Escoger al pobre como Señor.
La
Buena Noticia anunciada a los pobres.
DOMINIQUE BARTHÉLEMY
Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum

El gran biblista, Dominique Barthélemy, nos ha legado
una obra póstuma con un marcado carácter narratológico, sin perder la seriedad
de la exégesis y sus métodos. Durante quince años impartió a las Hermanitas de
Jesús una serie de charlas que duraban unos doce días en las que abordaba
alguno de los temas más interesantes de la Biblia, pero con un marcado carácter
práctico, aplicando a las circunstancias de su auditorio. Las conferencias no
tenían soporte escrito, sino que el autor era capaz de verbalizar las ideas
clave sin recurrir a un texto previo y citando de memoria cuantos pasajes de la
Escritura fuera necesario. Su intención era, como en los antiguos oradores,
dejar que el momento dictara el curso de la argumentación, por eso no dejó
escritos los materiales. Sin embargo, las hermanas gravaron las conferencias y
le pidieron permiso para editarlas por escrito, a lo que accedió en vida, pero
no pudo llegar a repasar él mismo el texto escrito, labor que ha quedado para
el editor final de la obra.
En las páginas de esta obra rezuma una gran experiencia
de la fe y un enorme saber bíblico, saber que ha sido acrisolado en la experiencia
concreta del hombre de fe que sabe que la fe no es nada sin el juicio de la
experiencia. El título lo explica suficientemente, Elegir al pobre como Señor es el núcleo esencial del texto bíblico
que subyace tanto en el Antiguo Testamento, así lo atestigua

Emmanuel Lévinas,
como en el Nuevo Testamento. La pobreza tiene dos dimensiones claras. Una es la
pobreza forzosa y la otra la elegida. La pobreza forzosa es una pobreza pasiva,
mientras que la elegida es una pobreza activa, esta es la que verdaderamente
salva. Los pobres de las bienaventuranzas son pobres que lo han elegido:
“dichos vosotros, los pobres” o “dichosos los pobres en el Espíritu” tienen
ambos este significado de pobreza activa, elegida. Dios ha elegido al pobre, no
por misericordia, sino por justicia. La justicia de Dios y la justicia humana
se encuentran en el juicio de los pobres y los débiles. La justicia de los
hombres tiende a favorecer a los que pueden hacerse temer. Sin embargo, Dios es
objetivo y dedica una atención especial a aquellos a los que la justicia humana
omite.

La obra consta de las quince series de sesiones durante
los quince años que las impartió Barthélemy. Por organización se han dividido
en temas. Las dos primeras están bajo el epígrafe de La elección del Altísimo, y resumen la idea que da título al libro
entero. Las cuatro siguientes se agrupan con el título Caminos humanos, se trata de los caminos al encuentro de Dios pobre
y la elección del pobre como Señor. Así, las tres siguientes se aglutinan bajo
el título La obra de la Creación,
donde se aborda la temática de la Creación desde tres perspectivas
consecutivas: evolución y Biblia, la Creación por desarraigo, la marginalidad y
la exodalidad, y la Creación por misericordia. Llagamos así al tema central: la
Creación por el pobre. Dios ha elegido ser pobre y ha elegido la pobreza como
la esencia de su ser en el mundo. Dios crea mediante la segunda creación, por
desarraigo, la Iglesia, engendrada a su vez por el Hijo y por el Espíritu.
Somos engendrados por el Hijo, que por nosotros es Dios hecho hombre, que nos
espera en el pobre, en el crucificado. Ahí, el Espíritu espera dentro de
nosotros para consolar al Hijo escondido en el pobre, ese pobre a quien debo
escoger como Señor. Es así como aceptamos ser recreados y creadores a la vez.

El último grupo de capítulos lleva por título Las circunstancias del encuentro, y
recoge las cinco últimas intervenciones. Las
palabras, El Tiempo, El lugar, Nacimientos y La Jerusalén celestial baja a la Tierra, son los nombres que
expresan las circunstancias del encuentro con el pobre como Señor. Los
cristianos, todos los hombres, estamos llamados a un nacimiento pleno y
definitivo, la muerte. Si tras nacer hemos de renacer, tras vivir hay que
resucitar. Esa vida última, plena y definitiva es la que determina realmente
nuestra existencia, pero para ello hemos de elegir correctamente qué queremos
ser y cómo queremos vivir. Si queremos ser creyentes o no. Imaginemos que a un
feto se le pudiera pedir opinión sobre su futuro nacimiento, que estimara las
probabilidades de vivir después de salir del útero. Es muy probable que
estimaría en un 80% o menos esa probabilidad y que preferiría quedarse donde
está. Es así que para estos embriones, lo normal, sería no creer en esa vida
que se les plantea en el futuro, pues su experiencia les “demostraría” que
fuera no puede haber algo mejor. Sin embargo, tras el nacimiento, es evidente
que sí lo había. Por eso, la mejor manera de entender la muerte es hacerlo
según la experiencia del nacimiento. Es legítimo que la totalidad de los
humanos sea no creyente ante la eventualidad de un más allá de la muerte, de la
misma manera que los embriones lo eran respecto a su futuro nacimiento. La fe
es la verdadera vida de quien ha elegido a Jesús por Señor, al pobre y marginado.

Si elegimos la pobreza y en ella a Jesucristo como el
pobre por excelencia, entonces estaremos construyendo la Jerusalén celestial
que no baja sino que sube desde los hombres que han hecho la elección de la
pobreza. Así, construiremos la ciudadanía de Dios, con la acción puesta en la
vida del crucificado y eligiendo esa pobreza que agrada a Dios. Si la muerte es
nacimiento, es obvio que nuestro destino es provisional, que habrá un después.
Con certeza, la continuidad entre mi ‘yo’ de hoy y el ‘yo’ de después es
inimaginable en la actualidad Pero no limitemos nuestra imaginación a un mundo
de tres dimensiones. La muerte tiene un sentido distinto al de un árbol con sus
raíces en un mundo tridimensional. La fe es el salto hacia la otra vida plena
en Dios.
PPC, Madrid 2013,
303 pp, 12 x 19 cm.