Los
misterios de la vida de Cristo
en predicadores
franciscanos del Siglo de Oro (1545-1655)
Francisco Henares Díaz
Instituto Teológico de
Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum
Por
Vicenzo Battaglia
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Antonianum
V. Battaglia |
La exposición amplia, bien
articulada, bien documentada, queda
organizada en cinco partes, abarca 24 capítulos, y confirma la extensión y la
riqueza tanto del material bibliográfico, buscado meticulosamente en los
archivos y en las bibliotecas, cuanto de los oradores traídos a examen. La
primera parte pone a nuestra disposición un tratamiento ejemplar sobre la
retórica practicada en el período histórico elegido, que está comprendido entre
el Concilio de Trento y el siglo XVII.
El autor describe con tino el género literario y homilético de los sermones;
presenta las fuentes (de la Sagrada Escritura hasta las mismas crónicas
locales), los predicadores, y las
circunstancias en las cuales los sermones se pronunciaban. A partir de la
segunda parte se pone a disposición de los estudiosos una documentación tanto
perspicua cuanto preciosa, ya sobre la vida y sobre la actividad oratoria de
numerosos predicadores, ya sobre contenidos doctrinales, espirituales y
formativos de sus sermones. El título dado a la segunda parte resume bien estos
contenidos y los objetivos que la justifican: “Docere, delectare, movere:
predicadores más significativos y su enseñanza teológica. Entre doctrina y
experiencia espiritual”. Los tres vocablos, docere,
delectare, movere resaltan no sólo la finalidad pastoral de la actividad
oratoria, sino también la capacidad, la preparación y las dotes que los
predicadores debían poseer para desarrollar un ministerio que era y resulta
siempre vital en la historia y en la vida de la Iglesia. Docere, delectare, movere son tres palabras fundamentales
para subrayarlas y valorarlas adecuadamente. Señalan, además, con una cierta
precisión iluminadora, dos componentes de una metodología que, en realidad, no
caracteriza sólo a la oratoria sacra, sino al arte de la reflexión sobre el
misterio cristiano en cuanto tal, en sentido general. Los dos componentes son
la via veritatis y la via amoris. Estas dos llevan adjuntas una tercera, que
indicaremos más adelante.
Los
predicadores franciscanos españoles del Siglo de Oro eran conscientes, antes de
nada, de ser maestros y formadores del pueblo de Dios; lo debían guiar bajo la via veritatis, bajo la vía de la verdad
que salva, revelada definitivamente por Cristo Jesús. Henares Díaz demuestra de
manera convincente este primer aspecto: la centralidad, en efecto, del misterio
de Jesucristo y de los misterios de su vida, desde la Encarnación a la Pascua y
a la Parusía. Esta centralidad emerge como un dato doctrinal característico
tanto de la enseñanza impartida por los predicadores, cuanto de su experiencia
espiritual. Y ¿dónde lo han conseguido si no, ante todo, de la Sagrada
Escritura, del conocimiento y de la meditación asidua de los relatos
evangélicos? Además, ¿dónde se encuentran y se celebran los misterios de la
vida de Cristo, sus palabras y sus obras, si no particularmente en la liturgia,
en la celebración del año litúrgico con sus tiempos y sus fiestas? El autor
hace notar muy oportunamente, que estos son los contextos, que estas son
las fuentes perennes e inextinguibles que han alimentado el arte oratorio de
los predicadores franciscanos. “No tiene la oratoria sacra que ir muy lejos a
buscar el agua viva. Más aún: esa oratoria es un hilar y rehilar el evangelio
una y otra vez. Los sermonarios son la ilustración viva de que la Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros” (pág. 55). A este propósito dirijo al
lector sobre todo a la quinta parte del libro, intitulada: “Los misterios de la
vida de Cristo y la vivencia espiritual del año litúrgico”, que responde, entre
otras cosas, al intento de querer delinear una “reescritura de un mismo texto
evangélico contemplado desde varios oradores concretos, comparando a cada cual
con los demás”. (pág. 519). Melchor de Huélamo |
He utilizado
aposta la imagen de la galería de arte porque esta publicación tiene mucho que
ver también con la via pulchritudinis,
la tercera componente de la metodología señalada antes. Teniendo en
cuenta la prospectiva enunciada de los tres vocablos mencionados más atrás, docere, delectare, movere, se
puede valorar adecuadamente la
intrínseca componente estética del arte oratorio, igualmente bajo el perfil de
la técnica. Es mérito del autor haber puesto en candelero la interdependencia
armoniosa entre la belleza del saber hablar al pueblo de Dios y la belleza de
los contenidos propuestos por el predicador, respecto de la contemplación de
Jesucristo, fuente de toda belleza. El predicador, por tanto, buscaba
representar, escenificar de manera eficaz delante de los ojos, de la mente y
del corazón de sus oyentes los distintos misterios de la vida de Cristo, para
conmover con la contemplación creyente y amorosa de su Señor y Salvador. En el
contexto del capítulo segundo, en el cual viene explicada la técnica de
composición de un sermón, se lee esta observación iluminadora: “Desde la
visualización de los misterios de Cristo, inexplicable resulta la dramatización
del sermón sin las figuras retóricas que lo hacen posible. Una de ellas pintar
para los oídos, es decir, predicar a los
ojos, el pincel de la lengua, la plasticidad en la que es maestro buena
parte del sermonario clásico” (pág. 59). Entre los muchos ejemplos, señalo el
que mira al coloquio de Jesús con la Samaritana, comentado por Diego de la
Vega; aquí se habla de belleza de la conversión (pág. 383). En la
recapitulación final, después, el autor sostiene que “no hay sermonarios que no
hablen de la via pulchritudinis, del
alma que pretende volar más alto, porque el vuelo bajo nunca sacia” (pág. 654).
Este subrayado acerca de la experiencia espiritual, sobre la vida de comunión
con Cristo Jesús a la cual aspira el alma empujada de un amor de naturaleza
esponsal, corona en último análisis la aportación doctrinal y formativa ofrecida
por los predicadores franciscanos del Siglo de Oro.
Al
concluir esta presentación, querría subrayar, por encima de todo, que el
estudio de Henares Díaz presenta, entre sus muchos valores, también el de poner
a disposición de los lectores y de los estudiosos una reflexión científica que
conduce a apreciar la intrínseca relación armoniosa entre la via veritatis, la via amoris y la via
pulchritudinis. Son los tres
componentes esenciales del modo cristiano de acercarse a los misterios de la fe,
concentrados en el misterio de Jesucristo. La práctica de esta metodología es
vital, ante todo para la predicación, que está al servicio de la
evangelización. Si se quisiera proponer una síntesis en prospectiva
metodológica, se podría sugerir la siguiente hipótesis de trabajo: la via veritatis y la via amoris confluyen en último análisis
en la via pulchritudinis. La
Belleza, efectivamente, como se deduce tanto de la historia de la cultura como
de la historia del pensamiento cristiano, es esplendor de la Verdad y del
Bien/del Amor: la Belleza es tal, es fascinante, sólo cuando y sólo porque
ahonda las raíces en la Verdad y en el Amor y los irradia.
En
fin, me parece importante y del todo pertinente afirmar que el texto de Henares
Díaz reclama la atención sobre la perenne validez de la tarea que la
predicación desarrolla al servicio de la evangelización. Pero para que sea
verdaderamente fructuosa y eficaz, la predicación debe alimentarse, antes de todo,
en la fuente perenne de la Sagrada Escritura, y exige una preparación seria,
rigurosa, adecuada. La reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa Francisco recuerda, según la perenne
tradición de la Iglesia que “la Sagrada
Escritura es fuente de evangelización. Por tanto, urge formarse continuamente a
la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente
evangelizar” (númº. 174). Los predicadores franciscanos españoles del Siglo de
Oro eran conscientes y nos lo enseñan.Ed. Espigas/Ediciones Instituto Teológico OFM (Univ. Pontificia Antonianum), Murcia 2014, 762 pp., 17 x 24 cm. (ITM. Serie Mayor 60).