El Bautismo -I-
Hombres nuevos en Cristo
Texto
«¿Es que no sabéis
que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados por él en la muerte para que, lo mismo que
Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva…..» (Rom 6,3-11)
Reflexión ― I
1.- El hombre, imagen divina en la creación, lo
presenta la revelación como una relación entre feminidad y masculinidad (cf.
Gén 1,27; 2,232-24); unido al cosmos y responsable de su cuidado (cf. Gén 1,27;
2,7), es la criatura con más dignidad de la creación; se percibe como un ser
esencialmente comunitario (cf. Gén 2,7), cuya historia es también la historia
de Dios en la creación. Su imagen divina le hace tender hacia Dios; su vida es
un proyecto que se despliega poco a poco en el espacio y en el tiempo, e incluye
la promesa divina de que alcanzará su plenitud al final de los días según Dios
le ha configurado (cf. Gén 3,15). La triple relación con el cosmos, los demás
humanos y con Dios diseñan su ser individual.
Además, el hombre es
un cuerpo, con el que se ubica entre las demás criaturas (cf. Núm 8,7; 1Re
21,27), y es un cuerpo animado con una vitalidad propia, por el que entabla
relaciones con otros hombres semejantes a él (cf. Lev 23,30; 1Sam 18,1), y, por
último, goza de la capacidad de dialogar con Dios (cf. Is 11,2; 1Sam 10,10),
porque el mismo Dios le habilita para ello al darle su espíritu (cf. Job 33,4;
Sal 33,6). En este sentido, el hombre existe porque es llamado por Dios para
vivir y establecer una alianza de amor, que constituye la razón última por la
que ha sido creado (cf. Éx 19.24; Dt 29). Por eso la relación con Él se erige
en el fundamento de su existencia (cf. Dt 6,4-9; 30,15-20). El hombre, pues, es
un ser individual, que forma un todo unitario contemplado en sí mismo; y es un
ser colectivo, porque sostiene con los demás una relación de igualdad en la
dignidad y de solidaridad en la responsabilidad de su destino común. En ambas
dimensiones, individuo que pertenece a una comunidad, o una comunidad que se
fundamenta en personas con igual dignidad, se mantiene en la existencia gracias
a su comunicación con Dios dentro de su estructura creada.
El mal es un alejamiento de Dios entendido como la fuente
de la vida (cf. Gén 3,1-24), como un fratricidio (cf. Gén 4,1-16), como un acto
de orgullo de emular y sustituir a Dios (cf. Gén 11,1-9), como la opresión de
los débiles, que es la actitud del Faraón con Israel (cf. Éx 5,6-22). En definitiva,
el mal forma parte de la creación y en ella se encierra con una dinámica que se
aleja y se opone a las intenciones divinas sobre sus criaturas. El mal se
comprende al ir contra Dios como pecado en la Historia de la salvación. Esto se
expresa en la reflexión sobre los orígenes del mal con estas frases: «El Señor
se arrepintió de haber creado al hombre [...] Vio Dios la tierra, y he aquí que
estaba toda viciada» (Gén 6,6.12). Si la comprobación del pecado casi siempre
comienza cuando se sufre en la propia carne, o se contempla como una realidad
que afecta con evidencia a la destrucción de la vida de los demás, llega un
momento en el que se toma conciencia de que son los hombres los que cometen
estas acciones contra Dios (cf. Jer 17,9). Y si peca el hombre, obedece a que
se siente esclavo de una dinámica que no puede dominar del todo. Es la historia de la humanidad la que transmite una vida dañada y
degradada.