domingo, 20 de septiembre de 2015

Francisco de Asís. La Misericordia II.

                                                   LA MISERICORDIA   
                      «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       


                                                                     II

                                                          
1.- «A fray N., ministro: «El Señor te bendiga» (cf. Núm 6,24)».

Francisco comienza con el principio de la bendición que escribe a fray León, tomada del libro de Números: «El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro a ti y te dé la paz (Núm 6,24-26). El Señor te bendiga, fray León» (cf. Núm 27b)[1].  
Francisco parte desde una perspectiva divina. Su bendición entraña un doble movimiento. El primero va del hombre a Dios, «bene dicere» «eu-logeo» «hablar bien» de Él; y «hablar bien» entraña situar la vida bajo su perspectiva creadora, providente y salvadora. Es la atmósfera que respira el creyente y que le da fortaleza para el día; por eso le bendice a la aurora, al mediodía y al atardecer[2]. El segundo movimiento se inicia en Dios, y busca cambiar las situaciones personales y sociales adversas por otras favorables, fruto de la acción divina. Es el favor divino dirigido a una criatura. Signo ―imposición de manos, señal de la cruz, etc.―y palabra, por consiguiente, se transforman en una mediación salvadora. Signo y palabra es una acción creadora y eficaz: realiza lo que dice. Es como se entiende el término «berakâ»: transmitir lo mejor que tiene una persona ―salud, paz, bienes, etc.― a otra, pero en cuyo trasfondo se sitúa el Señor como el dispensador de todos los bienes[3].
Cuando Francisco bendice, invoca el favor divino sobre el Ministro, porque todo lo que «mira» el Señor hace que se creen o aumenten aquellos valores y bienes que constituyen la felicidad en la vida humana, y también su relación de amor, relación que transmite los dones y frutos del Espíritu: «Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios»; y «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza»[4].  La bendición, además de los dones descritos por Pablo, se pide al Señor todos los bienes que contempla la esperanza humana. Es una condensación de todo bien posible. Por eso, se solicita al Señor protección del don de la vida, que sus ojos brillen de bondad y misericordia―como Francisco le dirá al Ministro— y le dé el bien mesiánico de la paz[5].





[1] La bendición se encuentra en Ordo ad clericum faciendum, un fragmento de un pontifical del siglo XII, que seguramente escuchó Francisco en una ordenación, cf. I. Rodríguez Herrera, Los Escritos, 110; cf. 2Cel 49; D. Elcid, Compañeros Primitivos de San Francisco. Madrid 1993, 139–164; D.V. Lapsanski, «Autographus on the Cartula of S. Francis», en AFH 67 (1974) 18-37.
[2]  Cf. Dan 3,26-27; Mc 10,16; Lc 1,31.42.46.68; 2,28; 24,51; Jn 11,41; etc.
[3] Gén 1,28; 17,7; 26,3; 27,1-27; etc.
[4] Textos: 1Cor 12,3-4; Jn 14,26. Gál 4,6; 5,22-23; Rom 8,15-17; cf. Is 11,2.  
[5]A. González Lamadrid, Números. Salamanca 1990, 46-48; R. P. Knierim―G. W. Coats, Numbers. Grand Rapids (Michigan) 2005, 93-97; F. Varo, Números. Bilbao 2008, 73-74. 

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