domingo, 4 de octubre de 2015

Sobre la Ecología

                                                               EL CUIDADO DE LA CREACIÓN.
                                  UNA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA DE LA TIERRA



          Ilia Delio-K. Warner-P. Wood


por Miguel Ángel Escribano
Instituto Teológico de Murcia OFM
           
Al leer el libro podríamos pensar que nos encontramos ante un texto oportunista, que ha aprovechado el tirón de la encíclica Laudato siì para hablar de la creación y del cuidado de la naturaleza y mostrar su afinidad con el mensaje del Santo Padre. Nada más lejos de la realidad. Es una obra editada en el año 2007,  que sabe mostrar cómo la encíclica del Papa se alimenta del mensaje del Santo de Asís.
            Lo primero que los autores presentan es que  la creación se debe pensar, como dice Scoto, al que sigue Rahner, teniendo en cuenta la Encarnación. San Francisco no entiende el cosmos tal y como nosotros lo vemos. Por ello no podemos nunca hablar de un ecologista y amante de la naturaleza al uso de nuestros ecologistas actuales que, por lo general, se relacionan con ciertas corrientes políticas. San Francisco escucha la Palabra y la hace vida desde el corazón; su conversión es una conversión desde la realidad. Por ello, tiene como punto de partida la Encarnación. En fin, la obra articula una espiritualidad de la creación que incluye estudios medioambientales, teología franciscana y una formación en la fe con relación a la ciencia ecológica.
           
En la primera parte muestra la necesidad de relacionar la creación con la Encarnación. Lo primero que expone el texto es que la tecnología ha traído un impacto tóxico a la creación, lo cual es sinónimo de un mal uso de los recursos. Una de las grandes tareas que debe tener el franciscanismo es ayudar a la sociedad humana a ser sostenible. Debemos ser conscientes que la ciencia de la ecología, tal y como se muestra hoy en día, no ayuda a encuadrar la creación dentro de una acción mayor y, sobre todo, no ayuda a entenderla como lugar de la presencia de Dios en la historia. Para poder relacionarla se necesita poseer capacidad de interiorizar y, sobre todo, una comprensión mucho más profunda que llegue al núcleo de la persona humana; y no podemos olvidar que para ello es necesaria la experiencia de Dios.
            El Franciscanismo entiende la creación como nuestra casa común. San Francisco no confunde la creación con Dios, sabe que es una realidad material, buena y con la que nuestra relación debe entenderse dentro de la presencia en la historia del Logos. Por ello, y desde la devoción a María Madre de Dios, le conduce a entender que la casa de Dios es ante todo la “persona humana”. San Buenaventura recuerda que la persona vive más donde ama, que donde reside. Se trata en definitiva de un hogar, de entender la creación como un lugar de relación. Escoto, escribe que nada es necesario, sino que la creación se debe comprender como don y gracia de Dios, por lo cual es la razón para cuidarla por ser el lugar de la Encarnación, la cual se observa dentro de la acción generosa de Dios, no por la necesidad del pecado del hombre. En definitiva, si Dios esta vivo en nosotros, entonces vivimos para el mundo de la creación bondadosa de Dios. Los autores terminan cada capítulo con unos elementos prácticos que nos ayudan a percibir el amor a la naturaleza desde la espiritualidad y presencia de Dios.
            La segunda parte de la obra trata de la creación como una familia, donde prima el mundo de relaciones y de respeto mutuo. Es necesario entender la biodiversidad para anunciar a Cristo siempre que reconozcamos a las criaturas como “hermanos y hermanas”. De ahí que el cambio climático aparezca como la mayor amenaza para la diversidad de la vida y todo lo que conlleva el desplazamiento de los seres de sus ámbitos de vida, desplazamiento que observamos también en las relaciones humanas con la explotación y la persecución de los hombres.
           
Se necesita, en este sentido, un ecologismo religioso donde se haga presente la ética y la reflexión comunitaria, y se debe cuidar la gestión de los recursos naturales con miras al beneficio humano, pero con una economía que se aplique desde una visión franciscana de la vida. Desde el franciscanismo, debemos apostar por una simplificación en nuestras vidas que lleve a un uso moderado de los recursos naturales, de tal modo que se esté atento a las necesidades de los demás y de la misma creación. El Cántico de las criaturas es un canto de la creación, de la fraternidad, es reconocer a Dios como amor que se da hacia los demás, fuera de Él. Los seres humanos que viven sin relacionarse no viven en armonía con la creación. La cortesía que usaba San Francisco con los seres más débiles de la naturaleza no es otra cosa que el reflejo de su dependencia de la bondad de Dios. Solo se amará a Dios si somos capaces de amar al resto de la creación, y al revés, sólo desde el amor a Dios podemos amar a sus criaturas. La paz que habla el Cántico de las criaturas no es lo primero que se consigue, sino la consecuencia de las relaciones fraternas establecidas desde el amor.Decía Scoto que cuando amamos con justicia y amamos correctamente tratamos las cosas con mayor dignidad, porque nos sentimos amados por Dios. En definitiva, no puede haber sentimiento ecológico si no es desde la presencia de Dios.
            La tercera parte está dedicada a la creación y a la contemplación. La alteración del clima obliga a la sociedad a plantearse la necesidad de un cambio de comportamiento para mantener el soporte de la vida, y lleva a la necesidad de un replanteamiento de la relación de la ciencia y de la fe, donde se den necesariamente colaboraciones para lograr la detención de dicho cambio climático. Se debe trabajar en la superación del miedo y de la codicia que nos lleva al consumo desordenado de los bienes que nos da la creación, retomando la necesidad de la relación con el Creador y su creación. Ayudará a la respuesta de los problemas medioambientales si se da un retorno a una vida contemplativa, retomar el vínculo de la Encarnación como presencia de Dios entre nosotros y la fuerza de una oración que nos lleve a comprender el equilibrio del uso de las cosas. San Francisco es un hombre contemplativo, él descubre que Cristo santifica la creación y la transforma en “sacramento” de Dios. Como indica San Buenaventura, San Francisco es cointuitivo ya que trae la luz a lo profundo de aquello que en la Escritura revela y esconde, a la vez ,el misterio divino, y también Santa Clara nos muestra la creación como casa de Dios llegando a amar a Dios como encarnado. También hay que captar y descubrir, como hace San Francisco con el leproso, la creación que sufre.
           
La cuarta parte versa sobre conversión. Todos dejamos una huella en la naturaleza. Según la conciencia que tengamos, tomaremos decisiones que nos lleven a evitar un impacto negativo en ella. Hay que vencer el pecado y la codicia humana. La tarea ambiental más importante que tenemos por delante es la reducción de los niveles de consumo. Es cuando la conversión personal tiene una dimensión pública. No podemos olvidar que la sostenibilidad de la creación lleva a los seguidores de San Francisco a restaurar un marco conceptual de relación con el mundo. Nos recuerdan los autores que únicamente podemos llegar a comprender nuestra relación y vida en medio de la creación si somos capaces de atisbar lo que significa la verdadera pobreza franciscana, que no es la privación material o la privación de las cosas esenciales para la vida, sino el reconocer nuestra necesidad que nos vuelve receptores agradecidos. Reconocemos la creación como un regalo máximo del que nos ama y se encarnó en medio de nosotros. Entender así la pobreza nos lleva a buscar la justicia fruto de la conversión individual y reorienta la vida hacia una existencia compartida en comunidad.
            En definitiva, un libro muy necesario para leerlo junto a la encíclica del Papa Francisco, y sobre todo para darle un sentido a la ecología desde la Encarnación y el pensamiento franciscano.

                                               Editorial Arántzazu, Oñati 2015.


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