Ante el centenario de Santa Teresa de Jesús
(1515-2015)
Francisco Javier Díez de Revenga
Facultad de Letras
Universidad de Murcia
La
figura histórica y literaria de Teresa de Ávila se abre camino con sus textos
fundamentales en la presente hora y nos muestra calidades indelebles y puntos
de interés que han de suscitar matices y
resolver interrogaciones a un lector contemporáneo. Mujer emprendedora donde
las haya, Teresa de Ávila, Santa Teresa de Jesús, protagonizó, y bastante sola,
en la difícil España de su tiempo, iniciativas que la enfrentaron a los
prejuicios y falsas creencias de su tiempo, y, por encima de todo, dio a
conocer su verdad, la verdad de la fe, primordial objetivo de su vida y de su
producción literaria.
La fortuna hizo que, como siempre se
aseguró, y así lo afirmó la propia santa,
hubiera de escribir sus experiencias, contar por escrito su vida y sus
trabajos, sus representaciones místicas y los consejos a sus hermanas de la
reforma. Y hoy, pasados tantos siglos, contamos para comprender a la persona,
al momento histórico, y valorar su trascendencia, con la excelente obra
literaria, y también religiosa, de la no menos excelente escritora, muy de su
tiempo, muy de sus días, pero también con segura garantía de permanencia y
eternidad, a través precisamente de unos escritos que brillan por su claridad,
por su lozanía, por su aún vigente estilo directo.
Interesa hoy, sobre todo, la mujer
de acción, la reformadora, la revolucionaria, la monja que se descalzó y
descalzó a las suyas, la que recorrió caminos, la que fundó monasterios, la
que, en contra de los “letrados” de su tiempo, supo con su compostura natural,
sin alambiques ni recargamientos, sin retóricas ni superficialidades, expresar
por escrito lo directo, lo concreto, y convencer desde sus páginas no sólo a
propios, sino también a extraños, no sólo a sus contemporáneos, sino también a
muchas generaciones posteriores de lectores.
Aunque Teresa de Ávila escribió, y
mucho, siempre por mandato de su confesores, su obra no llegaría a la imprenta
hasta después de la muerte de la santa, a partir de la primera edición de sus
escritos, que llevó a cabo Fray Luis de León, publicada en Salamanca en 1588.
Ni ella misma quería llevar sus escritos a la imprenta ni tampoco lo permitió
su mentor y consejero más fiel, el padre Jerónimo Gracián, por lo que sus
libros, en vida de la santa, hubieron de difundirse y de forma sobresaliente y
extraordinaria, a través de copias manuscritas para uso de las monjas del
Carmelo, uso en efecto muy restringido, pero que, sin embargo, propició la
multiplicación de los manuscritos con los consiguientes y multiplicados errores
textuales. Incluso, de una de sus obras fundamentales, Camino de perfección, hizo la santa dos redacciones que se
conservan de su puño y letra: la primitiva, escrita en el Monasterio de San
José, de Ávila, a partir de 1562, que se
conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial; y la segunda,
redactada a partir de 1569, en Toledo, que se guarda en las Descalzas de
Valladolid. La segunda redacción, mucho más completa y meditada, tiene el
interés superior de constituir la redacción definitiva, hecha por la propia
Teresa de Jesús.
Cuando la obra de Santa Teresa
comienza a difundirse a través de la imprenta, la fama de la escritora, que ya
era enorme, se extiende por todos los ámbitos de la Europa de su tiempo de
forma extraordinaria. El propio Fray Luis de León quiso, desde el principio,
mostrar, además de los valores espirituales de la autora que estaba
presentando, los valores literarios de una escritura directa, convincente y sin
retóricas, que era posible advertir en los escritos de la santa. Así lo afirma
en el prólogo de sus obras: “La Madre Teresa, en la alteza de las cosas que
trata y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos
ingenios, y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo y en la
gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que
deleita en extremo, dudo yo que haya en
nuestra lengua escritora que con ellos se iguale.”
Tal consideración, como señalamos,
ha sido así apreciada por la posteridad y, ya en el siglo XIX, de lo sagrado a
lo profano, Santa Teresa se convertiría en todo un clásico de nuestras letras,
en una escritora imprescindible de nuestra historia literaria, cuando, en 1861
y 1862, aparecen sus escritos en los volúmenes 53 y 55 de la Biblioteca de
Autores Españoles (BAE), junto a los primeros nombres de nuestra literatura.
De esta forma, y hasta el presente,
a través de numerosas ediciones, la obra de Santa Teresa se lee y se vuelve a
leer mostrando la calidad de una lengua original, el español del siglo XVI más
directo y castizo, de un estilo propio y singular, que a Azorín llegó a
parecerle más nítido que el del mismísimo Miguel de Cervantes, y que Menéndez
Pidal aseguraba que nacía con la intención de estar siempre más próximo, más
cerca del pueblo llano y de su lengua, y escribir, en definitiva, como se
habla. Tal intención surge, sin duda, espontáneamente, sin preparación, si
advertimos que, tras sus escritos, no hay lucimiento, sino expresión directa,
de acuerdo con lo que la propia santa dejó escrito, en la introducción a Camino de perfección: “como no sé lo que
he de decir, no puedo decirlo con concierto; y creo es lo mejor no le llevar,
pues es cosa tan desconcertada hacer yo esto”. Y que confirma, en el mismo
libro, en el capítulo 19, cuando escribe: “Ha tantos días que escribí lo pasado
sin haber tenido lugar para tornar a ello, que si no lo tornase a leer no sé lo
que decía. Por no ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto. Para
entendimientos concertados y almas que están ejercitadas y pueden estar consigo
mismas, hay tantos libros escritos y tan buenos y de personas tales, que sería
yerro hicieseis caso de mi dicho en cosa de oración”.