El Bautismo
Hombres nuevos en Cristo
IV
Texto
«¿Es que no sabéis
que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados por él en la muerte para que, lo mismo que
Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva…..» (Rom 6,3-11)
La irrupción de Dios en Cristo
La actuación de la bondad y de la gracia en la
historia se realiza por la vida de Jesús (cf. Jn 1,14), y se prolonga por la
llamada a su seguimiento para compartir su vida, destino y misión; seguimiento
que después de la Resurrección se concreta con la fe en Cristo. La fe en la
nueva presencia del Resucitado es posible gracias a su Espíritu (cf. Hech
2,1-4), y Pablo enseña esta nueva relación con Cristo en el Espíritu. Él no
tiene la oportunidad del seguimiento histórico, de ahí que su conducta sea una
de las pautas que marquen la identidad de los cristianos, continuando en la
historia el principio de la acción salvadora que Jesús lleva a cabo en
Palestina.
Pablo es consciente de la pretensión de Jesús sobre
la iniciativa de Dios para reconducir la historia humana (cf. 1Tes 5,9-19; Rom
5,8.10.38). Por eso se cuida mucho de no utilizar sus ventajas cristianas ante
los judíos y paganos; al contrario, se gloría de su debilidad para que
prevalezca el vigor de la gracia de Dios y recuerda el aguijón que le mantiene
en su fragilidad humana (cf. 2Cor 11,31; 12,7-12). En efecto. Pablo experimenta
la llamada de Dios para seguir y anunciar a Cristo: «Pero, cuando el que me
apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme
a su Hijo» (Gál 1,15-16). La elección divina está en la órbita de otras como la
de Sansón (cf. Jue 16,17), del Siervo de Yawé (cf. Is 49,1) o de Jeremías (cf. Jer
1,5). La llamada es una gracia de Dios con la que le revela a su Hijo; y es una
gracia con la que separa a Pablo de su vida y actividad anterior y le confía la
misión de predicar a Jesús a los gentiles. Esta gracia, en definitiva, le transforma
en un hombre «nuevo»; Dios le recrea por completo para anunciar a su Hijo (cf.
Gál 6,15; 2Cor 5,17). Dicha gracia se explicita en el encuentro con el
Resucitado, que evoca también la elección de los discípulos por parte de Jesús,
o a las comidas de Jesús con publicanos y pecadores que les rehacen la vida,
como es el caso de Zaqueo (cf. Lc 19,1-9); es lo que significa el «nuevo
nacimiento» en la teología de Juan (cf. Jn 3,1-8; Rom 6,4). Él habla repetidas
veces de este encuentro con Jesús en el viaje a Damasco (cf. Hech 9,3-21), que
entraña un cambio radical en su vida: de perseguir a Cristo en los cristianos a
ser valedor de su vida y doctrina de salvación para todo el mundo (cf. Hech
8,1; Gál 1,13).
Descubrir a Jesús implica asumir el Evangelio como
una forma nueva de vida fundada en el poder de Dios (cf. Rom 1,16), y, a la
vez, el Evangelio es configurarse con la vida de Jesús como experiencia
personal y no como una actividad intelectual que aprende una historia o sigue
una creencia (cf. 1Cor 4,16; 1Tes 1,6). Pablo expresa su experiencia de fe y su
programa de vida en esta frase: «He quedado crucificado con Cristo, y ya no
vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en carne mortal, vivo de
fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). Pablo no
vive según la forma judía (cf. Flp 3,5-6), o pagana, sino se ha introducido en
una nueva dimensión de la existencia determinada por la presencia del amor de
Cristo y de su acción salvadora; deja que Cristo actúe en él para que destruya
la capacidad de autosuficiencia que excluye a Dios en la existencia. Y tal es
su experiencia que el auténtico sujeto de su actividad es Cristo: él es su ser,
su obrar, su vivir mientras permanezca en la historia humana (cf. Flp 1,21). La
relación entre su vida y la vida de fe en Cristo, hace que, sin dejar de ser
él, pueda configurarse con, o transformarse en Cristo, constituyéndose en el
soporte de su existencia. Pablo lo aplica a los cristianos en la carta a los
Romanos: «... consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús» (6,11; cf. 14,7-8; 1Cor 3,23; 2Cor 5,15). Es entonces cuando asume el
dinamismo de la vida de Cristo crucificado y resucitado.
Dios, por medio de Jesús, hace que descubra un mundo
«nuevo», un hombre «nuevo», un sentido de la existencia «nueva» (cf. Gál 6,15;
Rom 6,4). La «novedad» estriba en que Dios se ha decidido hablar y actuar en
beneficio de su criatura por medio de la vida de Jesús. Dios rescata, salva,
redime del mal, rompe los círculos infernales que ha creado el hombre por su
libertad y sus ansias de poder, y de los que no puede salir. Según Juan, Dios
se enfrenta al poder del hombre con un poder que es exclusivamente su relación
de amor, porque Él sólo es amor (cf. 1 Jn 4,8-16); y su amor en la historia
humana es la vida de Jesús (cf. Jn 3,16). La gracia constituye la relación de
amor de Dios a su criatura para Pablo. Tal es así el nuevo fundamento de la
existencia que se puede decir que todo es gracia en la vida (cf. Ef 2,4-10);
gracia que se identifica con Jesús, cuya historia se centra en su muerte y
resurrección (cf. Rom 6,1-11). Y une los dos términos: Dios para nosotros es la
vida de Jesús, que es su gracia, y la gracia se manifiesta en la muerte y
resurrección de Jesús.