VIGILIA PASCUAL (C)
Lectura
del santo Evangelio según San Lucas 24,1-12.
El
primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando
los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y
entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban
desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos
refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado. Acordaos
de lo que os dijo estando todavía en Galilea: «El Hijo del Hombre tiene que ser
entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».
Recordaron
sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los
demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban
esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.
(Pedro
se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el
suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.)
1.- Los hechos. Los discípulos que acompañan a Jesús a Jerusalén regresan a la Galilea
natal y retoman sus trabajos como solución al descalabro de la misión (cf. Mc
15,40; 16,7); otros permanecen en Jerusalén, quizás los que se le unen en la
fase final de su ministerio (cf. Lc 24,13). Al poco tiempo (cf. Mc 9,2), y en
Galilea (cf. Mt 28,16-20), sucede un acontecimiento en el que los discípulos
más allegados creen vivo al que, días antes, ha sido ajusticiado y sepultado
(cf. Mc 15,43-46). Todos los datos disponibles conducen a que Pedro es el
primer convencido de este hecho inaudito (cf. 1Cor 15,5; Mc 16,7), o, al menos,
es el más interesado en difundir la noticia a los seguidores de Jesús y
proclamarla a los cuatro vientos (cf. Hech 2,14). Por otro lado, con otros
testigos y en distinto lugar, Jerusalén, se ofrece el relato de la tumba de
Jesús. María Magdalena o unas mujeres (cf. Jn 20,11-18; Mc 16,1) se acercan al
sepulcro para llorar su muerte (cf. Mc 16,1-8). El resultado de la visita es
que encuentran la piedra corrida y la tumba vacía. Tal hecho, muy diferente al
que experimentan los discípulos varones, no les lleva al encuentro con Jesús,
como atestiguan los dos adeptos a Jesús que caminan hacia Emaús (cf. Lc
24,22-23).
2.- La identidad del resucitado. Todos piensan que han robado el cadáver, y
ello responde a que la resurrección no entra dentro de las categorías de los
milagros de resurrección que realiza Jesús en el hijo de la viuda de Naín (cf.
Lc 7,11-17), en la hija de Jairo (cf. Mc 5,23.35-42) y en Lázaro (cf. Jn
11,1-45). Tampoco Jesús sobrevive, por otra parte, al estilo de la existencia
eterna de su alma por ser de naturaleza espiritual, como defiende la
antropología griega. Ni la relación con los «devueltos a la vida ―Lázaro, las
hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín―
ni la racionalidad que prueba la eternidad de los espíritus, en contra
de la caducidad de lo temporal, contingente e histórico, pueden fundar la
explicación de la resurrección de Jesús. Esta pertenece a la vida nueva en Dios prometida desde tiempo a
Israel. Por consiguiente, es un acontecimiento totalmente nuevo en la historia
humana; es decir, la situación que Dios dará al final de los tiempos a sus
hijos y que los humanos no tenemos elementos para describirlo y entenderlo.
Está en la línea que Pablo afirma: «Sabemos que Cristo, resucitado de la
muerte, ya no vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió
al pecado definitivamente; viviendo vive para Dios» (Rom 6,9-10).
3.- La vida
nueva del Señor. La
Resurrección es, exclusivamente, una acción del poder amoroso divino. El Señor
recrea la vida de Jesús, dándole su identidad y gloria divina. Por eso, nuestra
razón no puede captar el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Es la
dimensión de Dios la que entra a formar parte de la vida de Jesús. Es, pues,
necesaria la fe: el don que nos concede el Señor para relacionarnos con él. Y
el don de la fe hace que se apodere de nosotros la novedad de la vida de Jesús,
que cambia las bases y los objetivos de nuestra vida: del poder al servicio, de
la violencia a la paz, de la muerte a la vida eterna, de la soberbia y egoísmo
al amor, etc., etc., como le sucede a los discípulos después de los encuentros
o apariciones en Galilea. La fe nos une a Jesús resucitado y nos introduce en
la vida nueva que el Señor le ha concedido como primicia, y a nosotros de una
forma inicial en nuestra existencia. Ya tiene valor Dios como amor, amar,
servir, defender la vida ante los poderes que la destruyen, etc., etc. Tiene
valor todo lo que Jesús ha enseñado y ha hecho, porque Dios le ha dado la razón
al resucitarlo de entre los muertos. La esperanza para la gente honrada y
servicial renace, porque el Señor se ha puesto de parte de los que defienden la
vida y la llevan a plenitud desde su amor.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la
semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro,
y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro
y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
―Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces, entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la
Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
1.- El
Evangelio de la Vigilia Pascual se centra en la obra del Señor que resucita a
Jesús; el de la mañana de Pascua se centra en los discípulos. Los tres
protagonistas: María, Pedro y Juan simbolizan tres actitudes ante Jesús y,
naturalmente, tres actitudes de fe ante la obra poderosa del Padre sobre su
Hijo. María piensa que se han llevado el cuerpo de Jesús, como es la opinión de
todo el mundo al ver que no estaba en el sepulcro. María quiere a Jesús y le
desea vivo, por eso no puede captar que comparte la dimensión divina, que solo
es posible captarla por la fe que Dios regala a sus hijos. Ella está muy lejos
de la vida de resurrección. Al comunicárselo a Pedro y Juan, dos columnas de la
Iglesia, corren para certificar el robo o traslado del cadáver. Un correr que
lleva consigo el camino de la fe. Pedro entra al sepulcro y nada se dice de su
acceso a la experiencia de la resurrección. Busca pruebas: las vendas y el
sudario. Pero no le conduce a la fe. La razón no es el elemento esencial para
adentrarse en el nuevo mundo en el que Jesús ha entrado y está compartiendo con
Dios. Juan llega el primero, pero queda fuera; después entra, ve las mismas
señales que Pedro y cree. ¿Por qué? Porque el discípulo a quien Jesús «quería»
ha participado antes de la relación que Jesús ha establecido con cada uno de
sus discípulo. Es el mismo Jesús el que da la fe, se deja ver, se encuentra con
ellos. Y solo el que es amado por él, el que se siente amado por él, puede
adentrarse en su presencia, en su vida.
2.- Demos dos pasos atrás. El primero es cuando
Jesús los llama para que «convivan con él», para formar una comunidad que
predique el Reino y sean testigos de la nueva vida que entraña la presencia del
Señor en la historia humana. Los discípulos aprenden a rezar, a predicar, a
curar; todo enseñado, dirigido y ejemplificado por el mismo Jesús. Aprenden a
quererlo, a admirarlo, a seguirlo, dejando su trabajo y familia. El siguiente
paso es el descalabro de la cruz, donde todas sus ilusiones se vienen abajo, no
solo aquellas que indican un mesianismo glorioso, sino una presencia real de un
Dios que crea fraternidad, favorece a los pobres, y garantiza la veracidad de
la vida y enseñanza de Jesús. Por eso, no es extraño que la pasión disperse
a los discípulos. Pero todo cambia cuando Dios decide hablar y actuar en
estos momentos de hundimiento personal y desencanto. ¿Qué resultado dan sus
encuentros con el resucitado? El que de nuevo aparecen juntos y sean capaces de establecer relaciones con un Jesús
«distinto» (cf. Mt 28,16). Después de encontrarse con él en Galilea regresan a
Jerusalén, de donde han huido (cf. Lc 24,33). En la ciudad santa, por ejemplo,
Pedro, que le había negado durante la instrucción del proceso de las
autoridades religiosas, explica sin miedo
alguno que la historia de Jesús iniciada en Galilea permanece todavía, que
no se ha acabado con su muerte (cf. Hech 2,42). Y así un discípulo tras otro:
entregan su vida por Jesús, cuando tantas veces no habían comprendido su
mesianismo servicial y lo habían abandonado en los momentos más difíciles de su
vida. La resurrección los cambia a todos.
3.- La fe transforma a los discípulos, le da la
fuerza necesaria para llevar a cabo, ellos solos, ya sin Jesús, todo lo que les
había enseñado y habían observado en su convivencia por los pueblecitos de
Galilea. Con el poder de la fe en Jesús, el Señor los hace testigos de su
resurrección y, con ella, de su presencia salvadora. Y los discípulos nos
transmiten la novedad de la vida divina que supone su fe en Jesús resucitado
con un sentido de vida y unas opciones fundamentales que recrean la vida humana: lo fundamental es la vida, y esta vivida
desde las relaciones de amor con Dios y con los demás, que se constituyen en
hermanos. Por tanto, la vida no se genera por el poder, sino por las relaciones
de amor entre seres que son hermanos e hijos de un mismo Padre. El desarrollo
de una vida en amor lo hace posible el Espíritu del Padre y del Hijo, lo que le
da una forma especial con sus frutos: «amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22-23) y con sus dones: sabiduría, inteligencia,
consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor a separarnos de quien amamos y es
el origen de la vida, de toda vida. Y La
vida de Resucitado es una vida eterna, supera la muerte definitivamente.