V
DOMINGO DE PASCUA (B)
Lectura del santo Evangelio según
San Juan 15,1-8.
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Yo soy la verdadera vid y mi Padre
es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el
que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las
palabras que os he hablado;
permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí,
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da
fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí,
lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo que deseéis, y se
realizará. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis
discípulos.
1.-
Dios. Los versos
siguientes al párrafo citado del Evangelio afirma Jesús la tercera permanencia
que deben vivir los discípulos, además de su vinculación que impide perder la
identidad de cristianos y crear la posibilidad de poder dar buenos frutos. Dice
Jesús: «Como el Padre me ha amado, así os
he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9-11). La fidelidad de Jesús nos lleva a la
unión con el Padre, la fuente y el origen de todo bien, la génesis de la
salvación definitiva. Como Jesús es el Hijo eterno de Dios, también nos hace a
todos nosotros hijos y caminar en la vida con un origen y destino muy concreto:
destino que nos indica que nos crea, nos cuida con su providencia y nos salva
al término de nuestros días. Él es la atmósfera que respiramos en todos
nuestros acontecimientos. Así no podemos perdernos en las dificultades y
caminos tortuosos que debemos recorrer tantas veces.
2.- La comunidad. La Iglesia es consciente que
su origen y existencia es un don del Señor. Por más que haya trabajado, amado,
servido, entregado hasta ofrecer la propia vida ―nuestros mártires son
incontables—, todos sabemos que Cristo nos une, nos impulsa y nos da la fuerza
para hacer presente al Padre en todas nuestras misiones. Una Iglesia perfecta,
ordenada, limpia de todo mal, purificada de todos sus males, no existe, es
imposible que se dé, porque está formada por hombres, que no por ángeles, y
donde hay hombres está también el mal: desde Judas hasta el último traidor que
huye cuando se pone a prueba su fe, o abre heridas que hace desangrarse la
gracia, robando vidas inocentes o cometiendo abusos indecibles a los indefensos.
La Iglesia, como dicen los Padres es «virgen y prostituta a la vez», fiel e
infiel al Señor en unos cristianos y en otros. Y pertenece a nuestra exclusiva
voluntad intentar estar unidos a la cepa para que jamás nos falte la savia de
la gracia. La Iglesia existe si permanece unida a Jesús para poder servir, de
lo contrario no existe ni es relevante en nada y para nada.
3.- El creyente. Cuando Jesús nos dice que
permanezcamos unidos a él para recibir la salvación del Padre, sabe lo que nos
está diciendo. Porque él ha experimentado la debilidad humana y ha visto
cómo sus discípulos, con la mejor intención del mundo, le han fallado, le han
traicionado y le han dejado sólo cuando más los necesitaba. Somos débiles, y
encima nos creemos el ombligo del mundo, con una soberbia y orgullo tan fatuos
que necesitamos levantar una muralla a nuestro rededor para que no se vean
nuestras vergüenzas personales y colectivas. Como el publicano de la parábola,
no levantemos los ojos a Dios como pecadores que somos, abracemos a Jesús para
que nos transmita la savia y entonces comenzaremos a sentir y vivir lo que nos
dice San Pablo: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio propio; etc.» (Gál 5,22). Entonces podremos alzar la mirada a Dios,
porque lo hemos reconocido antes en nuestros hermanos.