PENTECOSTÉS
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: —Paz a vosotros. Y
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: —Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
1.- El Espíritu del Señor. Todo
cambia para los discípulos con la experiencia de la Resurrección y la recepción
del Espíritu. Jesús no los deja huérfanos por más que se haya sentado a la
derecha del Padre y haya terminado su tiempo de vivir en Palestina en el ámbito
de la cultura y la religión hebrea. El Espíritu del Señor es la forma que tiene
de relacionarse con sus hijos, con sus criaturas, en definitiva, con todos
nosotros. Y la forma de relación es el amor. El Señor no sabe hacer otra cosa,
sino amarnos. Cuando nos ama en acto, nos está dando su Espíritu. Por eso su
Espíritu está en nosotros cuando somos creados, cuando somos cuidados a lo
largo de nuestra vida y cuando somos salvados. Siempre somos amados por Él,
porque su Espíritu no nos deja huérfanos, solos o aislados en nuestra vida
frente al mal o al egoísmo de los demás.
3.- El creyente. Cuando
pasan los años y miramos hacia atrás es cuando caemos en la cuenta de nuestra
transformación personal, para bien o para mal.
Es para bien cuando el Espíritu que está actuando en nuestras vidas por
medio de las cualidades que nos han transmitido nuestra familia, nuestra
cultura, nuestra fe. Si hemos empeorado en nuestras relaciones, si nos hemos
vuelto más egoístas y centrados en nosotros mismos, quiere decir que
progresamos hacia nosotros, hacia nuestros intereses. Entonces los demás se
distancian y nos dejan solos. El Espíritu, la relación de amor, crea multitud
de relaciones, que nos enriquecen y potencian nuestra vida al hacernos
desprendidos, entregados, sensibles al dolor y mal ajeno. El Espíritu bloquea
nuestras tendencias egoístas y potencia nuestras inclinaciones altruistas,
transformando todo lo que a los otros les sirve para bien.