda. Es el fariseo que se ensalza a
sí mismo ante el Señor, despreciando al pobre publicano pecador. Cuando Jesús
manda lo contrario: que nuestras obras iluminen a los demás, indica que nuestra
vida debe ser un vehículo del amor de Dios a su criatura, para que el Señor
reine en todos por medio de nuestra obediencia a su amor. Ello destruye el yo
egoísta y ensalza la vida y las relaciones con los demás.
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