domingo, 6 de diciembre de 2015

Santos y Beatos, del 8 al 14 de diciembre

                                                                          8 de diciembre


                                  La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

            El 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX declara el dogma y establece la fiesta de la Inmaculada Concepción: «Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe». El beato Duns Escoto piensa que la afirmación de que todos hemos sido hechos pecado para que todos necesitáramos la gracia de Jesu-cristo para salvarnos (Rom 5,12), proviene de que Cristo es un mediador perfecto, al ser perfecto Dios y perfecto hombre. Por consiguiente, la mediación para la salvación debe cubrir todos los campos posibles para que la redención alcance toda la realidad y supere toda posibilidad de salvación de cualquier otro mediador. Esto se alcanza cuando, no sólo libera del pecado, sino también es capaz de preservar a una persona de él. Es lo que sucedió con su Madre. Jesucristo preservó a María de toda mancha original y así ejerció la mediación universal de la salvación más perfecta posible, ya que es más fácil reconducir a un pecador a Dios que impedir que una persona pueda ofender a Dios y separarse de Él; es más fácil liberar del pecado actual que crear la misma imposibilidad de pecar; y se agradecerá más a Jesucristo su acción sobre María, porque ha mostrado su mediación en el más alto grado, ratificando su capacidad infinita de salvación.

            Oración. Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                         11 de diciembre

                                                           Hugolino Magalotti († 1373)

            El beato Hugolino Magalotti nace en Camerino (Mace-rata. Italia). Distribuye sus bienes entre los pobres e ingresa en la Orden Franciscana Seglar. Adopta una vida aislada para dedicarse por entero a la oración y meditación de la vida de Jesucristo. Como es habitual en la espiritualidad eremítica, su vida es de extrema penitencia. Habita en las faldas del Monte Ragnolo, no lejos de las fuentes del río Tenna. Más tarde lo abandona, porque la gente acude para recibir su consejo y favor, impidiéndole permanecer en oración constante. Se va a vivir a la cima del monte Ragnolo. En su nuevo retiro, Hugolino intensifica la vida de penitencia y de íntima unión con Dios. Asistido por algunos devotos y un sacerdote del vecino monasterio de Riosacro, entrega su alma a Dios el 11 de diciembre de 1373. El papa Pío IX aprueba su culto el 4 de diciembre de 1856.

                                               Común de Santos Varones

            Oración. Dios nuestro, tú ves que somos débiles y desfallecemos; por el ejemplo del beato Hugolino, afiánzanos misericordiosamente en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                           12 de diciembre

                                                          Nuestra Señora de Guadalupe

            En el mes de diciembre de 1531, en la colina del Tepeyac, la Virgen María se aparece a Juan Diego. En la cuarta aparición la Virgen le manda que se presente Juan de Zumárraga, franciscano y primer obispo de México. Juan Diego lleva en su ayate unas rosas que corta en el Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan Diego enseña su ayate al obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de la Virgen María, con rasgos mestizos. En 1910, Pío X proclamó a la Virgen de Guadalupe patrona de toda Hispano-América.

                                               Común de santa María Virgen

            Oración. Señor, que quisiste colmar con beneficios incesantes a quienes nos hemos acogido bajo el patrocinio especial de la santísima Virgen María: escucha nuestras oraciones y concédenos que, después de celebrar con alegría su fiesta en la tierra, podamos llenarnos de gozo al contemplarla en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


                                                           12.1 de diciembre

                                   Bartolomé de San Gimignano (1227-1300)

            El beato Bartolomé Bompedoni nace en 1227 en el castillo de los Condes de Mucchio, junto a San Gimignano (Siena. Italia). Ingresa en los benedictinos de San Vito de Pisa, después viste el hábito de la Orden Franciscana Seglar, ingresa en el seminario en Volterra, y una vez cursados los estudios es ordenado sacerdote, siendo destinado como párroco a Pichena. Durante 20 años evangeliza la ciudad, sirviendo la Palabra, enseñando la catequesis y testimoniando la veracidad de la fe con un servicio extremado a los pobres y afligidos. Atacado de lepra, se retira a la leprosería de Celiole, cerca de San Gimignano, donde vive veinte años. Aquí da un testimonio conmovedor de unión a la pasión de Cristo, ofreciendo uno de los más bellos testimonios de la espiritualidad franciscana de unión a Cristo crucificado. Muere en 1300, siendo sepultado en San Gimignano en la iglesia de San Agustín. El papa Pío X aprueba su culto el 27 de abril de 1910.

                                               Común de Santos Varones

            Oración. Dios nuestro, que has puesto a los santos como ejemplo y ayuda para facilitar a los débiles el camino de la salvación, al celebrar la fiesta del beato Bartolomé concédenos bondadosamente que, siguiendo sus pasos, caminemos hacia ti. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                          12.2 de diciembre


                                                          Conrado de Offida (1241-1306)

El beato Conrado nace en Offida (Áscoli Piceno. Italia) en 1241. A los 14 años viste el hábito franciscano. No quiere estudiar, y sirve a la fraternidad con los oficios más humildes. Destinado a Forano, convive diez años con el beato Pedro de Treia. El Ministro General, Jerónimo de Áscoli, lo destina a La Verna. Más tarde, los superiores le obligan a cursar los estudios eclesiásticos. Después de ordenado sacerdote, se entrega a la predicación. En 1294 obtiene permiso del papa San Celestino V para pasar un tiempo entre sus ermitaños celestinos. Durante estos años tiene relaciones epistolares esporádicas con Pedro Juan Olivi, el reformador franciscano sospechoso de errores heréticos en sus escritos sobre la cuestión de la pobreza evangélica. Cuando Bonifacio VIII suprime la congregación de los celestinos, Conrado regresa al convento franciscano. Vive en penitencia y pobreza extremas. Muere en Bastia, cerca de Asís, el 12 de diciembre de 1306. El papa Pío VII aprueba en su honor oficio y misa el 21 de abril de 1817.

                                               Común de Santos Varones

            Oración. Dios nuestro, solo tú eres santo y nadie puede ser bueno fuera de ti: por la intercesión del beato Conrado, danos la gracia de vivir de tal manera que nunca nos veamos privados de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                                                       13 de diciembre

                                                                                Lucía (s. III)

            Santa Lucía mártir de la persecución de Diocleciano. Es la última persecución contra los cristianos y quizás la más sangrienta.

                                               Común de un mártir

            Oración. Que la poderosa intercesión de Santa Lucía, virgen y mártir, sea nuestro apoyo, Señor, para que en la tierra celebremos su triunfo y en el cielo participemos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


                                                                             14 de diciembre

                                                                  Juan de la Cruz (1542ca.-1591)

            San Juan de la Cruz nace en Fontiveros ( Ávila. España) hacia el año 1542. Ingresa en la Orden de los carmelitas. Siguiendo a Santa Teresa de Jesús, defiende la reforma de la Orden. Es uno de los grandes escritores místicos de la Iglesia. Muere Úbeda (Jaén. España) el año 1591. Es doctor de la Iglesia.

                                               Común de Doctores de la Iglesia


            Oración. Dios, Padre nuestro, que hiciste a tu presbítero San Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de tu gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Francisco. Misericordia IX


                                                        MISERICORDIA     
                             «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                        

                                                                IX


            2.3.- Todo es gracia

           
2.3.1. La afirmación de Francisco: «debes tenerlo todo por gracia» da con el núcleo central de la fe cristiana. El Ministro sufre el pecado de los hermanos, el pecado del mundo, la cultura que genera conflictos sin cuento; y Francisco le recomienda que la única forma de escapar a su dominio es la obediencia radical al Amor, que es Dios, y en dicha relación de obediencia advierte que la vida proviene exclusamente de Él, que da el sentido y las fuerzas para vivir. Es así como conoce que su vida pertenece al Señor, que «todo es gracia» dentro de la historia de la fraternidad, de la historia del mundo, de la cultura que sustenta la fe. Poco a poco, se fijará el Ministro que la relación gratuita del Señor es algo previo a cualquier deseo y acción de bien que tienda, desee y haga. No se da el Señor porque sepa que va a responderle o espere una contestación adecuada a su amor. Él es una dinámica de amor, un movimiento continuo de vida que se abre, se comunica, crea y regenera vida. No tiene Dios otra forma de ser y existir hacia la creación. Por consiguiente, es don cuando se abre al Ministro, a todos, al margen de que lo merezca y le vaya a responder con amor al amor recibido[1].
           
Y lo demuestra en las relaciones históricas que mantiene con Israel, que, a pesar de algunas actitudes iracundas que responden a los pecados y traiciones del pueblo, siempre fruto de su amor, prevalece la relación gratuita y libre, que se fundamenta en su propia identidad amorosa. Esta identidad no tiene límites algunos (cf. Sal 136) en un doble aspecto: curar y salvar, y con una doble relación: comunidad e individuo, que lo santifica y lo hace agradable a sus ojos. De ahí que la actitud benevolente y graciosa divinas supere la distancia infinita que hay entre Dios y su criatura, y, como ha comenzado Francisco su carta,  haga resplandecer su rostro amoroso sobre la debilidad básica de su pueblo y sus hijos (cf. Núm 6,25). La conducta de Dios hace que las misiones que encarga para salvar a su pueblo estén al margen del valor o la calidad humana de sus elegidos. Nadie merece ante Él, y menos que se vea obligado a pagarle sus servicios. Las acciones graciosas divinas, no hay que olvidarlo,  también recaen sobre las desgracias que sacuden a Israel o a los débiles e indefensos en su conjunto[2]. En definitiva, Israel, al menos al principio de su historia relaciona la gracia divina a la Alianza y al perdón permanente que Dios tiene para con sus infidelidades.  Y todo ello antes de las derivas que, con el tiempo, ofrecen algunas espiritualidades judías, en especial la farisea, del obligado cumplimiento de la Ley.
            El dinamismo de entrega del Señor, expresión de su generosidad y poder, se ha revelado y situado en la historia de Jesús. El Evangelio es el desarrollo de la benevolencia divina, que la deletrea Jesús cuando va a Nazaret a proclamar el año de gracia del Señor: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos» (Lc 4,18-19).
           
Sin embargo, algunas comunidades judeocristianas han seguido las relaciones con el Señor desde la obediencia escrupulosa a la Ley como última voluntad divina y han valorado positivamente las obras de bondad humanas para la salvación. Contra dichas obras y la actitud que las cobijan, en cuanto originan la salvación,  reacciona Pablo, y enseña a los seguidores de Jesús que Dios todo lo ha hecho nuevo: «Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (cf. 2Cor 5,17-18), y lo nuevo que Dios ha revelado en su Hijo lo concreta en los cristianos de la siguiente manera: «… y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).
            Pablo encierra a todo el mundo en rebeldía (cf. Rom 3,9-20), para que todos necesiten la gracia divina, y todo vuelva a partir, como en la creación, de Él; ahora de Él en su Hijo: «… ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados de balde por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús»[3]. Ni la obediencia a la Ley, ni la justicia retributiva a las obras morales ajustadas a la dignidad humana son suficientes para la salvación, o para extirpar el pecado en el hombre. La justicia graciosa del Señor es única, favorable por entero al pecador, que unidas a la verdad y fidelidad divinas arrancan al pecador de su injusticia, mentira e infidelidad.  Y Dios en Cristo concede la salvación como un don, como un regalo, sin mediar esfuerzo alguno humano, «de balde», «gratis». Dios da un veredicto favorable no a los justos, sino a los pecadores, para hacerlo ontológicamente justos. No es una declaración; es un hecho divino de gracia, que recrea de una manera completa a los bautizados: «Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo»[4] Es pura misericordia lo que está afirmando Pablo, cuyo origen no es otro que el mismo Dios que salva en Cristo, sustituto de la Ley. El camino de la bondad; la posibilidad misma de vivir y vivir para siempre es gracia. Por eso Francisco afirma rotundamente al Ministro: todo es gracia[5]. Pablo y Francisco lo demuestran en sus propias experiencias creyentes.





[1] Cf. Rom 3,24; 5,2; 6,4; 8,3-4; 11,5-6; Gál 2,20ss; Flp 2,8ss; etc.; L. Boff, Gracia y liberación del hombre. Madrid 19873; A. Ganoczy, De su plenitud todos hemos recibido. Barcelona 1991; J.I. González Faus, Proyecto hermano. Visión creyente del hombre. Santander 1987; L.F. Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia. Madrid 1993; W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica. Salamanca 1993; K. Rahner, La gracia como libertad. Breves aportaciones teológicas. Barcelona 1972; J.L. Ruiz de la Peña, El don de Dios. Santander 1991.
[2] Cf. Gén 6,8; 39,21; Éx 3,21; 11,3; 12,36; 33,12-13.16; etc.
[3] Rom 3,21-26; cf. 8,32; Gál 3,28; 2Cor 13,13; etc.;  cf. A.M. Buscemi, Lettera ai Galati. Commentario esegetico. Jerusalem 2004; S. Légasse, L’épître aux Romains. Paris 2002; E. Lohse, Der Brief an die Römer. Göttingen 2003; R. Penna, Carta a los Romanos. Estella (Navarra) 2013; U. Wilckens, La Carta a los romanos. I-II. Salamanca 2007.
[4] 2Cor 5,17; cf. Gál 6,15: «Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura».
[5] Cf. Rom 5,5.19; 6,1-11; 8,14-17; Gál 4,5-6; etc.

Libros. San Francisco

Francisco de Asís
Una luz puesta en lo alto


                                                                 Antonio López Baeza

           
El Autor plantea su ensayo sobre San Francisco desde el testimonio de su vida, vida que es «luz del mundo», según el mandato de Jesús (Mt 5,13-14). Y al testimonio une la vena poética demostrada en sus innumerables ensayos publicados como expresión de sus profundas experiencias creyentes y de su ministerio sacerdotal. Por tanto, se aleja de la erudición que da lugar el pensamiento franciscano.  Precisamente por eso es un ensayo que ilumina a todo el que quiera adentrarse en la vida de Francisco de Asís, sea desde la espiritualidad, desde los estudios de sus escritos y desde los pensadores que procuran adaptar sus experiencias a la vida actual del Cristianismo.
            El libro comprende ocho capítulos en los que se exponen los aspectos fundamentales de la vida de Francisco: Evangelio como norma de vida, Profetismo, Pobreza, Fraternidad, Paz, Iglesia, María, y un capítulo introductorio y otro conclusivo sobre la identidad de Francisco como una vida poética, mística, plena de amor, en definitiva, creyente en Dios según el seguimiento de Jesús, pobre y crucificado.
            Subrayemos tres aspectos del estilo de vida sanfranciscano, como le gusta escribir al Autor. La pobreza es la que mantiene en pie a la Iglesia de Cristo, donde encuentra su dignidad al saberse amada por Dios quien le capacita para encauzar su salvación a todos los pueblos; pobreza es liberación del egoísmo de los ricos que los capacita para compartir con los necesitados; pobreza es humildad, es decir, kénosis, dejar de ser uno para que Dios inunde con su amor nuestra vida; pobreza es responsabilidad en el trabajo como medio de subsistencia; y pobreza es vivir con los pobres.
           
La paz empieza en la conversión del corazón violento e interesado. Y la paz se une a la pobreza, porque esta libera de toda defensa necesaria para salvaguardar lo que tenemos. La paz junto con la pobreza evita levantar muros o barreras, aunque sea en el mar, como el Mediterráneo, para que nadie entre a formar parte de nuestra cómoda y feliz arcadia europea. La paz evangélica pertenece a todo el mundo, cuando este mundo reconoce la radical igualdad de la dignidad humana y de las culturas que la forma y protege. Paz, para el sanfranciscanismo, es el respeto por las religiones como cauce de encuentro con Dios. Con una sensibilidad creyente exquisita y, a la vez, rigor histórico, se expone el encuentro de San Francisco con el sultán Al-Kamil. Ambos convencidos de cortar el derramamiento de sangre que originaba la guerra entre cristianos y musulmanes. Paz también con los pecadores, pobres, ladrones, etc. Paz entre el Podestá y el Obispo.
            La Fraternidad franciscana hunde sus raíces históricas en las relaciones que Jesús establece con los Doce. Francisco abre la fraternidad a toda la creación: todos formamos una familia. La predicación a los pájaros, los episodios de las tórtolas, el lobo de Gubbio. López Baeza entiende el símbolo según el Pseudo Dionisio Areopagita, que recoge la escuela franciscana para objetivar la experiencia de Francisco sobre la creación. Las cosas, las personas no remiten a Dios; contienen a Dios, como también explica San Buenaventura: la realidad es vestigio, imagen y semejanza divina. Defiende el sano laicismo de Francisco, no encerrado en el fuerte clericalismo medieval; laicismo que relativiza toda estructura temporal, todo poder legal y toda seguridad de pensamiento (134). Define la identidad de Francisco en estos versos: «Nada nuevo trajiste, Francisco, a este mundo,/ que en él ya no estuviera. / Solo supiste ver que, en los senderos / ocultos de la tierra, / podía encontrar el hombre la alegría /  más humana y perfecta, / ¡solo con aceptar que, lo divino, / florece en la Pobreza! (137)
                                              

                                               Desclée de Brouwer, Bilbao0 2015, 214 pp., 15 x 21 cm.