domingo, 4 de octubre de 2015

San Francisco. La misericordia.IV

                                                 MISERICORDIA      
                    «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO

                                                               IV


 3º- Las comunidades cristianas comparan los sufrimientos y la muerte de Jesús con la del siervo de los «Cánticos» del libro de Isaías, en el sentido de que dichos sufrimientos tienen valor expiatorio[1], y los judíos que viven en la diáspora y alejados de Palestina meditan sobre los mártires inocentes de la rebelión de los Macabeos (cf. 2Mac 5,1-17). Los sufrimientos y la muerte de los mártires y de Jesús no se originan por sus pecados, sino que sustituyen y expían los de los hombres, logrando su perdón por su sangre derramada en la pasión y en la cruz. La cruz, por consiguiente, no es sólo una iniquidad y un absurdo histórico, sino que sirve y es útil, porque por medio de ella los hombres se salvan. Entonces se aplican a Jesús los textos del siervo.

a.- Dice el cuarto cántico: «Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes [...] El Señor cargó sobre él nuestros crímenes» (Is 53,4.6.12)[2]. Mas este dolor no es en vano; sirve como mediación para la salvación: «Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado [...] mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes» (Is 53,5.11). Se manifiesta aquí un tormento distinto de los sufridos por el profeta. Así sucede con Jesús, y lo manifiestan los textos que transmiten la Última Cena: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras»[3]; dolor y muerte que son fuente de salvación para todos[4].
            El dolor nace, pues, de la maldad de los demás. Jesús, como el siervo, es inocente. No sufre un castigo por sus pecados. Y el mal recibido no es contestado por Jesús, como tampoco por el siervo, sino que lo vive en la dimensión de la expiación[5].  Expiación que debe ser infinita, porque el pecado ha ofendido a Dios, ser infinito. Es necesario alguien que participe de la infinitud divina para que el Señor conceda el perdón. Jesucristo, hombre y Dios, es el que puede redimir la ofensa humana: «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo […Y] al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él»[6].  San Francisco participa de esta comprensión de la redención: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, bendito y glorioso, que nos dio y nació por nosotros, se ofreció a sí mismo por su propia sangre, como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí, por quien fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas (cf. 1Pe 2,21)»[7].
             
           
b.- Con todo, explicar sólo la salvación por los sufrimientos de Cristo no hace justicia a otros textos neotestamentarios que proporcionan una visión de la salvación diferente. La redención por expiación margina toda la vida de Jesús centrándose en la cruz, además de ofrecer un rostro divino justiciero, al estilo de los señores feudales del Medioevo. Duns Escoto expone  otro plan que el Señor tiene para salvarnos cuando trata los motivos de la Encarnación. Y este proyecto de salvación es más importante que el pecado humano, que, por fuerte que sea, no puede doblegar y someter a la voluntad divina.
            Escoto sigue al NT cuando afirma que Jesucristo es la obra máxima de Dios ad extra. Él es el primero pensado y querido al inicio de la creación antes del pecado de Adán.  Cristo es la causa y fin del universo[8]. Escoto se pregunta por qué el Logos se hizo carne. El tema surgió en la Preescolástica cuando los teólogos se plantearon la cuestión de si la Encarnación se hubiese dado en el caso de no pecar Adán[9]. Escoto parte de la predestinación de Jesucristo y su posición de preeminencia en el Universo, siguiendo a Pablo: «Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó»[10]. La Encarnación, pues, no debe estar ligada sólo al pecado del hombre. La Encarnación se hubiese dado en cualquier caso, porque suponía desvelar la auténtica finalidad de la creación: Dar a Dios la gloria que le corresponde por su Hijo[11]. La salvación es, sobre todo, una donación personal de Dios en Jesucristo, que ciertamente supera al pecado, pero no se reduce a esta sola dimensión. La salvación entonces se enriquece en cuanto que la entrega eterna del Padre al Hijo, y que lo constituye como tal, hace que Jesús le responda desde la historia por su radical creaturalidad, representando a toda la creación[12].
La respuesta del Hijo al amor del Padre la realiza con su obediencia, que incluye el ejercicio de la libertad, la búsqueda de la justicia y el sacrificio y la muerte en cruz[13]. El sacrificio y la muerte de Jesucristo se fundan en una relación amorosa y se enmarcan en el diálogo permanente lleno de vida que mantienen desde toda la eternidad y desde la presencia en la historia. La salvación, pues, vista desde la Encarnación, es respuesta de amor a un amor ofrecido previamente con libertad y gratuidad del Padre al Hijo. En consecuencia, la Encarnación, y la salvación que conlleva, no surge de algo exterior a Dios, el pecado, sino del mismo ser de Dios que es Amor misericordioso, Verdad y Libertad: La Encarnación «se atribuye exclusivamente a la sola misericordia y bondad divinas»[14]. La Creación la podemos comprender por entero crística, por tanto, filial para Dios, como es Jesucristo, porque las cosas salieron de Él en Cristo y retornan a Dios por Cristo[15]. El universo creado es como una pirámide, cuya base es toda la creación y va ascendiendo conforme las realidades son más perfectas hasta llegar a la cúspide que es Cristo, el hombre-Dios, en el que se unen naturaleza creada, humanidad y divinidad filial con la divinidad paterna[16].
En definitiva, el último motivo de la Encarnación y salvación está en el mismo Dios percibido como Amor: «Formaliter dilectio et formaliter caritas» (cf. 1Jn 4,16). Y su finalidad para la criatura, para todo ser viviente, es la glorificación de Aquél que ha hecho posible que exista.




[1] Como antes adelanta Pablo: «Dios lo constituyó medio de propiciación mediante la fe en su sangre, para mostrar su justicia pasando por alto los pecados del pasado en el tiempo de la paciencia de Dios; actuó así para mostrar su justicia en este tiempo, a fin de manifestar que era justo y que justifica al que tiene fe en Jesús» (Rom 3,25-26); cf. AA.VV., Gesù servo di Dio e degli uomini. Roma 1998;  M.A. Lavilla, La imagen del siervo en el pensamiento de san Francisco de Asís, según sus escritos. Valencia 1997; G. Miccoli, Francisco de Asís. Realidad y memoria de una experiencia cristiana. Oñate (Guipúzcoa) 1994; B. Janowski―P. Stuhlmacher (eds.), The suffering Servant: Isaiah 53 in Jewish and Christian Source. Grand Rapids 2004; J. Goldingay―D. Payne, A Critical and Exegetical Commentary on Isaiah 40-55. II. New York 2006.
[2] El Cántico tiene tres partes: la primera y tercera el Señor habla de «mi siervo» (cf. Is 52,13-15; 53,11b-12), en la segunda, escrita por los discípulos del profeta, informan sobre la humillación, sufrimiento y muerte del profeta (cf. Is 53,1-11ª).
[3] 1Cor 15,3; cf. 11,23-26.
[4]  «Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue escuchado. Aun siendo hijo, aprendió sufriendo lo que es obedecer; ya consumado llegó a ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna» (Heb 5,7-9). Las citas directas de los Evangelios son:  Mt 8,17; 12,17-21; Lc 22,37; Jn 12,38; estas citas como las referencias en todo el NT, cf. W.H. Bellinger, Jr.―W. R. Farmer (eds.), Jesus and the Suffering Servant: Isaiah and Christian Origins. Harrisburg 1998.
[5] «... si entrega su vida como expiación [...] Mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes». Is 53,10-11; «Pues este hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (Mc 10,45; cf. Rom 4,25); «Al que no supo de pecado, por nosotros lo trató como a pecador, para que nosotros por su medio, fuéramos inocentes ante Dios» (2Cor 5,21). A estos textos se unen los correspondientes al testamento de Jesús en la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros [...] Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre» (1Cor 11,24-25; cf. Mc 14,24par).
[6] 2Cor 5,17-21. «Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra, santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo!» (Heb 9,14-15); cf. Is 53,5-12; Rom 3,25-26;5,10; 8,3; Gál 3,13.
[7] 2CtaF 11-13; «Y perdónanos nuestras deudas:  por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos». ParPN 7; cf. Adm 6,1; CtaO 3.46.
[8] Ordinatio, III d 19 q un. n 6 91; Beato Juan Duns Escoto, Jesucristo y María. Madrid 2008; G. Iammarrone, La cristología francescana. Impulsi per il presente. Padova 1997, 232-279; J.A. Merino, Juan Duns Escoto. Introducción a su pensamiento filosófico-teológico. Madrid 2007, 143-158.
[9] La base estaba en una frase de Agustín: «Si el hombre no hubiese perecido, el hijo del hombre no hubiese venido» (Sermón 174, 2). Hay que tener en cuenta que en el Medievo se comprendía al mundo desde una perspectiva cosmológica, y ésta rígidamente jerarquizada, tal y como se la sirvieron los pensadores griegos y árabes. Esto se resume en el aforismo «Est mundus ordinata collectio creaturarum» (Guillermo de Conches, Glossa in Timaeum. Ed. Parent. Paris 1938, 146). La bondad o maldad potenciaban o debilitaban una perfección cósmica dada por Dios en los orígenes del mundo. De ahí que la Encarnación, y la Salvación que aportaba, dependía del pecado, pues éste había trastocado el orden establecido por Dios. Buenaventura y Tomás de Aquino defienden esta interpretación paulina (Rom 5,12; 1Cor 5,21-22) y tradicional en la teología (Breviloquio, 4 1; Suma de Teología, III q 1 a 3): La Encarnación viene a reparar la justicia original perdida por Adán, pues la creación es buena y lo único que hace Jesucristo es devolverle su situación inicial. Buenaventura contempla también la Encarnación como perfección de la naturaleza creada, III Sent., d 1 a 2 q 2.
[10] Rom 8,29-30; cf. Flp 3,21; 1Cor 15,49; 2Cor 5,17; Col 1,18; etc.
[11] Rep. Paris., III d 7 q 4.
[12] Ordinatio, III d 11.
[13] Ibíd., III dd 17-20.
[14] Ox., IV, d 2  q 1 n 11;cf. Ord., III  d 20 q 1.
[15] Cf. Col 1,20; Ef 1,10.
[16] De rerum princ., q.4 a. 4 (ed. Vivès IV 453).

Sobre la Ecología

                                                               EL CUIDADO DE LA CREACIÓN.
                                  UNA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA DE LA TIERRA



          Ilia Delio-K. Warner-P. Wood


por Miguel Ángel Escribano
Instituto Teológico de Murcia OFM
           
Al leer el libro podríamos pensar que nos encontramos ante un texto oportunista, que ha aprovechado el tirón de la encíclica Laudato siì para hablar de la creación y del cuidado de la naturaleza y mostrar su afinidad con el mensaje del Santo Padre. Nada más lejos de la realidad. Es una obra editada en el año 2007,  que sabe mostrar cómo la encíclica del Papa se alimenta del mensaje del Santo de Asís.
            Lo primero que los autores presentan es que  la creación se debe pensar, como dice Scoto, al que sigue Rahner, teniendo en cuenta la Encarnación. San Francisco no entiende el cosmos tal y como nosotros lo vemos. Por ello no podemos nunca hablar de un ecologista y amante de la naturaleza al uso de nuestros ecologistas actuales que, por lo general, se relacionan con ciertas corrientes políticas. San Francisco escucha la Palabra y la hace vida desde el corazón; su conversión es una conversión desde la realidad. Por ello, tiene como punto de partida la Encarnación. En fin, la obra articula una espiritualidad de la creación que incluye estudios medioambientales, teología franciscana y una formación en la fe con relación a la ciencia ecológica.
           
En la primera parte muestra la necesidad de relacionar la creación con la Encarnación. Lo primero que expone el texto es que la tecnología ha traído un impacto tóxico a la creación, lo cual es sinónimo de un mal uso de los recursos. Una de las grandes tareas que debe tener el franciscanismo es ayudar a la sociedad humana a ser sostenible. Debemos ser conscientes que la ciencia de la ecología, tal y como se muestra hoy en día, no ayuda a encuadrar la creación dentro de una acción mayor y, sobre todo, no ayuda a entenderla como lugar de la presencia de Dios en la historia. Para poder relacionarla se necesita poseer capacidad de interiorizar y, sobre todo, una comprensión mucho más profunda que llegue al núcleo de la persona humana; y no podemos olvidar que para ello es necesaria la experiencia de Dios.
            El Franciscanismo entiende la creación como nuestra casa común. San Francisco no confunde la creación con Dios, sabe que es una realidad material, buena y con la que nuestra relación debe entenderse dentro de la presencia en la historia del Logos. Por ello, y desde la devoción a María Madre de Dios, le conduce a entender que la casa de Dios es ante todo la “persona humana”. San Buenaventura recuerda que la persona vive más donde ama, que donde reside. Se trata en definitiva de un hogar, de entender la creación como un lugar de relación. Escoto, escribe que nada es necesario, sino que la creación se debe comprender como don y gracia de Dios, por lo cual es la razón para cuidarla por ser el lugar de la Encarnación, la cual se observa dentro de la acción generosa de Dios, no por la necesidad del pecado del hombre. En definitiva, si Dios esta vivo en nosotros, entonces vivimos para el mundo de la creación bondadosa de Dios. Los autores terminan cada capítulo con unos elementos prácticos que nos ayudan a percibir el amor a la naturaleza desde la espiritualidad y presencia de Dios.
            La segunda parte de la obra trata de la creación como una familia, donde prima el mundo de relaciones y de respeto mutuo. Es necesario entender la biodiversidad para anunciar a Cristo siempre que reconozcamos a las criaturas como “hermanos y hermanas”. De ahí que el cambio climático aparezca como la mayor amenaza para la diversidad de la vida y todo lo que conlleva el desplazamiento de los seres de sus ámbitos de vida, desplazamiento que observamos también en las relaciones humanas con la explotación y la persecución de los hombres.
           
Se necesita, en este sentido, un ecologismo religioso donde se haga presente la ética y la reflexión comunitaria, y se debe cuidar la gestión de los recursos naturales con miras al beneficio humano, pero con una economía que se aplique desde una visión franciscana de la vida. Desde el franciscanismo, debemos apostar por una simplificación en nuestras vidas que lleve a un uso moderado de los recursos naturales, de tal modo que se esté atento a las necesidades de los demás y de la misma creación. El Cántico de las criaturas es un canto de la creación, de la fraternidad, es reconocer a Dios como amor que se da hacia los demás, fuera de Él. Los seres humanos que viven sin relacionarse no viven en armonía con la creación. La cortesía que usaba San Francisco con los seres más débiles de la naturaleza no es otra cosa que el reflejo de su dependencia de la bondad de Dios. Solo se amará a Dios si somos capaces de amar al resto de la creación, y al revés, sólo desde el amor a Dios podemos amar a sus criaturas. La paz que habla el Cántico de las criaturas no es lo primero que se consigue, sino la consecuencia de las relaciones fraternas establecidas desde el amor.Decía Scoto que cuando amamos con justicia y amamos correctamente tratamos las cosas con mayor dignidad, porque nos sentimos amados por Dios. En definitiva, no puede haber sentimiento ecológico si no es desde la presencia de Dios.
            La tercera parte está dedicada a la creación y a la contemplación. La alteración del clima obliga a la sociedad a plantearse la necesidad de un cambio de comportamiento para mantener el soporte de la vida, y lleva a la necesidad de un replanteamiento de la relación de la ciencia y de la fe, donde se den necesariamente colaboraciones para lograr la detención de dicho cambio climático. Se debe trabajar en la superación del miedo y de la codicia que nos lleva al consumo desordenado de los bienes que nos da la creación, retomando la necesidad de la relación con el Creador y su creación. Ayudará a la respuesta de los problemas medioambientales si se da un retorno a una vida contemplativa, retomar el vínculo de la Encarnación como presencia de Dios entre nosotros y la fuerza de una oración que nos lleve a comprender el equilibrio del uso de las cosas. San Francisco es un hombre contemplativo, él descubre que Cristo santifica la creación y la transforma en “sacramento” de Dios. Como indica San Buenaventura, San Francisco es cointuitivo ya que trae la luz a lo profundo de aquello que en la Escritura revela y esconde, a la vez ,el misterio divino, y también Santa Clara nos muestra la creación como casa de Dios llegando a amar a Dios como encarnado. También hay que captar y descubrir, como hace San Francisco con el leproso, la creación que sufre.
           
La cuarta parte versa sobre conversión. Todos dejamos una huella en la naturaleza. Según la conciencia que tengamos, tomaremos decisiones que nos lleven a evitar un impacto negativo en ella. Hay que vencer el pecado y la codicia humana. La tarea ambiental más importante que tenemos por delante es la reducción de los niveles de consumo. Es cuando la conversión personal tiene una dimensión pública. No podemos olvidar que la sostenibilidad de la creación lleva a los seguidores de San Francisco a restaurar un marco conceptual de relación con el mundo. Nos recuerdan los autores que únicamente podemos llegar a comprender nuestra relación y vida en medio de la creación si somos capaces de atisbar lo que significa la verdadera pobreza franciscana, que no es la privación material o la privación de las cosas esenciales para la vida, sino el reconocer nuestra necesidad que nos vuelve receptores agradecidos. Reconocemos la creación como un regalo máximo del que nos ama y se encarnó en medio de nosotros. Entender así la pobreza nos lleva a buscar la justicia fruto de la conversión individual y reorienta la vida hacia una existencia compartida en comunidad.
            En definitiva, un libro muy necesario para leerlo junto a la encíclica del Papa Francisco, y sobre todo para darle un sentido a la ecología desde la Encarnación y el pensamiento franciscano.

                                               Editorial Arántzazu, Oñati 2015.