Los
misterios de la vida de Cristo
en predicadores
franciscanos del Siglo de Oro (1545-1655)
Francisco Henares Díaz
Instituto Teológico de
Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum
Por
Vicenzo Battaglia
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Antonianum
 |
V. Battaglia |
En
este ensayo, Francisco Henares Díaz ha puesto en práctica su competencia en el
campo de la filología, de la literatura, de la historia, de la oratoria sacra y
de la teología, creando un estudio muy interesante y original acerca de los
predicadores franciscanos del llamado Siglo
de Oro español centrando la investigación sobre todo en cómo han ilustrado,
en sus sermones, los misterios de la vida de Cristo, y cómo han sabido unir
junto a la enseñanza doctrinal, acompañada de oportunas aplicaciones morales,
un apasionante influjo espiritual y pastoral. Estrechamente unida a Jesucristo está
su Madre, la Inmaculada Virgen María, los contenidos sobre temas mariológicos
tratados por los predicadores franciscanos españoles contribuyen a enriquecer
ulteriormente la exposición hecha por el autor. Gracias a su cualidad de
investigador laborioso y de estudioso experto – que lo han llevado a producir
ya varios libros y artículos científicos; recordemos por ejemplo las
publicaciones inherentes a la historia y a la literatura del Sureste español-
Francisco Henares Díaz pone a nuestra disposición los frutos de una intensa
investigación, conducida de modo riguroso, bien bajo el perfil metodológico,
bien bajo el perfil argumentativo, coronando así también un ciclo de estudios
académicos con la consecución del doctorado en teología, en la especialización
de Dogmática en la Pontificia Universidad Antonianum.
La exposición amplia, bien
articulada, bien documentada, queda
organizada en cinco partes, abarca 24 capítulos, y confirma la extensión y la
riqueza tanto del material bibliográfico, buscado meticulosamente en los
archivos y en las bibliotecas, cuanto de los oradores traídos a examen. La
primera parte pone a nuestra disposición un tratamiento ejemplar sobre la
retórica practicada en el período histórico elegido, que está comprendido entre
el Concilio de Trento y el siglo XVII.
El autor describe con tino el género literario y homilético de los sermones;
presenta las fuentes (de la Sagrada Escritura hasta las mismas crónicas
locales), los predicadores, y las
circunstancias en las cuales los sermones se pronunciaban. A partir de la
segunda parte se pone a disposición de los estudiosos una documentación tanto
perspicua cuanto preciosa, ya sobre la vida y sobre la actividad oratoria de
numerosos predicadores, ya sobre contenidos doctrinales, espirituales y
formativos de sus sermones. El título dado a la segunda parte resume bien estos
contenidos y los objetivos que la justifican: “Docere, delectare, movere:
predicadores más significativos y su enseñanza teológica. Entre doctrina y
experiencia espiritual”. Los tres vocablos, docere,
delectare, movere resaltan no sólo la finalidad pastoral de la actividad
oratoria, sino también la capacidad, la preparación y las dotes que los
predicadores debían poseer para desarrollar un ministerio que era y resulta
siempre vital en la historia y en la vida de la Iglesia. Docere, delectare, movere son tres palabras fundamentales
para subrayarlas y valorarlas adecuadamente. Señalan, además, con una cierta
precisión iluminadora, dos componentes de una metodología que, en realidad, no
caracteriza sólo a la oratoria sacra, sino al arte de la reflexión sobre el
misterio cristiano en cuanto tal, en sentido general. Los dos componentes son
la via veritatis y la via amoris. Estas dos llevan adjuntas una tercera, que
indicaremos más adelante.

Los
predicadores franciscanos españoles del Siglo de Oro eran conscientes, antes de
nada, de ser maestros y formadores del pueblo de Dios; lo debían guiar bajo la
via veritatis, bajo la vía de la verdad
que salva, revelada definitivamente por Cristo Jesús. Henares Díaz demuestra de
manera convincente este primer aspecto: la centralidad, en efecto, del misterio
de Jesucristo y de los misterios de su vida, desde la Encarnación a la Pascua y
a la Parusía. Esta centralidad emerge como un dato doctrinal característico
tanto de la enseñanza impartida por los predicadores, cuanto de su experiencia
espiritual. Y ¿dónde lo han conseguido si no, ante todo, de la Sagrada
Escritura, del conocimiento y de la meditación asidua de los relatos
evangélicos? Además, ¿dónde se encuentran y se celebran los misterios de la
vida de Cristo, sus palabras y sus obras, si no particularmente en la liturgia,
en la celebración del año litúrgico con sus tiempos y sus fiestas? El autor
hace notar muy oportunamente, que estos son los contextos, que estas son
las fuentes perennes e inextinguibles que han alimentado el arte oratorio de
los predicadores franciscanos. “No tiene la oratoria sacra que ir muy lejos a
buscar el agua viva. Más aún: esa oratoria es un hilar y rehilar el evangelio
una y otra vez. Los sermonarios son la ilustración viva de que la Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros” (pág. 55). A este propósito dirijo al
lector sobre todo a la quinta parte del libro, intitulada: “Los misterios de la
vida de Cristo y la vivencia espiritual del año litúrgico”, que responde, entre
otras cosas, al intento de querer delinear una “reescritura de un mismo texto
evangélico contemplado desde varios oradores concretos, comparando a cada cual
con los demás”. (pág. 519).

La
via veritatis, después, solicita y alimenta también un adecuado
recurso a la
via amoris. Son numerosas las ocasiones en la cuales Henares Díaz señala cómo los predicadores buscaban suscitar
y expresar más intensamente la sensibilidad afectiva de sus oyentes,
conduciéndolos también a compartir los sentimientos de Cristo, al igual que los
sentimientos de su Madre. Señalo sólo un ejemplo, pero muy iluminador: el
capítulo 22, en el cual nos son presentados los sermones que tienen que ver con
la Pasión del Señor Jesús y la pasión de la Virgen María. Aquí, como en otros
lugares del texto, se deduce que la doctrina
y la sensibilidad afectiva pertenecen al registro de una reflexión de
naturaleza sapiencial, en la cual se entrecruzan en sinergia el “saber” y el
“sabor”, el saber que mira al conocimiento de la verdad y el sabor que mira al
gusto producido por el amor.
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Melchor de Huélamo |
En
tercer lugar, el recorrido temático del volumen puede ser comparado a una
exposición de obras pictóricas. Visitando una exposición se atraviesan varias
salas y se nos empuja a detenernos a admirar, unos tras otros, los cuadros
expuestos para entrar en sintonía con la sensibilidad de los artistas y para
tratar de comprender, de apreciar y de degustar cuanto han querido expresar a
través de sus cuadros, incluida la tonalidad de los colores. Leyendo la obra
compuesta por Henares Díaz, a medida que se avanza, se entra en contacto con un
mundo, el de la oratoria sacra, que nos enseña, progresivamente, a sumergirnos
siempre más en la misteriosa profundidad de Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios
y Salvador del mundo. Esta enseñanza se nos ofrece por muchos predicadores de
los cuales Henares Díaz, en su papel de guía sabio y experto, hace conocer los
rostros, las vicisitudes y la actividad oratoria. Y son personajes de los
cuales, quizás, en la mayor parte de los casos, se ignoraba hasta la
existencia. El autor los ha hecho salir de los archivos de las bibliotecas y los ha presentado – los
ha puesto en exposición- preparando con su texto una galería de arte. Pasan así
delante de nosotros, o mejor tenemos la oportunidad de poder encontrar y
escuchar oradores como fray Antonio de Guevara, fray Francisco de Osuna, los
“Cinco Diegos” (a los cuales está dedicada la tercera parte de la obra), fray
Juan de los Ángeles (el primero de la reseña delineada en la parte cuarta que
repasa una serie de predicadores activos entre el siglo XVI y XVI), Melchor de
Huélamo, Alfonso Sanzones, Felipe Ruiz, Alonso Lobo y muchos otros. Quien quisiere documentarse
todavía más, encuentra en el Apéndice un catálogo de los predicadores
franciscanos españoles e italianos que han trabajado entre los años 1545-1650.

He utilizado
aposta la imagen de la galería de arte porque esta publicación tiene mucho que
ver también con la via pulchritudinis,
la tercera componente de la metodología señalada antes. Teniendo en
cuenta la prospectiva enunciada de los tres vocablos mencionados más atrás, docere, delectare, movere, se
puede valorar adecuadamente la
intrínseca componente estética del arte oratorio, igualmente bajo el perfil de
la técnica. Es mérito del autor haber puesto en candelero la interdependencia
armoniosa entre la belleza del saber hablar al pueblo de Dios y la belleza de
los contenidos propuestos por el predicador, respecto de la contemplación de
Jesucristo, fuente de toda belleza. El predicador, por tanto, buscaba
representar, escenificar de manera eficaz delante de los ojos, de la mente y
del corazón de sus oyentes los distintos misterios de la vida de Cristo, para
conmover con la contemplación creyente y amorosa de su Señor y Salvador. En el
contexto del capítulo segundo, en el cual viene explicada la técnica de
composición de un sermón, se lee esta observación iluminadora: “Desde la
visualización de los misterios de Cristo, inexplicable resulta la dramatización
del sermón sin las figuras retóricas que lo hacen posible. Una de ellas pintar
para los oídos, es decir, predicar a los
ojos, el pincel de la lengua, la plasticidad en la que es maestro buena
parte del sermonario clásico” (pág. 59). Entre los muchos ejemplos, señalo el
que mira al coloquio de Jesús con la Samaritana, comentado por Diego de la
Vega; aquí se habla de belleza de la conversión (pág. 383). En la
recapitulación final, después, el autor sostiene que “no hay sermonarios que no
hablen de la via pulchritudinis, del
alma que pretende volar más alto, porque el vuelo bajo nunca sacia” (pág. 654).
Este subrayado acerca de la experiencia espiritual, sobre la vida de comunión
con Cristo Jesús a la cual aspira el alma empujada de un amor de naturaleza
esponsal, corona en último análisis la aportación doctrinal y formativa ofrecida
por los predicadores franciscanos del Siglo de Oro.
Al
concluir esta presentación, querría subrayar, por encima de todo, que el
estudio de Henares Díaz presenta, entre sus muchos valores, también el de poner
a disposición de los lectores y de los estudiosos una reflexión científica que
conduce a apreciar la intrínseca relación armoniosa entre la via veritatis, la via amoris y la via
pulchritudinis. Son los tres
componentes esenciales del modo cristiano de acercarse a los misterios de la fe,
concentrados en el misterio de Jesucristo. La práctica de esta metodología es
vital, ante todo para la predicación, que está al servicio de la
evangelización. Si se quisiera proponer una síntesis en prospectiva
metodológica, se podría sugerir la siguiente hipótesis de trabajo: la via veritatis y la via amoris confluyen en último análisis
en la via pulchritudinis. La
Belleza, efectivamente, como se deduce tanto de la historia de la cultura como
de la historia del pensamiento cristiano, es esplendor de la Verdad y del
Bien/del Amor: la Belleza es tal, es fascinante, sólo cuando y sólo porque
ahonda las raíces en la Verdad y en el Amor y los irradia.

En
fin, me parece importante y del todo pertinente afirmar que el texto de Henares
Díaz reclama la atención sobre la perenne validez de la tarea que la
predicación desarrolla al servicio de la evangelización. Pero para que sea
verdaderamente fructuosa y eficaz, la predicación debe alimentarse, antes de todo,
en la fuente perenne de la Sagrada Escritura, y exige una preparación seria,
rigurosa, adecuada. La reciente exhortación apostólica
Evangelii gaudium del papa Francisco recuerda, según la perenne
tradición de la Iglesia que “la Sagrada
Escritura es fuente de evangelización. Por tanto, urge formarse continuamente a
la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente
evangelizar” (númº. 174). Los predicadores franciscanos españoles del Siglo de
Oro eran conscientes y nos lo enseñan.
Ed. Espigas/Ediciones Instituto Teológico OFM (Univ.
Pontificia Antonianum), Murcia 2014, 762 pp., 17 x 24 cm. (ITM. Serie Mayor
60).