domingo, 21 de septiembre de 2014

«Los ladrones van por delante de vosotros en el reino de Dios»

            Domingo XXVI (A)

«Los ladrones  van por delante de vosotros en el reino de Dios»


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,28-32

¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

1.- Dios. Recordemos que las parábolas de los hijos del dueño de la viña, el fariseo y el publicano, el buen samaritano, etc., establecen el corte y la división entre los que se creen salvados, porque son conscientes de su fidelidad a la Ley y, por tanto, a la voluntad divina, y los que se abren al amor misericordioso de Dios que les hace ver su estado pecaminoso y les da la capacidad para rehacer su vida amando a los demás. Jesús orienta  la parábola de los dos hijos para defender ante el Israel religioso el nuevo rumbo y movimiento que toma Dios en las relaciones con sus criaturas: «Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos: —¿Cómo es que coméis y bebéis con recaudadores y pecadores? Jesús les replicó: —Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a a justos, sino a pecadores para que se arrepientan» (Lc 5,30-32; cf. Mt 9,12). Es una una cuestión de abrirse y comprender a un Dios que es misericordia; y abrir, a la vez, el corazón para acercarse a los apaleados que están tirados en los caminos de la vida.

2.- La comunidad. El hijo peor, observando la cultura y sociedad actual, no es el hijo sincero, ni el hipócrita, sino el que no sabe que es precisamente hijo. Esta es la cuestión de fondo que sucede en la cultura occidental. Nos hemos fabricado un estilo de vida que no necesitamos al Señor para llenar su tiempo. No tenemos un dueño de la viña que nos mande trabajar. No tenemos a un padre a quien amar. El tiempo transcurre muy deprisa, porque la vida la tenemos llena por tantas cosas que tenemos que hacer, tantas responsabilidades, tanto dinero que debemos ganar para cumplimentar los deseos y satisfacciones de la familia antes las propuestas continuas que nos hace la sociedad de libre mercado para vivir mejor, para ser felices. ¿Quién piensa que hay gente sufriendo? ¿Quién piensa que son como nosotros? ¿Ni sabemos que somos hijos de Dios, ni ellos, por tanto, hermanos nuestros? Solo nos acercamos a aquellos que nos favorecen o a los que podemos sacarles algo en beneficio propio. La Iglesia es la que nos debe enseñar que somos hijos del Señor y hermanos entre sí; la Iglesia es la que nos debe crear una conciencia de que somos hijos, porque el peligro está no en el hipócrita que dice sí y después no va, o el que dice no y después va a trabajar a la viña. El peligro está en el que todos creemos que somos los dueños de la viña.

3.- El creyente. La solución, como hemos dicho en el comentario al Evangelio, la tenemos en la parábola del buen Samaritano y se deduce que lo que acabamos de escribir. Pregunta Jesús al fariseo sobre quién de los testigos del hombre apaleado y orillado en el camino medio muerto se acercó a él. Es decir,  ¿quién se hizo prójimo, quién se aproximó y se acercó a la víctima de los salteadores? Porque la cercanía no crea la ayuda, como es patente en el sacerdote y levita, sino la compasión, que es la que mueve al samaritano a ayudar y convertirse en «próximo». Jesús cambia el objeto por el sujeto del amor. Este amor de misericordia, la nueva actitud de Dios para con los hombres, jamás puede delimitar su objeto, Dios es el «prójimo» de todo el mundo y el amor compasivo es lo que lo convierte en una proximidad salvadora, justamente todo lo contrario de lo que sucede en cualquier ámbito que no tiene espacio para el amor. Por eso todo aquel que se inserta y sigue este nuevo movimiento amoroso de Dios es el que realmente participa en la eternidad divina (Lc 10,25). El escriba acierta contestando: «el que lo trató con misericordia» (Lc 10,37), sin citar al samaritano, porque sería un injuria que un judío tenga encima que admitir que con quien tiene que identificarse sea con un samaritano, pues es el que ha cumplido con la ley judía del amor generoso y desinteresado. Pero Jesús remacha: «Ve y haz tú lo mismo» (Lc 10,37).




«Las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios»

Domingo XXVI (A)


                 «Las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios»

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,28-32

¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

1.- Texto.-  Jesús expone la parábola a las autoridades de Jerusalén. Es una comparación dicha en el templo. Jesús pone voz al descontento del pueblo de Israel, que rechazaba la hipocresía de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos. Ellos cumplían la legalidad vigente, sobre todo aquella que regulaba la vida cotidiana, sin embargo descuidaban la ley como expresión de la voluntad divina, que siempre favorecía a los pobres, a los débiles y a las viudas, según la gran tradición profética del siglo VIII a.C. Por eso la transposición que hace Jesús de la parábola es mordaz: las prostitutas y los ladrones ―publicanos―, los peores vistos en la sociedad, les precederán en el Reino futuro, porque escucharon la palabra del Señor y fueron capaces de convertirse, de cambiar de vida.   Dicen no a Dios con sus vidas, pero después se acercan al ámbito de su amor.

2.- Mensaje. El texto nos recuerda la lucha permanente que sostiene Jesús con los garantes de la religión israelita en el ámbito institucional ―sumos sacerdotes―, intelectual ―escribas― y espiritual ―fariseos. En los evangelios tenemos ejemplos de sobra donde Jesús va recogiendo a la gente excluida por su oficio: prostitutas, recaudadores al servicio del Imperio, pastores; o por pecadores: adúlteras, impuros, etc. , alejados de las normas divinas que regulan la convivencia en Israel. El recaudador Leví (Mt 9,9), el publicano que reza en el templo (Lc 18,9-14), Zaqueo que invita a Jesús a comer (Lc 119,1-10), María que limpia con sus lágrimas los pies de Jesús (Lc 7,36-50), la adúltera que intentan lapidarla (Jn 8,1-11), etc. No es extraño que digan de Jesús: «Comilón y borracho amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,16-19); aunque él se despache bien de ellos en el cap. 23 de Mateo. De esta forma, el cristianismo será relevante en la sociedad si como los PP. Pajares y García Viejo se acercan a los excluidos del ébola, las dominicas denuncian las mujeres que se venden como esclavas en Irak, o los franciscanos descubren que Europa está ayudando a los terroristas islámicos en Siria. Y así millones de casos donde descuidamos al que sufre, pasando de largo con una hipocresía que insulta a la conciencia cristiana y humana.


3. – Acción. El hijo que dice no, y después obedece yendo a la viña no es otro que el buen samaritano (Lc 10,35-37). Su corazón, su actitud es la que debe presidir el sentido de vida cristiana, diciendo que va a la viña, o rechazando la invitación de su dueño. Recordémoslo. Jesús narra que «un samaritano que iba de camino llegó a donde estaba el herido, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: Cuida de él y lo que gastes te lo pagaré a la vuelta» (Lc 10,33-35). Hay un contraste brutal, debido a que un samaritano, —los samaritanos son tenidos por los judíos como extranjeros y herejes—, es el que atiende al judío apaleado y medio muerto. Y siente compasión por él, como Jesús la siente por la viuda de Naín, o el padre cuando divisa al hijo perdido que retorna, o, en general, el Señor por sus criaturas. Y el samaritano, que también caía en impureza legal, le da todo lo que tiene como expresión de la compasión para recuperarle la vida: Parte de su turbante o de su túnica interior para taparle las heridas; el aceite, como ungüento para aliviar el dolor; el vino para desinfectar; la cabalgadura para transportarlo a un lugar seguro; el dinero para sanarlo y devolverle la salud. Al no evitar al apaleado, sino ir en su busca por la compasión, recupera una vida. Heridos tenemos a millones; ojalá la compasión nos acerque a ellos.