EL
FERVOR COLECTIVO POR LA FIGURA DE SAN
ANTONIO ABAD
¿CAMINO
PARA UNA MAYOR INSTRUCCIÓN
EN LA
FE?
En estas
fechas propias del Tiempo Ordinario,
concretamente el 17 de enero, la liturgia de la Iglesia
conmemora a San Antonio Abad. Pienso que es uno de los santos más populares y,
paradójicamente, no tantos conocen la verdad de su itinerario vital y el marco y las circunstancias históricas en
que él optó por una vida alejada de toda gratificación social, dentro del marco
jurídico sustentado por la civitas,
para entregarse a la contemplación de la inmensidad de Dios en la no
menor inmensidad del desierto.
Creo que la transmisión de su
Vida a través de la oralidad y también dela literatura escrita (véase fundamentalmente
La Leyenda dorada, escrita en el
siglo XIII por un religioso dominico), han contribuido a hacer más sugestivos para la
piedad popular unos aspectos que podrían oscurecer los más sustanciales.
Pues, ¿en qué
época nace este santo, lo hizo casualmente en un entorno agrícola o ganadero
donde todo tipo de fauna le auguró desde su cuna milagros y felicidad? Al católico “estándar”, y lo digo con todo
respeto tal como ahora van las cosas, le seducen las ceremonias donde se
imponga el colorido, lo sensorial, todo aquello que nos toca en profundidad la
fibra humana pues humanos somos aún la
mayoría, por privilegio, y no hombres biónicos como corren peligro de ser los futuribles. De ahí que, en el rito de
bendición de los animales por el párroco o el sacerdote de turno, los dueños
de aquéllos (que ahora se llaman a si mismos “papá” y “mamá”) exulten de
piedad y locos de alegría comprueben que su mascota , un perrillo de esos
diminutos con lacito, por ejemplo, ha
recibido más agua bendita que el gallo de enfrente, que suele cacarear con más
bemoles y entrega que una contralto en
la reserva o, en su caso, que el canario que en ese momento se ha quedado mudo.
Este es el retablo del día, en líneas
generales, porque también hay
celebración eucarística y procesión del Santo y demás. Y, aunque pueda detectarse que a mi no
me arrastre demasiado el conjunto, positivo debe de ser o lo es, ya que también en la Plaza de San Pedro en el
Vaticano tiene lugar la susodicha
ceremonia y sospecho que el purpurado de turno o el presbítero encargado
( ahora que el Papa Francisco está por simplificar las dignitates) tendrá que levantar el hisopo con santísima
paciencia ante el zoológico de los animales más insospechados. Que Roma es caput mundi y vayan
Ustedes a saber… Volviendo a lo
sustancial: ¿Por qué es buena y positiva
esta religiosidad popular?. Porque tiene los mecanismos para empujar a las personas que así lo quieran a documentarse
y a profundizar en su fe, a iluminar su
vida con los detalles sustanciales de la personalidad de Antonio Abad “dando
testimonio de la fe recibida y enriqueciéndola con nuevas expresiones que son
elocuentes”.
El Santo nació en
Egipto, cerca de Heraclea, en torno al año 250 de nuestra era. Murió en el 356,
probablemente, sin salir de esos territorios en sentido amplio. Su vida está documentada
por San Atanasio, obispo de Alejandría,
y también por San Jerónimo. Las décadas en que le tocó vivir fueron
problemáticas. El Imperio Romano se enfrentaba a problemas graves en los
órdenes territorial (política de
fronteras), ideológicos y doctrinales,
en que los cristianos sufrieron las persecuciones más duras y más
hábilmente programadas, y también fiscales, en que las exacciones eran
durísimas. Muchos cristianos acaudalados, siguiendo el mandato evangélico,
vendieron sus bienes y optaron por retirarse a un ambiente que les posibilitase
meditar sobre la Verdad con mayúsculas para
que no se volviese opaca y perdiera su Luz. Pienso que no era una simple huída, aunque
también pesasen circunstancias personales. El desierto, en esencia, se
presentaba para los más valientes como el marco perfecto para emprender
esta “metanoia vivencial” y centrarse en la meditación y en
la oración que siempre, como sabemos, tiene una repercusión eclesial. San Antonio Abad lo hizo. Ayudó con sus
consejos a pequeñas comunidades monásticas, ya
establecidas por allá previamente, hasta que decidió que su camino era
el eremitismo absoluto y, en su momento, fundó su propio eremitorio. De ahí el
título de Abad. Se encontró con otro eremita,
Pablo, y de vez en cuando oraban o reflexionaban juntos. Pasarían hambre y
penurias, cierto. Y también tentaciones y dudas. El medio no era precisamente el más adecuado
para comer mucho y variado. De ahí que
en los relatos hagiográficos, un cuervo
le suministraba el alimento más básico llevando un pan en su pico. Y también
se cuenta que el Santo curó a dos crías de jabalí que la hembra le llevó,
conmovido por la aflicción dela madre, y
ésta, agradecida, jamás le abandonó defendiéndolo de otros peligros. Parece que
el eremita Pablo falleció antes que Antonio y éste cavó su fosa sepulcral ayudado por dos leones. Todo esto justifica
sobradamente la caterva de animales, bajo la protección del Santo, que el
acervo popular plasmó desde muy pronto en su iconografía.
He dicho
que Antonio Abad optó por un luminoso silencio. Pero sólo una
vez, que se sepa, rompió su cuarentena.
Como miembro de la Iglesia, entendida como la comunidad sin fronteras de todo
bautizado, acudió junto a San Atanasio para defender la divinidad de Jesucristo
frente a la herejía arriana. Colaboración trascendente, mucho más que sus presuntas virtudes ecológicas, porque la afirmación de la
Persona divina de Cristo, “su consubstancialidad con el Padre” es el pilar que
sustenta nuestra fe. Probablemente, había charlado con su amigo Pablo sobre estas cuestiones
teológicas y uno de los pintores más
universales, el español Diego de Velázquez , así los interpretó, juntos, en el famoso lienzo que se encuentra en el
Museo del Prado. Ambos eremitas, en actitud de sabia contemplación, abandonados
a la Providencia que ya ha puesto el sustento en el pico del cuervo que planea,
en alto a la izquierda. El paisaje, por deseo del artista, sobrepasa la aridez y monotonía de la arena para metamorfosearse en cuevas abrigadas no
exentas de cierta fértil vegetación. Recomiendo vivamente una nueva lectura y
contemplación del lienzo.
A la vez que les
recomiendo, para terminar, las palabras de nuestro Papa Francisco en esa
hermosura que es la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium,
publicada el 24 de noviembre del 2013,
festividad de Cristo Rey. El Papa habla de muchas cosas y en el capítulo III, 122-26 alude a “la fuerza evangelizadora de la
piedad popular”. En líneas superiores, he entrecomillado también otras palabras
suyas. Cuando un pueblo se ha inculturado en el Evangelio, insiste el Obispo de
Roma, trasmite también la fe de maneras siempre nuevas en este proceso de
trasmisión cultural. “Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera
expresión de la acción MISIONERA ESPONTÁNEA DEL PUEBLO DE DIOS …. DONDE EL ESPÍRITU SANTO ES EL AGENTE
PRINCIPAL”
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