domingo, 20 de septiembre de 2015

El Poder, Progreso, Razón y Fe

                                                                El Poder, Progreso, Razón y Fe[1]
  

                       
              Pilar Sánchez Álvarez
               Instituto Teológico Franciscano

              
Cada momento histórico ha percibido lo humano de forma diferente produciéndose saltos de una época a otra, y esto ha creado verdaderos sobresaltos con cada descubrimiento, porque siempre se abre junto a ese avance  un espacio de incertidumbre.
               Este proceso histórico  significa para  el hombre  grandes posibilidades materiales pero conlleva responsabilidades personales, morales e históricas. Los tres elementos que siempre están en juego en este devenir  son la naturaleza, el hombre y el prójimo.
Todo incremento de poder frente a la naturaleza es un incremento de dignidad del hombre ante sí mismo pero también de responsabilidad ante el prójimo; no son elementos aislados, porque estos progresos inciden en estos tres elementos necesariamente.
                  Es imprescindible  que el poder sobre  ella vaya asociado al poder moral y espiritual. Un ejemplo claro de esta afirmación es el poder adquirido con el conocimiento de la energía atómica, el estudio de la naturaleza, de cómo se comporta la materia,  pero debe ir unido a la reflexión del uso que se haga sobre este conocimiento, la responsabilidad personal y colectiva de ello, de los beneficios o amenazas para los hombres...
              
Por tanto, es fundamental preguntarse la relación entre el hombre, la naturaleza y el prójimo en el momento actual para conocer no solo las glorias, sino las amenazas, los peligros, el estatus moral y la apuesta histórica de cada generación, en esta época actual.
Es en la Edad Moderna  cuando el hombre  cambia la mirada admirativa sobre la naturaleza por la acción de investigar sus leyes, sus ritmos, cómo dominarla, convirtiendo desde ese momento el saber en  poder. Sin embargo, para entender ese cambio en el pensamiento, se necesita  volver la mirada al siglo XIII  porque es cuando se transforma la idea contemplativa del hombre imagen de Dios, semejante a Él, por otra idea en que precisamente por ser imagen de Dios puede hacer y deshacer lo que hay, es decir, se hace imagen hacedora, imagen creadora, transformadora del mundo creado porque ha recibido de Él el don de crear a partir de la materia o de la realidad.
               Después desaparece este sentido teológico y se seculariza esa idea porque el hombre se quiere origen de sí mismo, buscando en su mismidad criterios para la acción, sin relación ninguna con Dios.
               Al final de ese proceso la naturaleza se convierte en cultura, en civilización, porque casi todo el universo del hombre está transformado, con un orden impuesto por el hombre.
Olegario González de Cardedal escribe:
La naturaleza, es decir, aquello que estaba ahí, antes que yo y sin mí, comienza a existir no ya como lo que es ante todo por sí, sino para mí. La cultura es así el resultado del aumento permanente del poder científico y técnico del hombre sobre la realidad[2].

              
El teólogo pone una imagen que representa exactamente este cambio y es la figura de Atlas con el mundo a sus espaldas.  Y ante esa imagen la pregunta que se hace es sí el hombre puede con él.  ¿Hasta cuando ese poder no se convierte en peligro, en amenaza?, ¿dónde se ponen los límites no solo físicos, sino morales a la acción del hombre?, ¿ese peso del mundo le ha dado una responsabilidad que le convierte en esclavo de su propio poder  y esto le quita libertad?

               El poder absoluto ha tomado dos formas: la ciencia y la política y ambas   reclaman del hombre confianza y adhesión absoluta, desapareciendo la naturaleza y el individuo cuando se convierten en estructuras económicas de producción y de instituciones sociales.
               Por supuesto, la ciencia y la técnica son  necesarias y ventajosas para el hombre y aunque tienen sus peligros, sí  son ejercidas con criterios morales y con fines humanizadores son incuestionables. Lo que sucede es que el  ascenso de poder absoluto en el orden científico se ha revelado como debilidad  del orden moral. Existe una relación inversa entre ambos órdenes olvidando que  una sociedad humana, tiene que cultivar valores y experiencias que no nacen de la ciencia.
               Otro poder absoluto es el llamado Estado Moderno, que cada vez más invade el espacio del individuo, que se espera todo de él, y se le reclaman derechos, pero que cada vez es más exigente, llegando a la tiranía. Toda institución humana tiene que tener una substancia jurídica; y esta, una sustancia ética. Para ello es necesario elaborar una ética civil y una cultura abierta en los que coincidan el mayor número de realidades y esperanzas de los ciudadanos.
El teólogo sostiene:
Todo poder, para permanecer humano, remite a la conciencia y al prójimo, y tiene mayor base de sustentación y perduración en la medida en que sea capaz de llegar en libertad a más amplias capas de la conciencia y de prójimos[3].

              
En un articulo aparecido en Tendencias, escrito por Adolfo Castilla en agosto de 2015,   se insiste en la idea expresada por este teólogo varias décadas anteriores, aunque Castilla da datos actuales, visto hoy como normales,  que deben llevar a una reflexión profunda porque peligra la humanidad ante algunos avances de la ciencia y la tecnología.
El autor expone que el tema de un hombre generado in vitro, mejorado genéticamente, biónico, e incluso, clonado, se trata con naturalidad, ya sea para oponerse a ello o para defenderlo. El tema legal no esta claro y algunas publicaciones hablan de un nuevo salto evolutivo del hombre máquina;  del mundo artificial como todo aquello incapaz de aparecer de manera espontánea fuera del hábitat del ser humano o de cualquier derivación de dicho hábitat, despreciando  todo lo natural y la naturaleza propiamente dicha; de la clonación; de la biónica; del ser posthumano; de la selección de genes de un embrión...
La tecnología es siempre neutral y lo que puede ser bueno o malo es su aplicación.
Arnold Gehlen[4]  afirma que el conjunto de ciencia, aplicación técnica y aprovechamiento industrial hace tiempo que es en sí mismo una superestructura automatizada y totalmente indiferente  respecto a lo ético.
              
Cuando el funcionamiento técnico determina todo, el sujeto es marginado  porque si se le deja, puede frenar la  eficacia técnica. El hombre ya no cuenta, son lo poderes anónimos quienes determinan. Se produce un crecimiento de poder y una anulación de la humanidad, porque si los logros son beneficiosos no cuentan los individuos individuales. El hombre ya no es hombre, no piensa, no ejerce su libertad porque se ha socializado y universalizado las conciencias.
               Pero  lo más grave  de esta deshumanización es la comprensión filosófica del hombre en este contexto, el rechazo de una ontología antropocéntrica, bien negando que el sujeto sea lo primordial en la realidad, pasando del sujeto al objeto, (anulando todo teología),  bien viendo el problema humano en la dialéctica hombre-animal  siendo la biología quien tiene la primera y la última palabra, o bien, la reducción antropológica a la física, siendo  el hombre solo materia.
               Es cierto que en el momento actual hay un rechazo de la razón a estas posiciones, y a los movimientos de corte fascista que generaron estas compresiones antropológicas.
Después de lo expuesto, frente a estas posiciones deshumanizadoras hay que recuperar la conciencia entendiéndola como con-ciencia, es ciencia y algo más. El teólogo anteriormente mencionado, informa respecto a la con-ciencia:

Ese con  remite al orden personal, donde la racionalidad se inserta la totalidad de lo real y se ordena al prójimo, individual y colectivo. Hay que defender la razón y la conciencia[5].

               Olegario González de Cardedal, no da consejos, ni normas, sino que presenta modelos de humanidad, con personajes diversos, personas que dejan cauces a la conciencia, a la razón, implantados en la realidad, libres, que tuvieron ciencia y vivieron con conciencia en nuestra historia.

               Al hablar de la conciencia y el prójimo el pensamiento del siglo XX ha tenido que:

               1. Reconquistar el yo frente a los poderes del ello; primacía de la conciencia sobre la ciencia.  Se lo debe al existencialismo y al personalismo.

               2.  Recuperar el tú frente a los poderes del yo: conquista de la alteridad, frente a ontologismos e idealismo alemán, realizada por la reflexión normalmente religiosa, en primer lugar judía y luego católica, que ha iluminado la sacralidad de cada rostro humano y su inviolabilidad  y por el pensamiento marxista, que ha hecho que el tú se enfrente al yo para reclamar la suyo.

               El hombre está ordenado al otro y desde este aserto surge una ontología, una ética y una teología, porque solo ante la alteridad el hombre  se reconoce a sí mismo, y frente a ese  otro, aparece el consentimiento y el rechazo, pasando la racionalidad a segundo plano, entrando en juego la voluntad, la libertad, el amor y el desamor.
               Con el prójimo, la conciencia sabe de él y sabe también de sí mismo. Dios, como prójimo absoluto, viene por la palabra y por la faz del prójimo y con El adquiere sentido su vida. Para recuperar la dignidad humana es necesario recuperar la conciencia, salir de sí mismo y desbordarse hacia el prójimo.
González de Cardedal afirma que hay que hacer un triple proceso para recuperar la conciencia :
               • Anagnórisis o reconocimiento de su interna deshumanización
               • Catarsis o purificación del pasado
               • Metamorfosis o transformación hacia un nuevo sentido con nuevos valores.
               El asevera  en el mismo libro, al contemplar a Dios en la Cruz, a ese Dios amor:
El hombre ha sabido definitivamente quién es él mismo, cuando ha descubierto al otro como prójimo y sobre todo cuando a uno de sus hermanos, próximo y cercano a su historia, le ha reconocido como Dios. Este prójimo absoluto nos ha permitido saber de nuestra identidad. Por ser él nuestra suprema circunstancia, nuestro tú de enfrentamiento en suprema debilidad, y vulnerabilidad, sabemos ya los hombres a qué estamos llamado. Esa proximidad ha constituido el sello definitivo y el definitivo trascendimeinto a la vez de nuestra conciencia.

 Una de las proposiciones actuales es reivindicar que el progreso acaba con lo religioso, es decir, siguiendo lo manifestado por el llamado proceso de secularización, los avances científicos, la tecnología, acabaría con la religión, aserto que no se ha cumplido después de varias décadas en que se mantenía esta afirmación como un hecho incuestionable. 
               
               
Javier G. F-Cuervo ha preguntado al Padre Rafael Pascual, Director del Instituto y del Máster de Ciencia y Fe del Ateneo Regina Apostolorum de Roma,  el día 12/09/2015, en Perú. Ante la pregunta  de si  existe realmente alguna relación entre progreso y ateísmo, el padre Rafael expone  que es necesario aclarar qué es el progreso porque siempre se habla de progreso en términos económicos, olvidando el punto de vista humano, olvidando a la persona que en definitiva, es lo que verdaderamente vale, por lo que ese paralelismo entre progreso y ateísmo no es correcto.
               Afirma que entre Ciencia y Fe no hay contradicción, porque el dios que encuentra la ciencia como causa primera, como origen del universo, es un dios que no basta, este dios sería un primer paso para llegar a Dios personal, providente y actuante.
Así mismo, el Papa Benedicto XVI cuando era profesor de teología en la Universidad de Bonn  en la conferencia El Dios de la fe y el Dios de los filósofos hacía ver cómo en realidad no se contraponen, sino que de alguna manera se complementan.  En esta conferencia afirmó que obviamente el Dios de la fe va mucho más allá del Dios de los filósofos, pero no es algo que se opone o se contrapone, sino que ya el paso sucesivo es ese encuentro personal, porque Dios no es simplemente una Causa Primera, ese Motor Inmóvil de Aristóteles, sino que es un Dios personal que entra en relación con sus creaturas. La relación entre el Creador y las creaturas no solo como Causa Eficiente, es también una relación que implica, en el caso del hombre, una relación interpersonal. Y por eso hace falta dar ese paso del encuentro con el Dios Vivo, el Dios que entra en relación y en comunión con el hombre.
El Padre Rafael Pascual insiste en la entrevista  antes mencionada,  que no hay que tener miedo a la razón, porque la razón no es enemiga de la fe, es un don de Dios  y por tanto, el cristiano tiene que formarse.
              
           En el Auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas del Campus San Andrés de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, de Chile, el profesor  Olegario González Cardedal dictó   la conferencia “Retos y perspectivas de la Teología en la cultura contemporánea” en el año 2009.
               Según el teólogo, resulta relevante comprender el rol de las ciencias “algunas de ellas aportan eficacia, como la física o la química, transforman la materia y nos facilitan la vida. Otras ciencias como la filosofía abren la inteligencia y el corazón humano a otras fuentes de esperanza y la teología se abre a una fuente de esperanza absoluta con Dios y a una dignificación íntima de la vida humana”.
               Ninguna ciencia debe pretender ser absoluta, porque no pueden responder a los grandes interrogantes del hombre sobre su origen, verdad o muerte. Solo la teología puede aclarar su sentido a la luz de figuras creadoras, comenzando por Jesús de Nazaret.
                Si se entiende el poder científico o político con conciencia, el progreso científico  unido a la ética, al hombre como alteridad y encuentro con el Dios personal, no existe contradicción entre razón y fe.




[1] Este trabajo está basado en  el  pensamiento del teólogo Olegario González de Cardedal.
[2] O. González de Cardedal; El poder y la conciencia. Rostros personales frente a poderes anónimos, Madrid 1985, 27.

[3] O.  González de Cardedal, El poder…,39.
[4] A. Gehlen, El hombre: su naturaleza y su lugar en el mundo. Salamanca 1987.
[5] O. González de Cardedal, El poder…,54.

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