“... y la vida del mundo futuro. Amén.”
II
Origen de la expresión “vida del mundo futuro”
José
María Roncero
Instituto
Teológico de Murcia OFM
Pontificia
Universidad Anrtonianum
Esa expresión, “Vida del Mundo Futuro” es del Concilio I de
Constantinopla, el sínodo de los “150 Padres” del año 381. Es de origen
oriental y aparece ya en el Ancoratus de Epifanio de Salamina
(DH 42), del año 374 y en las Constitutiones Apostolorum del 380
(DH 62)5.
El texto de este Credo de Constantinopla aparece recogido por primera
vez en las actas de la tercera sesión del Concilio de Calcedonia6,
el 10 de octubre del año 451, y supone, en muchos aspectos, un gran avance
respecto a la formulación del tercer artículo del Credo Niceno del año 3257.
Es, además, el más ecuménico de todos los Símbolos, aceptado desde el
451 tanto en oriente como en occidente, incluida la Reforma protestante8.
En frase de John Norman Davidson Kelly, “uno de los pocos lazos que siguen uniendo
a las diferentes partes del desgarrado cristianismo”9.
De su amplia difusión en la Iglesia latina es responsable en parte un
ilustre cartagenero, San Leandro, quien influyó en Recaredo y éste en el tercer
Concilio de Toledo, del año 589, para que “en todas las iglesias de España y
las Galias se recite el símbolo del concilio de Constantinopla, o sea, el de
los 150 obispos, siguiendo con ello la costumbre de las iglesias orientales;
así que, antes de la oración del Señor, el pueblo cantará el credo, dando así
testimonio de la verdadera fe... “, como se recoge en el canon segundo de dicho
concilio10.
Así se ha mantenido ininterrumpidamente hasta la reforma litúrgica del
Vaticano II, siendo durante todos esos siglos el único Símbolo recitado en la
misa hasta que, con la paulatina aparición de los misales en lenguas
vernáculas, se permitió también recitar el Apostólico; para España e
Hispanoamérica esto ocurrió en 198811. En la tercera edición típica
del Missale
Romanum se incluyen ambas fórmulas12.
Y sigue siendo, el de Constantinopla, el que se prescribe para la
Profesión de fe que deben hacer, entre otros, “los profesores que dan clases
sobre materias relacionadas con la fe o las costumbres en cualesquiera
universidades”, según el canon 833 del Código de Derecho Canónico13.
Histórica y litúrgicamente, pues, la esperanza en la “vida del mundo
futuro” ha sido la forma más constante de confesar la fe cristiana en las
realidades venideras.
Raíces bíblicas
El origen bíblico de esta afirmación de fe hay que remontarlo hasta el
profeta Isaías. No podemos detenernos en la exégesis pormenorizada de los
mismos. Damos, simplemente, cuatro pinceladas básicas de la teología bíblica al
respecto.
1ª) Desde el Antiguo
Testamento la historia de la creación es la historia de la salvación, y
viceversa. La comunión entre lo humano y lo mundano es tal que toda acción
humana tiene una repercusión cósmica. La bendición divina, por su parte, se
extiende a todos los aspectos de la realidad creada.
2ª) Por eso, cuando Isaías
comience a hablar de "los cielos nuevos y la tierra nueva" (65,17-21
y 66,22), no está hablando simplemente del "escenario adecuado" que
ha pensado Dios para el futuro del hombre; la nueva creación es una parte
intrínseca del argumento de esta obra de salvación. “Todo lo creado
será salvado”, afirma taxativamente Ruiz de la Peña14, y no
solamente ese “sector” de la creación que es la especie humana15.
3ª) También el Nuevo
Testamento, y el propio Jesús, hablan de un futuro encarnado y cósmico. De
hecho, los “nuevos cielos y nueva tierra” de Isaías volvemos a encontrarlos en
la Segunda Carta de Pedro (3,13), y en el Apocalipsis (21,1-5), en este último
como un remake muy literal del trito-Isaías. En Ap 21,5 la expresión “Mira que
hago un mundo nuevo” aparece en boca del Cristo entronizado, pasaje que el Catecismo
de la Iglesia Católica (nº 1044) traduce como “un universo nuevo”. En
el mismo sentido se interpreta usualmente la “regeneración” (palingénesis) de
Mateo 19,28, en paralelo con la “restauración universal” (apokatástasis) de
Hechos 3,2116.
4ª) La teología paulina es
aquí igualmente decisiva. La medida de todas las cosas es Cristo, y esto tanto
en la creación como en la consumación de la creación: desde el todo fue creado por Él y para Él de Col
1,16 (cf. vv. 15-20) hasta la recapitulación crística en la plenitud de los
tiempos de Ef 1,10 (cf. vv. 21-23), para que
Dios sea todo en todo (1 Cor 15,28; cf. vv. 23-24.27). O su rotundo
...pues todo es vuestro... el mundo, la vida... el presente, el
futuro... y vosotros de Cristo y Cristo de Dios de 1 Cor 3,21-23.
Obviamente el texto capital de San Pablo es
Romanos 8,19-23: es el hombre y el mundo unidos, la creación entera,
quien espera, con “dolores de parto” la liberación. La resurrección afecta, por
tanto, a todo el universo. Dios también “ama la materia”, como dice nuestro Santos Sabugal García, y por eso la
esperanza abarca al hombre y al cosmos17.