QUÉ LE ENSEÑA
JOSÉ Y MARÍA A JESÚS
1.- Jesús, que significa «Yahvé salva», es el
hijo primogénito de María y José. Nace hacia el final del reinado de Herodes el
Grande, alrededor de los años 7-6 a.C. ―en el 746 o 747 de la fundación de
Roma. Sus hermanos o parientes son Santiago, José, Simón y Judas, además de
hermanas o parientes, cuyos nombres no sabemos (cf. Mc 3,31-32). Los nombres de
los hermanos corresponden a patriarcas judíos. Ello indica que es una familia
tradicional del campesinado de la baja Galilea enraizada en la fe y costumbres
judías. Los varones defienden el honor familiar y colectivo del pueblo con
actitudes de responsabilidad en el trabajo, fidelidad a las tradiciones
sociales y religiosas, justicia, etc. Las mujeres defienden dicho honor con
actitudes femeninas como el recato, la castidad, etc.
Lucas relata que Jesús
crece en todos los aspectos fundamentales de la vida: a la vez que cumple años,
aprende un oficio y mantiene una relación cada vez más bondadosa con Dios. Es
una evidencia que se aplica a cualquier persona que nazca dentro de una familia
y sociedad normalizada y que excluye los imprevistos individuales
(discapacidades físicas, psíquicas, etc.) y sociales (guerras, revoluciones,
ausencia de trabajo, etc.) que puedan darse en la evolución de una concreta
existencia humana. Y todo ello ante la presencia del Señor, quien es el que
conserva y protege toda la vida.
Si es cierto que la educación es escasa en este tiempo
en la mayoría del Imperio, excepto en las familias pudientes, también es verdad
el interés que el judaísmo ha prestado en su historia por la formación para
todo el pueblo, y no sólo para la alta sociedad. Realmente no se debe aplicar a
la época de Jesús la seria organización de las escuelas que más tarde refleja
la Misná: «... cuanto más estudio de la ley, más vida; cuanta más escuela, más
sabiduría; cuanto más consejo, más inteligencia; cuanto más justicia, más paz»
(Abot 2,7). Sin embargo ésta revela una mentalidad
que no se debe eliminar para tiempos anteriores. La educación suele comenzar a
una edad temprana: «Solía decir [Yehudá]: el niño de cinco [años debe comenzar
el estudio] de la Biblia; con diez, la Misná; con trece [ha de comenzar a
observar] los preceptos; con quince, [ha de comenzar] a estudiar el Talmud...»
(Abot 5,21). La aspiración del creyente judío es tener una formación mínima
para comprender todo lo relativo a su salvación. No es extraño, pues, que Jesús
aparezca en los Evangelios leyendo la Escritura de pequeño (cf. Lc 4,16-30).
La educación que recibe Jesús es la
propuesta por la sociedad de entonces. A través de la sinagoga, y seguramente
en la escuela adyacente, Jesús se forma en la Ley, se introduce en la cultura
de su pueblo y asume las tradiciones de sus mayores. Estas tradiciones expresan
la historia y las actuaciones que el Señor ha realizado en las diversas
vicisitudes que Israel ha vivido a lo largo de los siglos. Se añade a esto el
aprendizaje y cumplimiento de las normas de convivencia y la celebración de las
fiestas religiosas según la Ley como la vive y entiende el campesinado de la
baja Galilea al que pertenecen Jesús y su familia.
2.- Todo ello entraña una formación suficiente para
adentrarse con cierta seriedad en la lectura de la Ley. Enseña en lugares
públicos, en las sinagogas y en el templo. Así se explican los diálogos y
diatribas que en su ministerio entabla con los escribas, fariseos y autoridades
de Jerusalén sobre algunos párrafos de la Ley, además de presentar sugerencias y
apreciaciones sobre los comentarios que corren de ella. No es una sorpresa que
la gente lo llame «maestro» en un sentido amplio: el que se deduce de su
autoridad moral y de su inteligencia natural unida a la formación para buscar
el bien del hombre, lo cual lleva al pueblo sencillo a reconocerle como tal. Es
un título que no tiene aquí su sentido técnico, pues Jesús no ha frecuentado una
escuela rabínica propiamente dicha. Jesús es uno de esos sabios que dominan las
tradiciones legales y las tradiciones éticas de Israel, pero no es un sabio del
dominio que resulta del aprendizaje escolar de la Ley oral y escrita, sino del
que proviene de una autoridad personal que va más allá de cualquier actividad
racional y que provoca la admiración del auditorio: «Todos se llenaron de
estupor y se preguntaban: —¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad»
(Mc 1,27).
Leer la Ley y explicar ciertos párrafos de su contenido
supone saber la lengua hebrea y aramea. La primera, porque la Escritura así
está escrita; la segunda, como lengua hablada en Palestina por el pueblo de
este tiempo. Jesús las emplea para comunicar dicha Escritura a los grupos de
discípulos que le siguen y a la gente que comparte con él la celebración del
sábado en las sinagogas. Tampoco hay que descartar que sepa algo de la lengua
griega. Es la lengua común del Imperio y está presente en estas tierras y
poblaciones desde Alejandro Magno (356-323 a.C.) y, sobre todo, desde el empeño
de convertir a Israel en Grecia de Antíoco IV Epífanes (175-165 a.C.). Aunque
el judío tiende a rechazarla, en especial el mundo rural apegado a las
tradiciones y prácticas religiosas judías, se usa, al menos lo imprescindible,
para entenderse en el ámbito público por las exigencias comerciales y
políticas. Jesús, por su propia profesión, debe tratar con personas, que en la
mayoría son judíos, pero también se incluyen aquellas que proceden del mundo de
la Hélade, ya que Galilea está en parte integrada y en parte rodeada de
ciudades griegas, además de la cosmopolita Jerusalén, donde es la lengua normal
de los judíos de la diáspora, de los gentiles que la visitan por mil causas y
de los estamentos gubernamentales romanos. Y todos ellos se entienden en
griego, como la lengua de comunicación básica para las relaciones que resultan
de los oficios de cada cual y de las exigencias de las instancias sociales,
políticas y económicas.
3.- Nazaret
pertenece a este mundo del campesinado. Y no es extraño que la familia de Jesús
posea alguna tierra y una pequeña granja para cubrir sus necesidades. Pero
Jesús no es un campesino, ni un ganadero, ni un pescador propiamente dicho, es
decir, que vive del trabajo en el campo, de la cría de los animales, o de la
pesca en el mar. Tampoco es un obrero de entonces, como un jornalero eventual
de los tiempos actuales, sino que es un técnico
(cf. Mc 6,3); es un artesano, que no tiene una función muy específica
dentro de la sociedad palestina. Puede asociarse al que trabaja la madera, la
piedra, el hierro. En el caso de Jesús se pueden dar estas actividades
conjuntamente, aunque se une por lo general al que trabaja la madera o la
piedra o el hierro en un taller. Al vivir en un ámbito agrícola, puede hacer o
reparar arados, yugos, carros, etc.; o suministrar los escasos enseres que se
tienen en las casas, como arcas, arquetas, banquetas, puertas o ventanas, por
cierto muy diversos a los muebles que se usan en las casas de la sociedad
occidental, porque la mayoría de las veces las gentes de Palestina se sientan
sobre esteras y comen en el suelo. El artesano se ocupa también en la
construcción, por tanto sabe de albañilería, de cantería, y maneja bien todos
los utensilios que se emplean para este menester.
Y
José Y María le harían cumplir a Jesús las fiestas principales de Israel en los
lugares del culto habituales que son el templo y las sinagogas. Las fiestas en
Israel se determinan por el ciclo natural de las estaciones. La fiesta
principal es la Pascua, o la de los Panes ácimos o, simplemente, Ázimos.
A los cincuenta días o siete semanas de la Pascua, se celebra la fiesta de las Semanas,
o de Pentecostés, llamada algún tiempo de la Siega. En el templo
se celebran también otras fiestas significativas en Israel. A los diez días del
año nuevo se tiene el día de la Expiación
(yôn kippur), fiesta de la reconciliación.
Una de las señales características del pueblo hebreo es la celebración del sábado.
De origen yahvista, al inicio simplemente se indica el descanso prescrito
después de seis días de trabajo.