EL NACIMIENTO DE JESÚS Y LA SUSPENSIÓN DE LA
NATURALEZA
Esteban
Calderón
Facultad
de Letras
Universidad
de Murcia
Entre los evangelios relacionados con la
infancia de Jesús se encuentra el llamado con justicia Protoevangelio de Santiago[1],
posiblemente anterior al 180 y del que contamos con más de 150 manuscritos, lo
que da idea de su gran difusión. El papiro más antiguo de este texto es de
finales del s. III o comienzos del IV, conocido como el Papiro Bodmer V. Esta obrita, perteneciente al género conocido como
midrash haggádico cristiano, recoge
tres pasajes fundamentales: la vida de la Virgen hasta la Anunciación, el
relato de José desde el nacimiento de Jesús hasta la adoración de los Magos y
la matanza de los inocentes, y el martirio de Zacarías. En rasgos generales,
puede decirse que el Protoevangelio
reelabora datos extraídos de los evangelios canónicos enriquecidos con
tradiciones ambientadas en Jerusalén; fue objeto de importantes refundiciones
en el occidente latino, que dieron como fruto el Evangelio del Pseudo-Mateo (s. VII-VIII) y el Libro de la Natividad de María (846-849). El Santiago en cuestión
no sería otro que Santiago el Menor (cf. Mc.
15, 40), hijo, según el apócrifo, de José en primeras nupcias y primer obispo
de Jerusalén. Quién sea en realidad el autor es algo imposible de precisar. Por
otra parte, la finalidad de esta obra es probar la virginidad perpetua de María
antes, en y después del parto, como lo atestigua el recurso a beber las aguas
de la probación (Proteu. XVI) y a la
partera hebrea que la atiende y que firma la uirginitas in partu (Proteu. XX).
Se puede decir que es más una leyenda hagiográfica centrada en la persona de
María que un evangelio stricto sensu.
El pasaje más interesante y rico
literariamente hablando es el relativo al nacimiento de Jesús, ya que se pueden
establecer algunas relaciones con los apócrifos que no abordan directamente el
tema de la infancia de Jesús. El parto en Belén es narrado de tal manera que
adquiere sentido toda la grandeza del acontecimiento: se trata de un nacimiento
extraordinario que pertenece a la esfera de lo divino, como se puede observar
en lo que se ha denominado “suspensión de la naturaleza”.
El caso que nos ocupa es un motivo literario
de tradición oral, con la singularidad de ser una de las manifestaciones más
antiguas que conocemos de la suspensión de la naturaleza. Un motivo que, además
de hallarse en el cuento popular, constituye un elemento mítico que con frecuencia
acompaña al nacimiento de un héroe. Así es como se encuentra, por ejemplo, en
la leyenda que narra el nacimiento de Buda o, en la literatura posterior, en el
bien conocido cuento de La bella
durmiente del bosque (en otras versiones La belle au bois dormant, de Perrault, o la Dornröschen —o Rosa
Silvestre—, de Grimm). Pero aprovechemos para adelantar que la fecha
posterior al s. II o III atribuida a la tradición india imposibilita que el
episodio de la inmovilidad de la naturaleza del Protioevangelio haya sufrido influencias de dicha literatura
oriental. Por otra parte, el carácter popular del pasaje queda indicado por el
“estilo kaí” ―común en los
Sinópticos, particularmente en Marcos―, el paralelismo sinonímico y antitético,
así como otros recursos estilísticos que son habituales en la novela.
Pero veamos el texto de esta digresión
autobiográfica de José:
“Y yo,
José, me puse a caminar y no podía andar. Y levanté la mirada al cielo y
advertí el aire suspenso, y levanté la mirada hacia la bóveda del cielo y
advertí que estaba estática, y las aves del cielo inmóviles. Y dirigí la mirada
hacia la tierra y advertí una artesa en el suelo y a unos jornaleros tendidos en
tierra y sus manos en la artesa. Y los que comían no masticaban, y los que
cogían comida no la subían del plato, y los que llevaban el alimento a la boca,
no lo acercaban, sino que los rostros de todos estaban mirando hacia arriba. Y
he aquí que unas ovejas eran arreadas y no avanzaban, sino que estaban quietas;
y el pastor había levantado su mano para golpearlas [con el cayado], y la mano
se quedó en alto. Y dirigí la mirada hacia el cauce del río y advertí las bocas
de los cabritos que se acercaban al agua y no bebían. En suma, en un instante
todas las cosas se apartaban de su curso habitual”.
Se han propuesto como antecedentes
veterotestamentarios algunos pasajes: 3
Re. 19, 12; Sap. 18, 14; Is. 41, 1; Abd. 2, 20; Hb. 2, 20; Soph. 1, 7; Zac. 2, 13… Pero todos estos textos presentan una diferencia
fundamental: se trata del silencio religioso y ritual, y en ningún caso de una
suspensión de la naturaleza semejante a la narrada en Proteu. XVIII 2. También se han buscado antecedentes en la literatura
clásica. Se ha citado como antecedente más remoto el célebre e imitadísmo
“Nocturno” de Alcmán (fr. 43 P.),
pero, para empezar, se trata de un sueño, el sueño de la naturaleza, bajo cuyo
influjo caen hasta los montes, los barrancos y especies animales de toda
estirpe; es decir, todos los elementos de la naturaleza duermen, permanecen
inactivos en un juego de contraposiciones. Aquí la quietud nocturna, que
penetra toda la naturaleza, es expresada con gran simplicidad y mediante una
sugestiva enumeración de los elementos que componen el paisaje. Por el
contrario, Alcmán no menciona el silencio, pero está latente en a lo largo del
episodio. Este motivo de la naturaleza dormida lo hallamos también en otros
autores. Es especialmente interesante, en el ámbito latino, un pasaje de
Virgilio (Aen. IV 522-527), donde se
describe la envolvente calma de la noche. Al igual que
en los versos de Alcmán, diversas especies animales aparecen también aquí. En
la poesía griega hallamos un pasaje de las Argonáuticas
de Apolonio de Rodas (III 747-750) de tono similar, donde predominan, el
silencio, el sueño y la oscuridad de la noche, en un ambiente de creciente paz
nocturna, pero en el que está ausente la inmovilidad y no hay presencia del
componente divino. Se trata, una vez más, del silencio de la naturaleza, en
este caso en el mar. Todos estos pasajes tienen un antecedente último en un
símil homérico (Il. VIII 555-559),
muy distante de tener la riqueza léxica y la frescura lírica de Alcmán. Otro
posible antecedente aducido se encuentra en Eurípides, Bacantes 1084-1085. Ahora bien, el pasaje euripídeo, si bien se
trata igualmente del silencio de la naturaleza, hay una diferencia respecto a
los textos anteriores y consiste en estamos ante un instante en que van a
irrumpir fuerzas sobrenaturales, uno de los momentos más solemnes del drama.
Este silencio es la respuesta tradicional de la naturaleza a la epifanía
divina. Hay, ciertamente, silencio, pero a diferencia del Protoevangelio no hay inmovilidad.
Toda esta suerte de descripciones de la
quietud nocturna de la naturaleza que hemos visto en los autores profanos de la
literatura clásica remite, en última instancia, al famoso texto de Alcmán, a
partir del cual se convierte en un topos
literario. Pero, en cualquier caso, los posibles antecedentes de la literatura
clásica no deben confundirse. No es lo mismo la suspensión de la naturaleza
presente en el evangelio apócrifo que el silencio religioso, que se debe
guardar ante cualquier tipo de teofanía y que hallamos también en la misma
literatura, como hemos observado, ni tampoco lo es el sueño de la naturaleza.
En el Protoevangelio de Santiago la
suspensión de la naturaleza se caracteriza por el silencio y la inmovilidad,
una inmovilidad sobrenatural. Estos dos aspectos no se dan en textos similares
anteriores. En consecuencia ―y descartada la influencia oriental―, estaríamos
ante un motivo inédito en la literatura
[1] El
término Protoevangelium es
relativamente moderno, ya que fue usado por vez primera, como título del Evangelio de Santiago, en 1552, en la
traducción latina del humanista y jesuita francés Guillaume Postel, Proevangelion, seu de natalibus Iesu Christi
et ipsius matris Virginis Mariae sermo historicus divi Iacobi Minoris.
Evangelica historia quam scripsit B. Marcus. Vita Marci evangelistae collecta
per Theodorum Bibliandrum, Basilea, 1552, pp. 24-70. Postel lo tomó por el
prólogo de Marcos.