DOMINGO XXXIV (B)
Lectura del santo
Evangelio según San Juan 18,33-37.
En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el
rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han
dicho otros de mí? Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu
gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le
contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino
no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo
dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser
testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
1.- Jesús
y Pilato entablan un diálogo de sordos, que acaba con la pregunta del
Gobernador: «Y ¿qué es la verdad?» Pilato es la presencia del poder político,
económico, legislativo y judicial del Emperador Tiberio. Está en el estrado de
los grandes poderes que ha tenido la humanidad: Egipto, Asiria, Persia, Grecia,
Roma […], Estados Unidos, y seguirá un imperio tras otro con los mismos
principios que avalan la dominación de los humanos, hasta que decida el Señor
el fin de la historia para aclarar su verdadero sentido. El imperio inunda de
noticias el mundo, que oímos y leemos cada día: actos terroristas asesinando
inocentes en aviones, en ciudades europeas o medio orientales o africanas, etc.—
La otra cara de la historia es Jesús, el Hijo de Dios. Revela el rostro
bondadoso del Señor, que se hace presente por su Espíritu en los hombres y
mujeres, en las familias y en las instituciones, que aman, que sirven, que
luchan por la dignidad humana, que tienen a Dios como el Padre de Jesús. Forjan
un reino que es eterno; al contrario del otro, que ya ha sentenciado su muerte
el mismo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no
ven, vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn 9,39).
2.- Los reinos terrestres
funcionan con las tres tentaciones que sufre Jesús: el poder, la vanidad y el
dinero. O en la pluma de Juan: por la concupiscencia de la carne, por la
codicia de los ojos, por la arrogancia del dinero. En definitiva, es la
soberbia que quita a Dios como centro de las relaciones humanas para instalar
al yo humano como creador, providente y salvador, constituyéndose en el ombligo
del mundo y de la historia. Jesús no va por aquí, y la Iglesia, que es su
cuerpo, tampoco; al menos en estos últimos tiempos. La Iglesia no puede ser una
alternativa al poder político, legislativo, judicial y económico. La Iglesia es
una alternativa al sentido de la vida como la entienden los poderes de este
mundo. Ella experimenta, avala y expande el reino de Jesús, el reino de «la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la
justicia, el amor y la paz» (Prefacio)
3.
Pertenecemos al Reino de Dios por
el bautismo y los dones de gracia que el Señor nos ha regalado en nuestra
educación familiar, social y cristiana. Cuando somos conscientes de nuestra
pertenencia a un mundo nuevo, debemos orientar las responsabilidades familiares
y sociales según nos ha enseñado Jesús: compartir la bondad de Dios, recuperar
a los niños y marginados por su bondad misericordiosa, crear instituciones y
ámbitos donde se construya un buen ambiente de convivencia, de aceptación del
otro, de paz. Cuidar con esmero, al estilo de los Hermanos de San Juan de Dios,
a los enfermos mentales. Defender nuestra creación como hermana nuestra, a la
cual debemos servir, como dice San Francisco. Tener a Dios como fuente de la
vida, que la cuida y la desarrolla. De todo esto, y mucho más, Jesús es rey; al
rey político ya lo rechazó después de la multiplicación de los panes (cf. Jn
6,15). Nuestra vida debe hacer real el Reino de Dios que nos ha revelado Jesús.