VIGILIA PASCUAL (B)
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16,1-8
Pasado
el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para
ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir
el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra
de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y
eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a
la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis
miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está
aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a
Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os
dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de
sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.
2.- La identidad del resucitado.
Todos piensan que han robado el cadáver y ello responde a que la resurrección
no entra dentro de las categorías de los milagros de resurrección que realiza Jesús
en el hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7,11-17), en la hija de Jairo (cf. Mc
5,23.35-42) y en Lázaro (cf. Jn 11,1-45). Tampoco Jesús sobrevive, por otra
parte, al estilo de la existencia eterna de su alma por ser de naturaleza
espiritual, como defiende la antropología griega. Ni la relación con los
«devueltos a la vida ―Lázaro, las hija de Jairo, el hijo de la viuda de
Naín― ni la racionalidad que prueba la
eternidad de los espíritus en contra de la caducidad de lo temporal,
contingente e histórico, pueden fundar la explicación de la resurrección de
Jesús. Ésta pertenece a la vida nueva en Dios prometida desde tiempo a Israel.
Por consiguiente, es un acontecimiento totalmente nuevo en la historia humana,
es decir, la situación que Dios dará al final de los tiempos a sus hijos y que
los humanos no tenemos elementos para describirlo y entenderlo. Está en la
línea que Pablo afirma: «Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no
vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado
definitivamente; viviendo vive para Dios» (Rom 6,9-10).
3.- La vida
nueva del Señor. La
Resurrección es, exclusivamente, una acción del poder amoroso divino. El Señor
recrea la vida de Jesús, dándole su identidad y gloria divina. Por eso nuestra
razón no puede captar el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Es la
dimensión de Dios la que entra a formar parte de la vida de Jesús. Es, pues,
necesaria la fe: el don que nos concede el Señor para relacionarnos con él. Y
el don de la fe hace que se apodere de nosotros la novedad de la vida de Jesús,
que cambia las bases y los objetivos de nuestra vida: del poder al servicio, de
la violencia a la paz, de la muerte a la vida eterna, de la soberbia y egoísmo
al amor, etc., etc., como le sucede a los discípulos después de los encuentros
o apariciones en Galilea. La fe nos une a Jesús resucitado y nos introduce en
la vida nueva que el Señor le ha concedido como primicia, y a nosotros de una
forma inicial en nuestra existencia. Ya tiene valor Dios como amor, amar,
servir, defender la vida ante los poderes que la destruyen, etc., etc. Tiene
valor todo lo que Jesús ha enseñado y ha hecho, porque Dios le ha dado la razón
al resucitarlo de entre los muertos. La esperanza para la gente honrada y
servicial renace, porque el Señor se ha puesto de parte de los que defienden la
vida y la llevan a plenitud desde su amor.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN (B)
Lectura del
santo Evangelio según San Juan 20,1-9.
El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando
aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue
donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
―Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron
Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el
otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro;
y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no
habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
1.- Los
discípulos. El Evangelio de la Vigilia Pascual se centra en la obra
del Señor que resucita a Jesús; el de la mañana de Pascua se centra en los
discípulos. Los tres protagonistas: María, Pedro y Juan simbolizan tres
actitudes ante Jesús y, naturalmente, tres actitudes de fe ante la obra
poderosa del Padre sobre su Hijo. María piensa que se han llevado el cuerpo de
Jesús, como es la opinión de todo el mundo al ver que no estaba en el sepulcro.
María quiere a Jesús y le desea vivo, por eso no puede captar que comparte la
dimensión divina que solo es posible entreverla por la fe que Dios regala a sus
hijos. Ella está muy lejos de la vida de resurrección. Al comunicárselo a Pedro
y Juan, dos columnas de la Iglesia, corren para certificar el robo o traslado del
cadáver. Un correr que lleva consigo el camino de la fe. Pedro entra al
sepulcro y nada se dice de su acceso a la experiencia de la resurrección. Busca
pruebas: las vendas y el sudario. Pero no le conduce a la fe. La razón no es el
elemento esencial para adentrarse en el nuevo mundo en el que Jesús ha entrado
y está compartiendo con Dios. Juan llega el primero, pero queda fuera; después
entra, ve las mismas señales que Pedro y cree. ¿Por qué? Porque el discípulo a
quien Jesús «quería» ha participado antes de la relación que Jesús ha
establecido con cada uno de sus discípulo. Es el mismo Jesús el que da la fe,
se deja ver, se encuentra con ellos. Y sólo el que es amado por él, el que se
siente amado por él, puede adentrarse en su presencia, en su vida.
2.- Demos dos pasos atrás. El primero fue cuando Jesús los llama para que
«convivan con él», para formar una comunidad que predique el Reino y sean
testigos de la nueva vida que entraña la presencia del Señor en la historia
humana. Los discípulos aprenden a rezar, a predicar, a curar, todo enseñado,
dirigido y ejemplificado por el mismo Jesús. Aprenden a quererle, a admirarle,
a seguirle, dejando su trabajo y familia. El siguiente paso es el descalabro de
la cruz, donde todas sus ilusiones se vienen abajo, no sólo aquéllas que
indican un mesianismo glorioso, sino una presencia real de un Dios que crea
fraternidad, favorece a los pobres, y garantiza la veracidad de la vida y
enseñanza de Jesús. Por eso no es extraño que la pasión disperse a los
discípulos. Pero todo cambia cuando Dios decide hablar y actuar en estos
momentos de hundimiento personal y desencanto. ¿Qué resultado dan sus
encuentros con el resucitado? El que de nuevo aparecen juntos y sean capaces de
establecer relaciones con un Jesús «distinto» (cf. Mt 28,16). Después de
encontrarse con él en Galilea regresan a Jerusalén, de donde han huido (cf. Lc
24,33). En la ciudad santa, por ejemplo, Pedro, que le había negado durante la
instrucción del proceso de las autoridades religiosas, explica sin miedo
alguno que la historia de Jesús iniciada en Galilea permanece todavía, que no se
ha acabado con su muerte (cf. Hech 2,42). Y así un discípulo tras otro:
entregan su vida por Jesús, cuando tantas veces no habían comprendido su
mesianismo servicial y lo habían abandonado en los momentos más difíciles de su
vida. La resurrección los cambia a todos.
3.- La fe es la clave. La fe transforma a los discípulos, le da la
fuerza necesaria para llevar a cabo ellos solos, ya sin Jesús, todo lo que les había
enseñado y habían observado en su convivencia por los pueblecitos de Galilea.
Con el poder de la fe en Jesús, el Señor los hace testigos de su resurrección
y, con ella, de su presencia salvadora. Y los discípulos nos transmiten la
novedad de la vida divina que supone su fe en Jesús resucitado con un sentido
de vida y unas opciones fundamentales que recrean la vida humana: lo fundamental
es la vida, y ésta vivida desde las relaciones de amor con Dios y con los
demás, que se constituyen en hermanos. Por tanto, la vida no se genera por el
poder, sino por las relaciones de amor entre seres que son hermanos e hijos de
un mismo Padre. El desarrollo de una vida en amor lo hace posible el Espíritu
del Padre y del Hijo, lo que le da una forma especial con sus frutos: «amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí (Gál 5,22-23) y con sus dones:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor a
separarnos de quien amamos y es el origen de la vida, de toda vida. Y La vida de Resucitado es una vida eterna,
supera la muerte definitivamente.