VERDADERA Y FALSA REFORMA EN LA IGLESIA
IVES CONGAR
Bernardo
Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum
Hay obras
escritas que apenas soportan los tres meses que están como novedad en las
estanterías de los centros comerciales; otras no son capaces de resistir el
lapso de tiempo en el que las ideas que las fraguaron estuvieron de moda; las
hay también que no pueden resistir el paso de una generación. Sin embargo,
existen obras que no solo resisten el paso del tiempo, sino que se han
convertido en el soporte de las realidades que las vieron nacer, por ser
intemporal tanto el tema abordado como la forma de hacerlo. Verdadera y falsa reforma en la Iglesia
pertenece a este último grupo de obras, conformado por muy escasos y raros
libros que cada generación debe volver a hacer suyos y que pueden, incluso,
generar una verdadera vuelta a los orígenes.
Cuando
Congar publicó en 1950 esta obra puso los pilares para cualquier reforma
eclesial que no sea un mero lavar la cara, pero tampoco una traición a lo que
conforma la esencia del ser cristiano en el mundo, la Iglesia. El libro es
intemporal porque no se pretende indicar cómo hacer reformas en la Iglesia, o
como hacer reforma de la Iglesia; lo uno y lo otro están en las antípodas de
esta obra. Congar expone los criterios para llevar a cabo una reforma verdadera
en la Iglesia. Las reformas, así, en plural, no dejan de ser parches para que
la Iglesia siga sin hacer reforma, mientras que la reforma de la Iglesia no
sería sino una traición a la misma Iglesia. Se trata de llevar a cabo una
reforma constante en la Iglesia, una reforma que le lleve de forma sistemática
a los orígenes. Sin embargo, en los tiempos en que publicó Congar la obra,
causó recelo entre los miembros de la jerarquía y entre buena parte del clero.
Se aplicaba la máxima de que el amor a la Iglesia exigía el silencio respetuoso
ante aquello que no fuera demasiado ejemplar, pues la publicidad de los pecados
haría más daño a la Iglesia que la existencia misma del pecado. Esta forma de
entender el amor y sometimiento a la Iglesia no fue refutada entonces y nos ha
llevado a una situación insostenible que sólo una acción purificadora decidida
llevada a cabo por el papa Francisco parece estar revirtiendo.
El precepto
de la santidad eclesial mal entendida nos ha puesto en una situación límite que
Congar apenas vislumbró, pero a la que supo poner los remedios ya en 1950,
remedios que apenas se pusieron en práctica con el Concilio Vaticano II y que
pronto cayeron en el olvido. Hoy se hace necesario retomar esta Verdadera y falsa reforma en la Iglesia para
hacer lo que entonces no se hizo plenamente y ahora no queda más remedio si la
Iglesia no quiere dejar de ser Sacramento universal de salvación. Congar
propone unas condiciones en las que la crítica a la Iglesia puede ser buena:
amor a la Iglesia, crítica franca realizada cara a cara, justicia y verdad en
la crítica y prudencia y humildad en su exposición. A esto debe responder la
Iglesia con una atmósfera tranquila, exenta de inquietudes y suspicacias.
Cualquiera puede colegir que muchas veces no la crítica no ha respetado estas
condiciones, pero también que la Iglesia no ha sabido crear el ambiente
adecuado para que las críticas fructifiquen en una verdadera reforma en la
Iglesia, de ahí que la falsa reforma en la Iglesia haya causado males peores
aun que los que se querían remediar. Mala reforma en la Iglesia es multiplicar
los ritos sin más sentido que pretender que estos mantienen la fe de los
fieles; mala reforma es mantener la misma vaciedad de la propuesta, pero con
ropajes nuevos; mala reforma es el encubrimiento de la Tradición con dogmas y
ritualismos litúrgicos que no expresan la salvación vehiculada por ellos; mala
reforma, al fin, es reducir la acción eclesial a cualquier tipo de activismo o
a una pasividad adornada de contemplación. La verdadera reforma en la Iglesia
exige la vuelta constante a las fuentes del Evangelio, a los orígenes de la
Tradición y a los inicios de la Iglesia, cuando la experiencia no podía ser
suplida con el rito y cuando la liturgia era la expresión de una vida
comunitaria en la que el Evangelio latía en cada gesto, en cada acto, en cada
creyente. La vuelta constante a la Tradición es el eje central de cualquier
reforma en la Iglesia que no acabe en cisma o en traición a la esencia de la
fe.
Junto a la
vuelta constante a la Tradición, Congar propone como elemento subjetivo
esencial la autenticidad; autenticidad de los cristianos, autenticidad de la
Iglesia. Si la Iglesia es lo que dice de sí misma, la reforma como modo de
encarnar el mensaje de Cristo, es su propia esencia vital; si los cristianos lo
son, la reforma no es sino la puesta en obra del Espíritu del bautismo que les
empuja a ser sacerdotes, profetas y reyes en Cristo, dicho de otra manera, el
cristiano no se apega a nada que no sea la salvación que vive en Cristo y que
la vive en la Iglesia de cada tiempo y lugar, de ahí la necesaria reforma que
haga concreta esa salvación. Cualquier apego a formas de hacer, a estructuras
organizativas o a fórmulas de vida, no sería sino una traición a la Tradición y
una vida inauténtica.
Es un
acierto volver a editar esta obra más de sesenta años después de su primera
edición. Aquella primera edición fue providencial para la reforma en la Iglesia
del Concilio Vaticano II, esta nueva edición puede serlo para la Iglesia del
siglo XXI, la Iglesia en salida que nos ha propuesta Francisco en Evangelii Gaudium, una Iglesia exodal
que busca en sus orígenes y en las fuentes su ser para el tercer milenio.
Ediciones
Sígueme, Salamanca 2014, 511 pp, 15,5 x 23,5 cm.