Alemania y el futuro de
Europa
Antonio López Pina
Facultad de Derecho
Universidad
Complutense
J. I. Torreblanca observa que, superada la crisis del euro, nos estamos adentrando en una muy preocupante fase de crisis política. Porque si las tensiones en torno al euro han remitido, las tensiones políticas están aumentando, especialmente en lo que se refiere al papel de Alemania, cada vez más objeto de la crítica.
Las autoridades alemanas han montado en
cólera por un Informe del Departamento del Tesoro norteamericano sobre política
económica y política monetaria exterior: aquél
sostiene que “el enorme superávit por cuenta corriente de Alemania en su balanza comercial es nocivo
e introduce un sesgo deflacionario en la
Eurozona, así como en la economía mundial”.
No obstante, en cuanto concierne a la crisis de la Eurozona, Alemania continúa haciendo oídos sordos. La potencia hegemónica considera que los sufrimientos en los países en crisis si bien pueden resultar severos, son inevitables, como efecto de sus propios errores y derroches pasados. Schäuble ha acusado a los críticos de la política del gobierno alemán, de no ver lo bien que están funcionando sus recetas políticas. “Lo mismo que – aunque pudiera estar arruinando a sus socios – no es objetable que Alemania tenga continuos superávits de cuenta corriente dentro de la Unión Monetaria, nada hay de malo tampoco, en que la Eurozona intente reproducir el modelo alemán de la Agenda
El enfrentamiento es político: para muchos
alemanes, resulta el colmo de la
insensatez, ser criticados por ahorrar y exportar en exceso por vecinos o
aliados desestabilizadores, presos de
su consumo ostentatorio y de su
endeudamiento. ¡A nosotros, que somos
el modelo económico ortodoxo y exitoso
del Continente!
Paul Krugman señala: “Alemania empujó a los países endeudados a una austeridad rigurosa, que acabó con sus déficits comerciales. Pero algo no salió bien. La reducción de los desequilibrios comerciales tendría que haber sido simétrica, y los superávits de Alemania se deberían haber reducido al mismo tiempo que los déficits de los deudores. En lugar de eso, Alemania evitó cualquier tipo de ajuste; los déficits de España, Grecia y otros países se redujeron, pero no así el superávit alemán.
Esto ha tenido consecuencias nefastas para
Europa, porque la negativa alemana a realizar ajustes ha multiplicado los costes
de la austeridad. Pongamos el caso de España, el país con el mayor déficit
antes de la crisis. Era inevitable que se viese abocada a años de escasez,
cuando tuvo que aprender a vivir dentro de sus posibilidades; pero no lo era
que el desempleo llegase a casi el 27%, y casi el 57% entre los jóvenes. El
inmovilismo alemán ha contribuido en buena medida al sufrimiento español”.
El caso es que, extramuros del Rhin y de los Alpes, crece el desasosiego con una Alemania que no sólo estaría beneficiándose extraordinariamente de la moneda única, sino que, a la vez, bloquea de forma sistemática cuantas medidas permitirían despejar el camino hacia la salida de la crisis. Paradójicamente, se presenta una y otra vez a sí misma como una víctima potencial del asalto a sus finanzas de los derrochadores del sur. También en la Comisión y en el Parlamento Europeo crece la resistencia contra la política europea de la Canciller Merkel: representantes de ambas instituciones presumen la existencia de toda una instrumentalización de Europa al servicio de los intereses nacional-alemanes.
Y… que nadie piense que el proyecto nacional-alemán es un programa a la defensiva. Como muestra la reacción del Süddeutsche Zeitung al giro del Presidente Hollande, en la conferencia de prensa del 14 de enero de 2014, se trata de un proyecto a expandir. ¡Que no vaya a vacilar ideológicamente la Canciller!, para Alemania, ha llegado el momento de seguir una Machtpolitik! Retorna, pues, la política de poder de los grandes Estados como en la Europa que siguió al Congreso de Viena, en 1815.
En cualquier caso, tampoco cabe negar que, en el imaginario nacionalista en que vivimos, alguna razón asiste a los alemanes que, de un lado, se escudan en el riesgo moral (moral hazard) de una actuación irresponsable de los Estados del sur; y, de otro, se niegan a aceptar otra referencia que el propio país -- el contribuyente medio alemán o el Dr. Weidmann (Presidente del Bundesbank y miembro del Consejo de gobierno del Banco Central Europeo), sin ir más lejos. Ahora bien, desde la perspectiva de una determinada idea de vocación cívica universal (Kant) de Europa, no es de recibo la rotunda oposición alemana a una comunitarización europea de la deuda soberana de los Estados en situación crítica así como el desdén de la Canciller por la cuestión social. La Unión Europea ha creado progreso durante décadas. Su “modelo social”, una alianza de crecimiento económico y de mejora sostenible de las condiciones de vida y de trabajo, está ahora debilitado y amenazado. A la postre, la “dimensión social” continúa siendo sólo un adorno decorativo para la política de austeridad, impuesta por la Canciller, rechazada por la mayoría de los europeos.
Podríamos seguir con el concepto de “pacto
de competitividad”, diseño de futuro
y punta de lanza del actual discurso
nacional-alemán. No deja de ser irónico, que en vez de plantear de una vez un
seguro europeo de desempleo, sólo se piense en un instrumento de adicionales
reformas estructurales que únicamente va
a agudizar el drama social en los
Estados endeudados. Pero ésa es otra historia
Hacia el futuro. En Europa somos legión quienes hacemos nuestras las palabras de Borrell:
“el actual status quo muestra una
doble flaqueza: la escasa representación
del interés general europeo y la debilidad política del ejecutivo comunitario.
El papel de la Comisión es muy limitado y el Parlamento Europeo no acaba de
encontrar el suyo. La política sigue siendo nacional y las decisiones de
aportar recursos o de tomar decisiones de ajuste corresponden a los Parlamentos estatales”. Cada uno de ellos
actúa inspirado por su interés nacional:
¡cómo podríamos reprocharles
que desempeñen tal papel! Y ya hemos constatado que ese interés se
percibe de forma muy distinta desde Berlín o desde Madrid.
¿Habrá aún que
recordar que deberemos completar la Unión Económica y Monetaria en términos de
sus carentes instrumentos en las dimensiones financiera, presupuestaria,
económica y social? En medio de los fragores de la mundialización, nos estamos
jugando la supervivencia de Europa como proyecto. Hay que completar la
arquitectura institucional: la Unión Europea no podrá sobrevivir a) sin un gobierno federal con unos presupuestos
suficientes basados en los propios recursos fiscales y un Tesoro responsable para emitir y gestionar
deuda pública; b) sin las institucioners
políticas y democráticas que la
sustenten y sin abordar prioritariamente la cuestión social, la única que,
según Habermas, puede legitimar el proyecto de una federación europea de
Estados-nación y que, desde la Agenda 2010, del Gobierno Schröder, anda
huérfana de una política institucional que
vele por ella.
La lucha por la igual libertad
de todos, tan cara a Carlos de Cabo, está empeñada con voluntad de ser, justo, la negación
al status quo de poder de la
política nacional-alemana de la crisis.