Wolfhart Pannenberg
Wolfhart Pannenberg falleció el 5 de setiembre pasado. Nace el 2 de octubre
1928 en Stettin, Alemania ―ahora Szczecin, Polonia―. Perteneció a la Iglesia
Evangélica. Sus investigaciones se han centrado en la revelación como historia
desde los presupuestos hegelianos de la misma, pero condicionados su desarrollo
y evolución por la resurrección de Jesucristo. Ha sido profesor de Teología Sistemática
en la Kirchliche Hochschule Wuppertal (1958-1961), en la Facultad de Teología de la Universidad de Mainz (1961-1968), y desde
1969 hasta su jubilación en el año 1993 en la Universidad de Munich. Sus
publicaciones más relevantes traducidas al español son: Revelación como
historia; Una historia de la filosofía
desde la idea de Dios; El destino del hombre; Cuestiones fundamentales de
teología sistemática; Teoría de la ciencia y teología; La fe de los Apóstoles;
Teología Sistemática I-III.
Toda su obra ha sido recensionada en la revista Carthaginensia, órgano de
investigación del Instituto Teológico de Murcia OFM. Presentamos las últimas que ha escrito el
prof. Bernardo Pérez Andreo.
Théologie systématique III
La
tercera y última parte de esta obra de Pannenberg tiene su conclusión en la
edición francesa a cargo de Olivier Riaudel, bajo cuya dirección se ha
realizado la traducción y edición por parte de Édition du Cerf. Se trata del
capítulo dedicado a la Iglesia, conclusión de toda teología sistemática como
presentación de la doctrina cristiana. Es el volumen más extenso, casi mil
páginas, constituido por una reflexión sobre el Espíritu Santo en tanto que don
escatológico que mira al cumplimiento escatológico y la salvación de la
existencia cristiana, considerada esta como experiencia individual de salvación
y gracia, pero dentro de la vivencia eclesial. Como buen protestante, hace una
fusión entre la dimensión comunitaria y la individual de la fe, ambas
dimensiones constitutivas de lo que es el núcleo de la fe cristiana, en la
perspectiva protestante. La Iglesia y los sacramentos son presentados como
signos del cumplimiento de la salvación futura, pues el centro de esta
salvación es la participación personal de cada cristiano.
Lejos
queda la esperanza protestante en la extensión universal de una libertad
fundada en la fe, en un mundo marcado por el cristianismo. Este sueño fue de
corta duración y el despertar volvió a situar la fe en su base eclesial,
intentando, por supuesto, huir de la hierocracia romana y de las desviaciones que los protestantes denunciaron
en la eclesialidad católica. A esto se une el hecho doloroso de las divisiones
dentro de la Reforma y de la excesiva pluralidad que llevaba a una ruptura de
la comunión cristiana que no podía fundarse ni en la Escritura, ni en la fe en
Cristo, ni en la propia necesidad histórica. De ahí que el eje vertebrador de
esta obra de Pannenberg sea la cuestión de la realidad de la Iglesia, la
eclesiología, junto al de la verdad de la doctrina cristiana. En la cuestión
eclesial se juega su veracidad el cristianismo, así lo vio la Iglesia católica
en el Concilio Vaticano II y así lo han visto los protestantes tras muchas
rupturas. La Iglesia, las iglesias, están llamadas a dar testimonio del
Evangelio, este testimonio debe ser vivido en la Liturgia como expresión más
nítida de su ser íntimo. La Liturgia y el testimonio cristiano deben estar
orientados al Reino, como punto de llegada y meta final de todo el ser
cristiano en el mundo, en la historia.
Cuatro
densos capítulos componen el volumen. En su numeración continua de la obra son
los que van del XII al XV. El primero de ellos está destinado a la efusión del Espíritu, el Reino de Dios y la
Iglesia. Se trata de una triada inseparable si se quiere comprender
correctamente el ser cristiano. El cumplimiento de la economía divina de
salvación, desde las mismas relaciones trinitarias, se lleva a cabo por la
efusión del Espíritu en vida, obra, muerte y resurrección de Cristo. El
Espíritu constituye el Reino de Dios en la vida de Cristo, pero tras la muerte
y resurrección prolonga su acción en el grupo de los seguidores de Jesús, en la
Iglesia, encargada tras Pentecostés de llevar el Evangelio a todo el mundo. La
Iglesia es el comienzo, germen, del Reino de Dios como misterio de salvación en
Cristo de toda la humanidad. La Iglesia es la organización política en el
horizonte del Reino de Dios. Con su vida litúrgica, la Iglesia es, en medio de
este mundo, un signo y un envío al destino definitivo de los hombres hacia una
comunión reconciliada en el Reino de Dios. Por eso mismo, se hace necesario un
segundo capítulo dedicado a la comunidad
mesiánica y el individuo. Son 440 páginas dedicadas a establecer una
verdadera eclesiología protestante donde se muestran los elementos sustanciales
de la eclesialidad reformada: el individuo creyente como centro de la fe
eclesial, la Iglesia como comunidad de comunión de los creyentes, la acción del
Espíritu y sus efectos salvíficos, la fe, la esperanza y el amor y la gracia
como justificación de Dios, la presencia sacramental de Cristo en el bautismo y
la Eucaristía y el ministerio de dirección como signo e instrumento de la
unidad de la Iglesia.
La
forma que da Pannenberg a esta eclesiología reformada tiene muchos puntos de
contacto con las perspectivas eclesiológicas del Vaticano II y de las
experiencias ecuménicas impulsadas por Juan Pablo II y Francisco en nuestros
días. Se trata de repensar los elementos esenciales, sin quedarse en la
epidermis de la formulación histórica de la dogmática, sea católica o
protestante. Por ir a un ejemplo esclarecedor, merece la pena ver cómo
Pannenberg trata el tema de la pretensión católica de unidad entorno a Pedro.
Afirma el autor que no cabe discusión sobre si Roma fue, tras Jerusalén, la
portavoz de la cristiandad en general en un momento histórico, el problema
estribaría en el modo de describir la preeminencia del obispo de Roma en la
Iglesia católica, no el hecho en sí, inapelable. El problema está en pedir para
el obispo de Roma un ministerio infalible en lo doctrinal y un primado de
jurisdicción, en ningún caso en que el obispo de Roma pueda representar el
vínculo de unidad de todos los cristianos. En palabras de Pannenberg: “las
razones más profundas de la constitución de la primacía romana … deben ser
buscadas en la necesidad, expresada en el cristianismo primitivo en el modelo
petrino, de una autoridad normativa para toda la Iglesia y al servicio de su
unidad” (567).
Los
dos capítulos últimos están dedicados a la relación entre elección e historia, y al cumplimiento
de la creación en el Reino de Dios. Ambos capítulos no hacen sino poner
unos fuertes grilletes a la idea extendida tanto entre los católicos como entre
los protestantes de que la Iglesia es la realidad última y definitiva. Aunque
esto no se diga así, subyace en las propuestas eclesiológicas más extendidas
entre los fieles, sin embargo, nada de esto puede ser pensado y expresado
teológicamente si se tiene presente que la Iglesia es, en último término, una
realidad instrumental. Dios quiso salvar a la humanidad tomada como pueblo,
sociedad e historia y por eso hubo de optar por elegir un pueblo que fuera la
luz de los demás para consumar la presencia de Dios en medio del mundo. Esta
elección debe ser vivida como experiencia de la persona, de la comunidad y de
la misma sociedad, pero nunca como experiencia de un privilegio, sino de una
responsabilidad. Dios elige a un hombre, a un pueblo, para llevar a cabo su
obra de cumplimiento escatológico de toda la humanidad. Como la Encarnación, la
Elección es un medio para construir el Reino de Dios en la historia, llevando
ésta a su cumplimiento por la acción del Espíritu entre los hombres. El final
del camino de Dios no conduce ni más allá ni fuera de la creación o el mundo;
conduce directamente a la reconciliación del mundo y a su cumplimiento escatológico,
hacia la realización del deseo mismo de la creación, hecha por Dios para llegar
a Él. El amor divino es “el fundamento eterno para la salida de la inmanencia
de la vida divina como Trinidad en la economía de salvación y para la inclusión
de las criaturas, gracias a esta mediación, en la unidad de la vida trinitaria.
Diferenciación y unidad de la inmanencia y de la Trinidad económica forman la
pulsación del corazón del amor divino y, de una sola pulsación, este amor
engloba el mundo entero de las criaturas” (838). Acaba así la obra de
Pannenberg, volviendo al punto de partida, el amor de Dios, que se expande
dentro de sí como vida intratrinitaria, pero que sale de sí extendiendo esa
vida como creación. Esta creación es el lugar de expresión de su amor en la
efusión de su Espíritu, en la vida entregada del Hijo y en la comunidad de los
hombres que viven por y para Cristo y el Espíritu, la Iglesia. Esta comunidad
vive como germen del Reino y como expresión del cumplimiento definitivo de ese
amor trinitario que se encuentra expandido en el mundo. Mundus reconciliatus est Ecclesia.
Traduit sous la direction de Olivier Riaudel et Rémi Chéno,
Édition du Cerf, Paris 2013, 947 pp, 13,5 x 21,5 cm .