Los discípulos después de visitar el
sepulcro vacío por indicación de María Magdalena, vuelven a Jerusalén. María
permanece junto al sepulcro llorando, como la otra María, hermana de Lázaro,
llora su muerte (Jn 11,31.33). Las lágrimas responden a la ausencia de Jesús
del sepulcro, y al comprobar la ausencia del cadáver se encuentra con dos
ángeles vestidos de blanco que custodian la tumba, y «le dicen: Mujer, ¿por qué
lloras? Responde: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto»
(Jn 20,11-13). Y es que el sepulcro no es el lugar de la muerte en el caso de
Jesús; por eso la tristeza que expresan las lágrimas no es la actitud adecuada.
Ya lo había advertido Jesús: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis
mientras el mundo se divierte; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se
convertirá en gozo» (Jn 16,20).
La primera aparición que cambia la
tristeza de los discípulos se reserva a María en el lugar que es el símbolo de
la muerte, como es el sepulcro. Por eso María deja de mirarlo, se vuelve y ve,
aunque sin conocerlo, a Jesús de pie, signo de que vive. He aquí el relato: «Dicho
esto, [María] dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no reconoció que era
Jesús. Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo
por el hortelano, le dice: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has
puesto y yo iré a recogerlo» (Jn 20,14-15). La pregunta de Jesús refuerza la
búsqueda de María y el deseo de encontrarlo, como la esposa del Cantar y el
hombre de la Sabiduría. Sólo cuando Jesús pronuncia su nombre, «¡María!», como
el esposo a la esposa del Cantar (5,2), como Dios a Israel (Is 43,1), María
reconoce a Jesús. Ya lo había predicho antes Jesús comparándose con el buen
pastor que cuida de las ovejas: «... El que entra por la puerta es el pastor
del rebaño. El portero le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas
por su nombre y las saca» (Jn 10,2-3).
Y María le responde «¡Maestro!» creyendo
recuperar las relaciones que había mantenido en la historia. Entonces Jesús
pronuncia estas palabras: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre» (20,17)
en el sentido de que pertenece a una nueva dimensión que ella todavía ni ha
comprendido ni está capacitada para compartir puesto que sólo podrá hacerlo
cuando reciba el Espíritu una vez que Jesús esté en la gloria del Padre, o al
menos haya cumplido la etapa de incorporarse a la gloria desde donde vino a
encarnarse (Jn 1,14). En efecto, María captará su nueva identidad al acoger el
Espíritu, una identidad que reviste una forma diversa a la que conoció en sus
relaciones con él anteriores a la muerte. Por eso la resurrección lleva consigo
un cambio radical en las relaciones de Jesús con sus discípulos, donde hay que
tener en cuenta la rotura de la comunicación histórica por la muerte, la
exaltación a la gloria del Padre y la búsqueda y encuentro en una nueva
presencia que requiere la fe vivida en comunidad y celebrada en la
eucaristía.
A continuación Jesús le da la misión a
María: «Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y
vuestro Dios. Llega María anunciando a los discípulos: He visto al Señor y me
ha dicho esto» (Jn 20,17-18). El mensaje de Jesús a María y a los Once es el
resumen de la presencia evangelizadora de Jesús. Él ha recreado a los hombres
haciéndolos una fraternidad, y los hombres son fraternos en la medida en que
son hijos del Padre. Dios se ha revelado en Jesús como Padre de una nueva
humanidad que se concibe como hija de Él y hermana de todos. El mensaje de
María a los discípulos ha cambiado radicalmente del primero que les dio, el
que, sin contenido, avisa que «se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20,2). Ahora Jesús vive como «hijo» de Dios
Padre y se encuentra como «hermano» entre los «hombres». Es el que ha
conseguido para toda la humanidad la relación filial con el Padre y, por ende,
revelarnos esta nueva actitud y relación de Dios para con todas las criaturas.
La nueva identidad de Jesús y de los hombres es la que deberán los discípulos
extender por toda la tierra (Mc 16,15par).