LA
OBEDIENCIA SEGÚN SAN FRANCISCO
II
Con ocasión de la Asamblea de Guardianes de la futura Provincia de la
Inmaculada en España, que se celebró del 26 al 28 de diciembre de 2013 en
Madrid, me atrevo a ofreceros estas reflexiones sobre la obediencia en San
Francisco y que están recogidas en el Texto: «Debo dejar a Dios por Dios».
Biografía teológica de la Madre Paula Gil Cano (Murcia 2013). La ofreceré en
tres entregas.
2.- También la obediencia en la fraternidad franciscana queda marcada por la obediencia a Dios por
medio de Jesús. Todos, los superiores y súbditos, se tienen que servir
mutuamente, porque todos deben obedecer al Señor. En la fraternidad nadie hay
autónomo o puede vivir al margen de la obediencia a Dios. Y todos deben
relacionarse con la autoridad del Señor en la historia, que es Jesús. Por eso
el Evangelio será la norma visible en la que se reflejará la relación de
sumisión a Dios Padre: « Y ningún fraile haga mal o hable mal al otro; sino más
bien, por la caridad del espíritu, voluntariamente se sirvan y obedezcan unos a
otros. Y ésta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo. Y
todos los frailes, cuantas veces se desviaren de los mandatos del Señor, y
vaguearen fuera de la obediencia, como dice el profeta, sepan que son malditos
fuera de la obediencia hasta tanto que permanecieren en tal pecado a sabiendas.
Y cuando perseveraren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo
Evangelio y por su vida, sepan que están en la verdadera obediencia y sean
bendecidos por el Señor»[1].
Después
dicha obediencia mutua se introduce en la relación entre superiores y súbditos:
«Mas los frailes que son súbditos recuerden que por Dios negaron sus propias
voluntades. Por donde les mando firmemente, que obedezcan a sus ministros en
todo lo que prometieron al Señor guardar y no es contrario al alma y a nuestra
Regla. Y dondequiera que están los frailes, que supiesen y conociesen no poder
guardar la Regla espiritualmente, a sus ministros deban y puedan recurrir. Mas
los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y tengan tanta familiaridad
para con ellos, que [los frailes] puedan hablarles y obrar como los señores a
sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los
frailes»[2].
Tan
es así esto, que lo que iguala a toda la fraternidad es su ser y relación
fraterna, y lo que la distingue es su función. Como unos son cocineros, otros
hortelanos, otros limosneros, otros predicadores, otros sacerdotes, así algunos
son ministros y otros súbditos, pues ser superior no es un estado que exprese
un sentido de vida, por el que se transmite la voluntad del Señor, como sucede
en los monasterios, sino es que un ministerio suyo sentido lo da el servicio a
los hermanos. De ahí que los hermanos se deben lavar los pies unos a los otros,
como el Jesús hizo en la Última Cena: «Los frailes, en cualquier lugar que
están, si no pueden observar nuestra vida, cuanto antes puedan, recurran a su
ministro manifestándoselo. Mas el ministro procure proveerles de tal manera,
como él mismo querría que se le hiciese, si estuviera en un caso semejante. Y
ninguno sea llamado prior, sino que todos universalmente sean llamados frailes
menores. Y el uno lave los pies del otro»[3]. La
función del superior mandando, como la del súbdito obedeciendo, se da porque
pertenecen a la fraternidad y es ella a la que hay que dar razón de la
obediencia de unos y de otros. Y esto es así, porque la fraternidad es fiel
reflejo del Evangelio: «Pero si el prelado le ordena algo que sea contra su
alma, aunque no le obedezca, sin embargo no lo abandone. Y si a causa de eso sufriera la
persecución de algunos, ámelos más por Dios. Pues
quien sufre la persecución antes que querer separarse de sus hermanos,
verdaderamente permanece en la perfecta obediencia, porque da su vida por sus hermanos»[4].