Domingo XXIX (A)
«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios»
Lectura del santo Evangelio
según San Mateo 22,15-21
Entonces
se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con
una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le
dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en
apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o
no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me
tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les
preguntó: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron:
«Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios».
1.- El Señor. La
comunidad de Marcos, que sufre la persecución de Nerón, sabe de sobra el
mensaje de este Evangelio. El único soberano es Dios, que, como Creador
y Providente, cuida, protege y gobierna a sus hijos. Es la aspiración de Israel
que se transmite en el cántico de María: «[El Señor] ... desbarata a los
soberbios en sus planes; derriba del trono a los potentados y ensalza a los
humildes» (Lc 1,51-52). Según el nuevo contenido que le da Jesús al poder,
entendido como servicio, es lógica la reserva de los cristianos ante la clase política, al
menos contemplada como un absoluto vital y en su práctica común. La experiencia
que Jesús tiene de Dios —para él la única autoridad—, y la experiencia de las
autoridades de los pueblos, para muchos seres corruptos y explotadores, hace
que se mantenga distante de ellas, alejamiento que se puede interpretar como
descalificación humana y social. Porque, para Jesús, todo poder humano viene
del Señor: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba»,
le dice a Pilato (Jn 19,10), por eso antepone el autoridad del Señor para que
el autoridad humana pueda orientarse al servicio de todos.
2.- La Iglesia. En nuestra cultura occidental, se piensa que la comunidad cristiana no
debe entrar en el terreno político, y menos enjuiciar situaciones que puedan afectar
a los grupos políticos, económicos y sociales. La Iglesia debe estar en la
sacristía, dedicarse exclusivamente al culto, a orar en los monasterios y
administrar los sacramentos en las parroquias. Como hemos afirmado, el límite y
el último sentido del poder económico y político lo da el Señor en la medida
que ha creado y definido los valores que integran la dignidad humana. Y la
Iglesia tiene el sagrado deber de enseñar y defender la dignidad humana y denunciar
las situaciones donde se esclaviza al hombre y ve disminuido sus derechos y
libertades. Intentar que la Iglesia sea muda es robarle a Dios el derecho de
defender a sus hijos. Defender que Dios es una cuestión interior y privada no
sólo es negar la historia de su revelación visualizada en la vida de Jesús,
sino una intolerancia de los así llamados poderes sociales dispuestos siempre a defender a los ricos y a las políticas que los cubren y les benefician.
