Oración
Cristo Rey [C]
Evangelio de Lucas
El pueblo estaba mirando, pero los
magistrados le hacían muecas [a Jesús], diciendo: «A otros ha salvado; que se
salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban también
de él los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres
el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también encima de él un
letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificado lo insultaba
diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro,
respondiéndole e increpándolo, le decía: « ¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque
recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada
malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le
respondió: «En verdad: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
1.- Las burlas. Con las afrentas a Jesús
en la cruz, se ahonda y continua el desprecio que sufre después de la sentencia
de muerte, cuando le colocan la corona de espinas. Los sabios menean la cabeza,
con lo que expresan su rechazo a Jesús; y al gesto se unen las palabras,
que son un eco de las palabras de Caifás en el proceso religioso: No puede ser
el enviado de Dios. Y los soldados también le gritan con la acusación de
Pilato: «rey de los judíos», como ha
quedado establecido en el juicio y reza la sentencia escrita en la tablilla.
Muchos cristianos de todos los tiempos saben
del desprecio de las instituciones políticas, económicas y sociales. Y muchos
cristianos de todos los tiempos experimentan persecuciones e incomprensiones de
sus compañeros, de sus conocidos, de sus familiares. Como Jesús, hay que unirse
a la raíz de la vida, a Dios, porque Él dará la fuerza para no caer en la desesperación
o en el rechazo de la existencia. Y sólo Él puede mantener la esperanza de cambiar
el mal por el bien, como ocurrió con la Resurrección. Lo que no vale es pactar
con el mal, aunque los beneficios sean evidentes.
2.- La salvación. Lucas
presenta a dos bandidos junto a Jesús. Uno le injuria, el otro no. El que le
injuria le pide que le baje de la cruz, pensando que el Mesías es todopoderoso,
como quien le envía: Dios. Quiere vivir, huyendo del sufrimiento. Jesús guarda
silencio, como lo ha hecho con las injurias anteriores. La respuesta la recibe
de su compañero, que le llama la atención sobre el temor al juicio divino al
que se va a someter muy pronto. Su defensa de Jesús, hace que le adelante la
salvación al momento de morir: hoy estarás conmigo en el paraíso.
No es tan fácil saber leer dónde está la
salvación, dónde está la felicidad. Si nos guiamos, como el mal ladrón, por los
sentimientos inmediatos, podemos errar. Nunca, sin embargo, nos equivocaremos,
si nos adherimos al bien, a la defensa de la vida, a beneficiar a los
marginados y menesterosos. Para ello hay que vivir desde el amor divino, para
no buscar la recompensa a nuestros servicios. Jesús dona gratuitamente la
salvación al buen ladrón.
3.- El letrero
de la cruz: rey de los judíos. En la cruz, es evidente que Jesús no es rey como suena esta
palabra y concepto en la historia humana.
Pero tampoco, y esto es más doloroso para Jesús y la comunidad cristiana, no es «señor» por su unión con Dios y su
pretensión de ser su revelador de amor misericordioso. Pues su reivindicación
es una clamorosa mentira ante los acontecimientos. La gente que le mira desde
la muralla se encarga de acentuar su fracaso o su ridícula aspiración. Tanto en
la vida personal, como fraterna, los cristianos y los franciscanos sabemos de
las incomprensiones y persecuciones. Y no hay que justificar el bien, o la vida
orientada desde el amor del Padre, con peleas callejeras, o ante el imponente
poderío de los medios adversos a la fe. El amor se abre paso por sí mismo, y si
los hombres lo destruyen, ya se encarga el Señor de resucitarlo. «Si el grano
de trigo no muere……».
Reconocerse pecador es el primer paso de la
conversión, que se afianza con una llamada a la misericordia de Jesús, porque
«no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan». Y
aquí sí que es rey Jesús: cuando salva y le devuelve el sentido de vida al
crucificado.