Ideas claves del
estudio “Soledad y Compañía de Jesús”
de Olegario González de Cardedal
por Pilar Sánchez Álvarez
Instituto Teológico OFM
En la introducción comienza poniendo
las bases de la existencia personal de Jesús: “su condición divina y por su
destino en una historia humana de finitud y violencia” (p.54). Y esa existencia
personal con una misión salvífica está preñada de soledad pero a la vez de
acompañamiento.
La primera parte la dedica a La soledad de Jesús y su misión.
Jesús nace en un tiempo y en un
medio perfectamente determinado, pero está en este mundo perteneciendo a otro,
es una figura de tránsito porque proviene
de lejos y marcha hacia más adelante, pero viene a cumplir una misión.
No es una figura irreal, es judío, y vive la existencia propia de los hombres y
mujeres de su época.
Para
hablar de la soledad de Jesús, Olegario González de Cardedal la presenta en tres
facetas diferentes:
1º La soledad y compañía
originarias: “El Padre, realidad constituyente de Jesús, le otorga lo que
podríamos llamar su soledad y compañía originaria: soledad hacia fuera y
compañía hacia dentro”(p.57). El viene a cumplir la misión encomendada por el
Padre y a retornar hacia el lugar del que vino. Los evangelistas lo muestran como hombre y sin embargo,
preñado de majestad sagrada que le da su procedencia, su misión y su final
destinación divina. Esta dualidad real, le otorga una soledad especial frente a
nosotros y a nosotros frente a él. La
revelación nos acrecienta su Misterio, porque cuando más se conoce, más nos
concienciamos de ese Misterio. Engrandece
a los humanos porque se pone al nivel de ellos y los alza a un nuevo nivel. Jesús vive
una soledad solidaria porque
entrega su vida y a través de nuestra fe, le acompañamos y por ser Hijo,
nos otorga la filiación divina.
2º Soledad, oración y misión. ¿Cómo vive Jesús
esta soledad de determinación personal? En los evangelistas existe la conexión
entre soledad-oración y misión. En la soledad, en oración con el Padre, se
percata de su misión, que desde siempre es constitutiva de su raíz principal.
Pero es un lento descubrir lo interior
de su ser al “ritmo de su crecimiento en sabiduría y en estatura y en gracia
delante de Dios y los hombres”.
3º
Soledad metafísica. Jesús ante situaciones claves de su vida, se retira a
orar en soledad. Para Jesús no existe la soledad metafísica, pero así como la
oración entre Dios y el hombre es un punto de encuentro, entre Jesús y Dios,
entre el Padre y el Hijo, en la oración,
se encontró a sí mismo. “Si la misión es don y encargo del Padre, la
misión se aclara y se encara delante del Padre, en la actitud expectativa,
orante acogedora”(p. 62).
Formas y fases de la soledad de Jesús
•
La
soledad del Hijo encarnado y rechazado. El Hijo vino a una tierra creada por
amor para dar plenitud a todos y se sintió solo en su humanidad al ser rechazado por los suyos.
•
La soledad del hombre que tiene una misión
especial. Es la soledad interior del elegido, del que tiene que realizar algo
nuevo, llevar a una tierra nueva y dar
esperanzas. El pasar de la familia natural a la otra, a los que acogen y viven
la Palabra, de la naturaleza a lo espiritual,
lleva consigo una dolorosa soledad.
•
La
soledad del considerado traidor a su pueblo. Jesús, acreditándose con signos y
palabras como el esperado por el pueblo, unos le acogen y creyeron en él y
otros, le consideran una amenaza y un peligro y lo arrojaron como traidor.
•
La soledad del Mesías transvalorado. El
Mesías esperado por el pueblo, esas esperanzas mesiánicas tenían formas de figuras reales, sacerdotales, de profeta de
los últimos tiempos… Jesús tomó todas esas esperanzas y las transformó desde su
propia identidad personal de Hijo. Jesús, ante el rechazo de la figura del
Mesías que el representaba, sufrió la soledad ante su repudio.
•
La soledad del decepcionado ante el rechazo.
Jesús fue aceptado en los primeros momentos con entusiasmo, pero después de la
crisis galilea, no le dan crédito y lo dejan solo. Jesús se decepciona ante la
decepción del pueblo.
•
La soledad del redentor solitario y
sustituyente. Jesús conoció a la humanidad no solo en el proyecto divino sino
en su realización humana, en su debilidad, en el sufrimiento, en las
tentaciones. Y además conoció a la humanidad como redentor. No fue pecador pero
fue contado entre los pecadores. Don Olegario se pregunta hasta donde llegó esa
inserción de Jesús en el pecado, presentando las dos interpretaciones actuales,
la de Rahner (designada con la palabra solidaridad) y la de Balthasar (designada como
sustitución). La pregunta que el teólogo se hace es cómo porta Jesús nuestras
culpas y cómo quita nuestros pecado, y como rehacer nuestra relación de pecadores
con el Dios santo. Al interpretar esto afirma
en primer lugar que Dios no pudo hacer a Jesús pecado
ni maldito por ser el Hijo, por lo que esta acepción es inaceptable;
otra interpretación sería que Dios lo hizo ofrenda por los pecados y toda su vida en este mundo fue una
intercesión suplicante por todos los pecadores; y la última interpretación,
Dios dejó a su Hijo en manos de los pecadores, compartiendo todas las
consecuencias objetivas que el pecado desencadena y que afectarían a Jesús
solidario sustituto y superador de ese pecado tras haberlo padecido. Esta
última es la elegida por los mejores teólogos actuales.
Jesús se pone en el lugar de los hombres con todas las consecuencias realistas,
se adentra en ese universo objetivo del pecado y así se entiende la expiación
como la santificación. Dios deja a los hombres ser pecadores pero no puede
permitir el pecado. Por eso “Jesús se
adentra en ese universo objetivo de pecado que es la negación de Dios, en el que
están situados sus hermanos y es afectado por el rechazo también objetivo de
Dios” (p.72). Dios no condena a Jesús, pero al rechazar el pecado, Cristo
situado en el universo de los pecadores, comparte tanto su situación exterior y
la interior. Y de ahí nace la soledad del redentor. En el Hijo, converge el
rechazo de los hombres a Dios, el rechazo de Dios al pecado y la oferta de
perdón a todos los hombres. Es el mediador de la nueva Alianza entre Dios y el
hombre.
•
La soledad del agonizante. En Getsemaní es donde Jesús sufre la mayor
soledad, porque como hombre se desborda
en los sentimientos al ser llevado más allá de las capacidades
naturales. Se siente solo, débil pero disponible para el Padre. Es la agonía
del hombre que mantiene su condición divina y la soledad ante el drama de la
existencia pecadora ante Dios y el otorgamiento de la gracia definitiva de Dios
al mundo. En esa agonía Dios nos revela su amor, la seriedad del pecado así como la soledad que el pecado introduce
en el mundo. Cristo ha conocido y superado en el amor nuestra propia soledad y
nos ha salvado de ella.
•
La soledad del muerto crucificado. La muerte
es para el hombre el acoso supremo pero
por la libertad puede alcanzar las máximas posibilidades de entrega,
siendo lo decisivo en la muerte delante de quién y para quién se muere. La vida
es plenamente humana cuando se muere delante de Dios y para él. Jesús sufrió la
soledad de la muerte en la cruz, la muerte más indigna de un hombre de su
tiempo. Don Olegario se pregunta si Jesús se sintió abandonado ante Dios en su
muerte. Al analizar los evangelios se ven tres frases distintas, una de
abandono, otra de entrega al Padre , y otro de confianza en él. Ellas expresan
que Jesús vivió la soledad hasta el extremo, oró ante el Padre confiado y hizo
de la muerte una ofrenda. El grito de
abandono dado por Jesús en la cruz se podría explicar como la recitación del
salmo 22, costumbre judía quienes oraban
pronunciando las primeros versos o
frases de algún salmo, y entendiendo que este salmo canta el consuelo de Dios
al justo, por lo cual se descarta esta interpretación, no es un grito de
abandono; se podría explicar afirmando que son de desesperación negando su
mesianidad y por tanto, la no existencia de Dios, razonamiento también
descartado; o bien la soledad como dolor
que Jesús comparte y expresa ante Dios de todos los hermanos que se han sentido
la lejanía de Dios.
•
•
La soledad de Jesús se sitúa en la línea del
genio ético y desde ahí tiene una dimensión trágica. Héroe y genio ético porque tenía que mantener su fidelidad
hasta el final por ser obediente al Padre, y a su misión; un héroe consciente
de lo que debe hacer y también de lo que
los demás pueden percibir y recibir. Dimensión trágica porque el sabía que lo
que se presentaba al mundo desbordaba las capacidades históricas de una
generación. Y esto es la raíz de su suprema realidad.
Una vez analizada la soledad, entra
en la segunda parte del estudio analizando el
acompañamiento
que Jesús suscita y recibe.
El fue siempre esencialmente un
hombre de acompañamiento y compañía. Fue acompañado por su familia, por los
grupos religiosos, por la amistad de sus apóstoles, del grupo de Betania, de
personaje como Nicodemo, la Magdalena, los que curó. Pero en el evangelio no dice nada de la relación
posterior con ellos porque sus milagros no buscan ningún aprovechamiento para
él, sino la manifestación del Reino.
En
la descripción de su persona los evangelistas no lo presentan huraño, ni
retraído. La soledad de Jesús era distinta a los demás, era una soledad que
encara su misión asumiendo el dolor y la muerte, buscada con amor.
La compañía permanente de Jesús fue
con el Padre:
“Yo no estoy solo”. Una compañía en oración. No lo dejó solo ni en la muerte
y dio testimonios de la glorificación
mutua. Jamás abandonó el seno del Padre, su ser de Hijo no es plenamente
comprensible sin el Padre y Dios no se define si no se concibe como Padre de
Cristo que lo resucitó de los muertos y lo devuelve a los hombres como Reconciliador y Santificador.
Jesús nunca estuvo solo, y su figura
no se ha olvidado, no solo de manera psicológica individual sino como memoria
institucional objetiva: La Iglesia. Esta la constituye en la última
Cena y permanece como signo reconstituyente en cada eucaristía. Jesús mandó a
sus discípulos hacer en memoria suya lo realizado en la última cena, el
anticipo, la interpretación, la
corporización y la universalización mediante los signos de pan y vino, el hecho
y sentido de su muerte en la cruz. Es el memorial de su amor, del perdón y de
nuestra esperanza.
Es la compañía que Jesús da a los suyos, y la
compañía de los suyos a él. Cuando Cristo muere, después de la resurrección los
discípulos se convirtieron en confesores de Cristo y a partir de Pentecostés
surge una nueva forma de seguimiento de Jesús: la Iglesia. Compañía de Jesús a
los hombres y compañía de los hombres a Jesús. Pero esa compañía no es humana
sino divina.
La soledad de Jesús es la soledad
habitada por Dios y desde la que Dios se da a los hombres; la soledad del
hombre llamado por Cristo es la condición de su desposesión para poder
transparecer, significar y otorgar la propia compañía de Cristo a cada hombre,
la soledad de ambos para dejar paso a la compañía. Es la compañía que desde
Jesús suscita la Iglesia y abandona la soledad del mundo.
Este estudio termina con unas
reflexiones que manifiestan la línea argumental seguida en las páginas
anteriores. Jesús viene de la eternidad para revelarnos que existía la Palabra
y no el silencio; y en su encarnación como hombre nos muestra el amor inmenso
hacia lo creado.
El hombre no está solo, aunque en la
vida terrenal sienta en ocasiones la soledad, y tiene como misión descubrir la
compañía originaria, Dios. La soledad de Jesús nos abre a la muerte redentora
en solidaridad sustitutiva por todos los hombres y al misterio trinitario del
que viene como Hijo al que retorna, introduciéndonos en él por medio de su
humanidad a todos los humanos y en
cierto medida a todo el universo que tiene su anticipo en esa humanidad
glorificada.
Es necesaria una pedagogía de la
soledad como condición previa y esencial para una teología de la soledad. La soledad de
Jesús llega a la cima en la muerte redentora, y solo quien pase por ella gozará
de su compañía. Esa soledad de Jesús es el puente tendido por Dios para alcanzar
la compañía final porque él quiere que todos sus hijos se integren en él para
plenificarlos a todos. Por tanto, esa
soledad no es un fin, es un medio porque
sabemos que no estaremos solos al final, porque estamos llamados a la
deificación-filiación dada como don.
Termina sus palabras con una
afirmación que llena de esperanza al que cree en él. Dios murió en la cruz, por
mí, pasó sus soledades por mí. Ese Amor es amor hacia mí y no me abandona a la
soledad del pecado, sino a la compañía de él.
No se trata de un estudio moral, ni
antropológico, pero se deduce de todo él
comportamiento del cristiano, el espíritu de oración, las relaciones de Dios
Padre con Dios Hijo y con todos los hombres a través de la filiación divina
conseguida por la kenósis de todo un Dios.
Es un artículo teológico con un
estilo asequible, con numerosos ejemplos y explicaciones de cada frase que
aumentan la claridad. Tiene una línea discursiva circular, porque habla a la
vez de la soledad y de la compañía, del pecado y la libertad, del Amor y la
Redención y de Cruz … La soledad humana,
habitada por la gracia, es el puente para conseguir la compañía de todo un
Dios.
Este estudio teológico de Olegario González de Cardedal está
publicado en la Revista Salmanticensis 45 (1998) 55-103.