lunes, 11 de mayo de 2015

Santos y Beatos:11-18 de mayo

                          11 de mayo


               Ignacio de Láconi (1701‑ 1781)

San Ignacio nace en Láconi (Cerdeña. Italia) el 17 de noviembre de 1701, hijo de Matías Peis Cadello y Ana María Sanna Casu. A los 18 años cae enfermo y promete a Dios, si se cura, ingresar en los Franciscanos Capuchinos, promesa que cumple el 3 de noviembre de 1721 en el convento de Cágliari. El 10 de noviembre de 1721 toma el hábito en el convento de San Benito. Después vive en las fraternidades de Iglesias, Sulcis y Cágliari, en el convento de Buoncammino, donde se ocupa del telar y de pedir limosna. Aquí reside durante 40 años. Muestra su humildad, simplicidad, bondad y caridad entre los pobres y los pescadores, convirtiéndose en un icono creyente y franciscano en esta población. Queda ciego en 1779 y fallece en Cágliari el 11 de mayo de 1781. El papa Pío XII lo canoniza el 21 de octubre de 1951.

                  Común de Santos Varones

Oración. Oh Dios, que has llevado a San Ignacio de Láconi a la meta de la santidad por el camino de la sencillez evangélica y el amor a los hermanos, concédenos imitar su vida y ejemplo con obras de caridad al servicio de los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.


                   12 de mayo       
                                          

          Leopoldo Mandic de Castelnovo (1866-1942)

              Adeodato Juan Mandic Zarevic nace el 12 de mayo de 1866 en Herceg Novi (antes Castelnuovo.Montenegro) en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Sus padres se llaman Pedro Mandic y Carlota Zarevic. Ingresa a los 16 años en el seminario de Údine de los Capuchinos de la Provincia de Venecia. Recibe el nombre de Leopoldo de Castelnuovo, profesa en 1885 y se ordena de sacerdote el 20 de septiembre de 1890 en Venecia. Reside en Bassano del Grappa, Capodistria, Thiene (Vicenza), Nolla (durante la Primera Guerra Mundial), Fiume y Padua, donde ejerce el ministerio de la confesión hasta su muerte, acaecida el 30 de julio de 1942. Por sus enfermedades no puede realizar su sueño de contribuir a intensificar la relación entre las Iglesias de Oriente y Occidente. Entregado por entero a la vida de oración y penitencia, encuentra en el ministerio del Sacramento de la Penitencia su servicio a Dios y a la Orden. Defiende la familia y, sobre todo, a los niños enfermos y huérfanos. Como franciscano, vive y fomenta la devoción a la Virgen María. El papa Pablo VI lo beatifica el 2 de mayo de 1976 y Juan Pablo II lo canoniza el 16 de octubre de 1983.

Común de Pastores o Santos Varones

Oración. Oh Dios, caridad verdadera y suma unidad, que has adornado al presbítero San Leopoldo con la virtud de una insigne misericordia para con los pecadores y lo has colmado de celo por la unidad de los cristianos, concédenos por su intercesión que también nosotros, con el corazón y el espíritu renovados, extendamos a todos tu caridad y busquemos llenos de confianza la unidad de los creyentes. Por nuestro Señor Jesucristo.
                                                                                                                                                                                          

                                                          13 de mayo


     Pedro Regalado (1390-1456)
          
San Pedro Regalado nace en Valladolid (España) el año 1390 e ingresa en la Orden Franciscana en el año 1403 en el convento de San Francisco, situado muy cerca de su casa. Acompaña a Fr. Pedro Villacreces en la fundación del convento de La Salceda en Tendilla (Guadalajara) y participa en la implantación de la estricta observancia en los Franciscanos Reformados de la Península Ibérica. Después llegan a La Aguilera (Burgos), donde San Pedro se entrega a remediar las necesidades de los pobres y cuidar a los enfermos, por los que sentía una especial predilección. Es ordenado sacerdote a la edad de 22 años. En 1415 viaja con el P. Villacreces a El Abrojo (Valladolid), lugar en el que implanta la reforma franciscana. Fallecido el P. Villacreces (año 1422 en Peñafiel [Valladolid]), se responsabiliza de dicha reforma de la estricta observancia dirigiendo las fraternidades que la formaban. Muere en La Aguilera el 30 de marzo del año 1456. El papa Benedicto XIV lo canoniza en 1746. Es patrono de Valladolid y de los toreros.

Común de Pastores o Santos Varones

Oración. Dios misericordioso, que concediste a tu siervo San Pedro Regalado los dones de la penitencia y la contemplación, concédenos, por su intercesión, el gozo de servirle en los pobres y contemplarte eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo.


                 16 de mayo


              Margarita de Cortona (1247-1297)

Santa Margarita de Cortona nace en Laviano (Umbría. Italia) en 1247. Huérfana de madre a los 6 años, convive desde los 16 años en Montepulciano con Guillermo de Pécora, marqués del Monte, con señorío sobre Valiano y Palazzi, del que tiene un hijo. Asesinado su amante en 1273 y no recibida en la casa paterna, sola y con un hijo de 6 años es acogida por los Franciscanos, con los que comienza una vida de conversión en el seno de la Orden Franciscana Seglar desde 1276. El P. Bevegnati es su guía espiritual. Con la experiencia del perdón de Dios se entrega a las obras de caridad y a la oración, que la dirige a Cristo Crucificado y a su corazón traspasado por la lanza. Por eso es considerada como la creadora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Fruto de su entrega a los pobres es la creación del hospital Santa María del Perdón de Cortona, en el que se atiende a las personas enfermas desamparadas. Actualmente lo llevan las Hermanas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús en Vidichiana y el hospital está dedicado a Santa Margarita. Muere en Cortona el 22 de febrero de 1297. El papa León X permite celebrar una fiesta en su honor. Urbano VIII extiende este permiso a la Orden Franciscana en 1623. Benedicto XIII la canoniza en 1728.


                       Común de Santas Mujeres

Oración. Señor de misericordia, que no deseas la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; concédenos, te rogamos, que, así como a Santa Margarita de Cortona la llamaste a la vida de tu gracia mientras vivía en pecado, nosotros, libres de toda culpa, podamos servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.

                                             
          
16.1 de mayo

                                               
Luis Orione (1872-1940)

            San Luis Orione, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Pontecurone (Piamonte. Italia) el 23 de junio de 1872; hijo de Vittorio Orione y Carolina Feltri. Ingresa en el convento franciscano de Voghera (Pavía), que abandona por motivos de salud. Después entra en el Oratorio de Valdocco, de la congregación salesiana, en el que conoce a San Juan Bosco en 1886. Estudia en el seminario de Tortona (1889) y se or-dena sacerdote el 13 de abril de 1895. Se entrega por entero a los niños marginados para ayudarles en sus estudios. Ayuda a las víctimas del terremoto de Reggio y Messina en 1908 y el de Marsica en 1915. Es Vicario General de la Diócesis de Messina. Funda los «Eremitas de la Divina Providencia» en 1899 y la Congregación de las «Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad» en 1915. Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) edifica escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y asistenciales. Crea los «Pequeños Cottolengos», situados en la periferia de las grandes ciudades como «nuevos púlpitos» desde los que habla de Cristo y de la Iglesia. Viaja en los años 1921 y 1934 a Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Funda en 1927 las «Hermanas Adoratrices Sacramentinas» no videntes y en 1931 levanta en Tortona el Santuario de Nuestra Señora de la Guardia como centro de toda su obra. Muere en San Remo (Imperia. Italia) el 12 de marzo de 1940. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 26 de octubre de 1980 y lo canoniza el 16 de mayo de 2004.

                                               Común de Pastores

           Oración. Oh Dios, que has concedido al sacerdote San Luis Orione
amar a Cristo, tu Hijo, en la persona de los pobres y formarlo en el corazón de los jóvenes; concédenos ejercitar como él las obras de misericordia, para hacer experimentar a los hermanos la ternura de tu Providencia y la maternidad de la Iglesia.  Por nuestro Señor Jesucristo.


                                                         
                      
17 de mayo

                                                    
Pascual Bailón (1540-1592)

            San Pascual nace en Torrehermosa (Zaragoza. España) el 16 de mayo del año 1540. A los 7 años se traslada a Alconchel de Ariza, ejerciendo el oficio de pastor. Más tarde se traslada a Monforte del Cid (Alicante). En la Ermita de la Aparición tiene una visión de Jesucristo en la Eucaristía. Ingresa en los Franciscanos de la Reforma Alcantarina en el convento de Nuestra Señora de Orito, en Orito, pedanía de Monforte del Cid. Recibe el hábito en 1564, en el convento de San José de Elche (Alicante). Se le encomienda el oficio de limosnero que desempeña en Elche, Novelda, Aspe, Játiva, Alicante. Además hace de portero, hortelano, cocinero y refitolero. La piedad eucarística y mariana la cultiva a lo largo de toda su vida religiosa. Muy sensible a la caridad fraterna, con los valores franciscanos de la humildad, sencillez y pobreza, cautiva al pueblo cristiano por su unión con Dios por medio de Cristo crucificado, presente en la Eucaristía, y su entrega a los hermanos. Fallece en Villarreal (Castellón. España) el 17 de mayo de 1592. El papa Pablo V lo declara beato el 29 de octubre del año 1618; Alejandro VIII lo canoniza el 16 octubre de 1690 y León XIII lo proclama patrono de los congresos eucarísticos el 26 de noviembre de 1897.


                                              Común de Santos Varones


Oración. Oh Dios que otorgaste a San Pascual Bailón un amor extraordinario a los misterios del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo, concédenos la gracia de alcanzar las divinas riquezas que él alcanzó en este sagrado banquete que preparas a tus hijos. Por nuestro Señor Jesucristo.

Las apariciones de Jesús. VII

                                                             LAS APARICIONES



                                                                       VII

                                               CONCLUSIÓN         



Dios habla poco después de manifestar un silencio escandaloso en la pasión y muerte de Jesús. Y habla recreando la vida de Jesús. Los cristianos comprenden la resurrección como un acto de Dios, como un acto del amor paterno divino. Con ello Dios revela la nueva dimensión a la que está destinada la historia humana, porque la resurrección de Jesús se confiesa como una primicia del destino global de la historia (Rom 8,22). Además, Dios aprueba la vida de Jesús como el contenido último de su voluntad salvífica para los hombres. Así invalida todas las anteriores relaciones y revelaciones que ha mantenido con Israel que no coincidan con las líneas de actuación y mensaje de Jesús.

Con unas doctrinas judías parcas sobre la resurrección, los escritores neotestamentarios intentan transmitir la experiencia de la resurrección que tienen los discípulos elegidos. No se centran ni en el hecho de la resurrección ni en relatar la identidad del Resucitado. Todo apunta a que la resurrección entra de lleno en la nueva dimensión de la realidad que Dios tiene destinada y preparada para sus criaturas y para la creación entera. Es una realidad ciertamente objetiva, pero está más allá de la realidad creada. Por tanto la capacidad humana está imposibilitada de identificarla y explicarla como cualquier acontecimiento histórico. No nos extrañe que los primeros incrédulos de este acto de Dios sean los primeros destinatarios del mensaje iluminador de la mañana del primer día de la semana.

El acceso a la resurrección se ofrece por medio de la experiencia creyente de los discípulos que los transforma radicalmente. Se ha descrito en el análisis de las apariciones a María Magdalena, a Pedro o a los Once y a Pablo. Las apariciones son encuentros reales con el Resucitado, que se les presenta e impone en su nueva dimensión divina, y que derivan en un recurso literario con el que los creyentes legitiman a algunos discípulos para formar las comunidades. Son, pues, actos fundacionales de la experiencia cristiana.

Los relatos de las apariciones están ciertamente interpretados; sin embargo difunden el hecho de la resurrección y del Resucitado como visto y oído. Él es capaz de mantener conversaciones con sus discípulos (Lc 24,13-32; Jn 20,15-17), les interpreta la Escritura (Lc 24, 25-27), pronuncia afirmaciones teológicas importantes como la relación entre ver y creer (Jn 20,29) o la fundamentación de su autoridad (Mt 28,18; Jn 20,21), por la cual mantiene la oferta de la misericordia divina a todos los hombres por medio del perdón de los pecados de los discípulos (Jn 20,23), instituye a Pedro como el primero entre los discípulos (Jn 21,15-17) y a éstos como los que deben extender el mensaje cristiano a todo el mundo con la señal del bautismo (Mt 28,19-20). En definitiva, la presencia del Resucitado permanece en la historia (Mt 28,20), no obstante esté él en la gloria del Padre.



Las apariciones fundan la misión, pero no describen la vida e identidad del Resucitado. Lo que está en juego en estas narraciones es el acto del poder amoroso de Dios sobre Jesús, del cual los discípulos son testigos y, transformados por su encuentro con él, reviven su vida y su mensaje desde la perspectiva resucitada. Con esto se abren al mundo nuevo que Dios ofrece a la creación. De aquí nace el pueblo de la nueva alianza, que será el ámbito natural donde se crea al Hijo de Dios, se experimente su Señorío y se le ofrezca a los judíos y a los gentiles, es decir, a la creación entera, que se convierte en el nuevo cuerpo del Resucitado (Rom 7,4; 12,5.27; Col 1,18.24; etc.).


Los Hechos de los Apóstoles

                                   Hechos de los Apóstoles y orígenes cristianos


                                                                            SENÉN VIDAL


MIGUEL ÁLVAREZ BARREDO
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum     

           
Si uno lee la primera parte del título casi automáticamente piensa en un comentario clásico a dicho libro, pero la segunda parte matiza ya el enfoque del autor. Se pretende ofrecer unos rasgos históricos, apoyados en conceptos teológicos, que encuentran su eco en el libro de los Hechos de los Apóstoles.
            En un primer momento el autor traza unas líneas, que orientan el conjunto de su obra. En el primer número delimita un ciclo de relatos sobre los helenistas, que corona con un apunte sobre la misión paulina. Con uno trato más bien sumario se contempla el nervio misionero que recorre el libro de los Hechos.
            En un segundo momento proporciona una serie de relatos, que, intercalados en los planes anteriores, ayudan a comprender la dinámica de la misión cristiana de los helenistas y otros agentes de la expansión del cristianismo. Completa esta primera óptica con  notas sobre los discursos y relatos de los milagros en esta obra lucana.
            Ya bien entrada la exposición temática,  S. Vidal se detiene sobre la estructura literaria de los Hechos, así como los principios literarios que lo configuran los relatos, a saber, su carácter historiográfico, recopilativo, ordenados, con aire de continuidad, con tientes escenográficos, etc.
           
Muy útiles para el lector resultan las consideraciones sobre el origen y la intención de los Hechos (págs. 69-76). En estas páginas se aprecia rápidamente los propósitos de este escrito del NT: el crecimiento de la gran iglesia, su carácter apologético eclesial y social del movimiento cristiano. En el modo de disponer Lucas las informaciones pretende eliminar prejuicios contra esta tendencia misionera, ya sea en el ámbito social del imperio romano, como en las tensiones internas en la difusión de la fe.
            Sugestivas y sumarias son las páginas dedicadas a los inicios del movimiento cristiano en Jerusalén, Palestina y Galilea (págs. 79-87).
            En la p. 87 el autor sumariamente trata el origen de los primeros grupos en Palestina, concretamente en Galilea, patentes en tradiciones  del ev. de Mc, que suponen la extensión del movimiento cristiano en este ámbito, lo mismo que sucede con el documento Q. Aquí encaja también el material de esta fuente. Interesante es también su hipótesis sobre los grupos joánicos en Judea, que, por otra parte, concuerda con ciertos enfoques  de la investigación sobre el ev. de Jn.
En la p. 95 el autor sostiene que el origen del cristianismo helenístico surgió en Damasco, ya que existía una comunidad fuera del núcleo de Palestina, y la persecución de la misma y de la colonia judía avala esta tesis. Según el autor Pablo no es el estratega de la misión al mundo gentil, sino que es anterior a su actividad. Este cuestión no la tocarán la cartas paulinas, pero si son útiles algunas informaciones de los Hechos y del ev. de Mc.
           
A partir del número 6 hasta el 9 la tónica dominante es la actividad misionera, donde el autor sopesa las estrategias ya sea hacia los gentiles como a Israel. En el número 9 facilita una semblanza de san Pablo según se desprende de los Hechos: personaje social respetable, figura religiosa venerable y garante el movimiento cristiano frente a las tergiversaciones heréticas y eclesiales de su tiempo.
            En la Conclusión, número 10, sintetiza sus puntos de vista.
            Es una obra que sopesa continuamente los aspectos sociológicos y religiosos del movimiento cristiano. No se trata de un comentario propiamente dicho, sino que destaca la novedad de dicho movimiento, sus características, la ruptura que supuso en el ámbito del mediterráneo, e impregnado de religiones populares.
            Pero tal enfoque no desdeña para nada la vertiente literaria de los Hechos, cotejada con gran precisión, aunque a veces un tanto sumaria.
           
De una manera ágil, pero sostenida por la bibliografía que maneja (ver. 173-175), el autor traza unas líneas para entender la irrupción del cristianismo en el mundo del primer siglo. El lector inmediatamente contempla los núcleos estructuradores a nivel religioso de la misión cristiana, sus dificultades, sus estrategias, y el aire fresco que aportó a la cultura y la sociedad, constantes que se convierten en referencias para la comunidad cristiana en el sucederse de los siglos.
            Una obra, pues, que contempla los orígenes del cristianismo, pero superando el iter reflejado en los Hechos, aunque a veces se hubieran sido útiles más datos, que, por otra parte, el autor ya ofrecido en publicaciones anteriores en esta dirección.
           
                                                                                        
                                             Sal Terrae, Santander 2015, 175 pp, 25 x 14 cms.            







La Ascensión

                                                                           La Ascensión (B)

                                              

            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16,15-20.

            En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: -Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
            El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
            Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

                                              
1.- El Señor. Jesús se presenta con la autoridad propia del Hijo de Dios, que ha cumplido la misión que el Padre le ha encomendado, y manda a los discípulos a proseguir la salvación que él ha iniciado en Galilea. La manifestación triunfante de la subida a la gloria del Padre y su autoridad, la ha alcanzado Jesús por medio de una vida sencilla y humilde que no duda en entregarla por amor para salvar a sus hermanos. Jesús ha sido fiel y obediente al Señor: ha rescatado del mal a todas las criaturas nacidas del corazón amoroso del Padre. Nos lo recuerda San Pablo en un himno muy querido por San Francisco: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (Flp 2,7-9).

2.- La comunidad. Jesús manda a los discípulos, es decir, a todos nosotros constituidos en comunidad, a continuar la labor salvadora que él ha realizado en su misión en Palestina. Y la raíz del mandato universal proviene de su experiencia del Padre, que es un Señor de todos los pueblos, que no sólo de Israel. Esto nos obliga a salir de sí: de nuestros parientes, amigos, vecinos, a no tener acepción de personas según la raza, la lengua y la nación. La Iglesia y nosotros, que la formamos, debemos centrarnos en las esperanzas que anidan todas las culturas, para darles motivos para vivir y vivir amando, y que el poder, junto a los intereses que lo avala, no sometan a los pueblos y los esclavicen. Nosotros, como comunidad eclesial, tenemos el sagrado deber de cumplir el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio con una dimensión crítica, denunciando todos los infiernos en los que se abrasan los pueblos, y, a la vez, con una dimensión formativa, para que vivan la esperanza de una salvación progresiva en nuestra historia y una salvación plena al final de nuestros días.

3.- El creyente. Jesús asciende a la gloria del Padre. Pero debemos ser conscientes que no vivimos solos; que no estamos solos en esta vida; que no caminamos a la intemperie sujetos a los vaivenes de los que pretenden manipularnos, gobernarnos y someternos a sus caprichos, poderes e intenciones. Podemos estar tristes y abatidos; podemos experimentar la alegría de vivir y el gozo interno de estar en paz; en uno y otro caso, siempre estamos acompañados. Nunca vivimos solos. El sufrimiento para que nos duela menos; la alegría para que sea más intensa y duradera. Jesús está en nuestro corazón; él ha poseído nuestra alma, por eso «somos templos del Espíritu Santo» y con nuestra vida damos culto a Dios. No; no estamos solos; Jesús nos acompaña siempre, porque nos quiere más que nosotros a nosotros mismos. Lo único que pide es que dejemos un hueco en nuestra vida. Que nuestro egoísmo no la ocupe toda. Algún resquicio debemos dejar abierto para que pueda entrar y modificar nuestras actitudes básicas y principios racionales: todos orientarlos hacia el bien.


La Ascensión de Jesús

                                                                       La Ascensión (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16,15-20.

            En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: -Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
            El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
            Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.


           
1.- Texto.  Jesús entra en la gloria del Padre y termina la misión de amor y amor salvador y misericordioso que le ha mandado el Padre (cf. Jn 1,14; 3,16). El Logos se encarna, el Hijo es enviado para que se recupere la dignidad de los hombres y el sentido de la creación que tuvo, como promesa y objetivo, al principio del tiempo.  Ahora le toca a los discípulos continuar con el «Alegre Mensaje», con la «Nueva Noticia». Y Jesús les manda a toda la creación (Mc 13, 10; 14,9). Israel ya no tiene la prioridad de la evangelización y la salvación. Ésta está ahora vinculada a los que crean en el mensaje de Jesús y a los que se bautices y ofrecida a todos los hombres. Las señales que acompañan la predicación de los discípulos es lo que sigue a su testimonio de vida y a su palabra: el mal retrocede, o se enquista ante el bien, la esclavitud cede ante la libertad y dignidad humana, la mentira es superada por la verdad. Y esto es el comienzo de un camino que seguimos andando hoy.

2.- Mensaje.   Jesús, antes de adentrarse en la gloria divina, manda a los discípulos que vayan a todas las culturas para proclamar la salvación universal, porque el Señor, que ha vivido y proclamado, es de todos. No es sólo de los judíos, o cristianos, o de los musulmanes, o de cualquier otra religión o credo. Dios es de  todos, y todos merecen conocerlo y salvarse. De ahí que la identidad de Jesús, la Persona divina del Logos encarnada, siempre la hayan comprendido los cristianos como el hombre universal. Pero no es el hombre universal diseñado en los libros o descrito en las ideologías, o definido en las teologías, sino es universal porque ha vivido lo que todos experimentamos como gozo y dolor, como amor y cruz. Y él lo convierte en amor crucificado, capaz de orientar la vida hacia los objetivos de su plenitud y felicidad. Por eso tiene la Iglesia el sagrado deber de hacer discípulos en todos los pueblos; de dar a conocer aquél que es la fuente de la felicidad y el gozo.

           
3.- Acción.  Los discípulos de Jesús debemos ser conscientes de que no estaremos solos en la misión de hacer presente el Reino que predicó e inició con su presencia en Galilea. Jesús nos acompañará todos los días de nuestra vida. Él con su Espíritu y el del Padre harán que veamos en la naturaleza creada el vestigio de su vida, porque «todas las cosas fueron creadas por él y para él» (Col 1,16). Jesús promete que «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Está presente especialmente cuando la comunidad cristiana escucha su Palabra (cf. Lc 24,32) y celebra la Eucaristía: «Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Mc 14,19-20). Y nunca los cristianos podemos olvidar donde vive especialmente Jesús, porque en ello nos va la salvación: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber,.....» (Mt 25,34-40).