Las palabras de Jesús en la cruz
I
Existe en los Evangelios un grupo de frases que Jesús
pronuncia en la cruz para edificación del pueblo cristiano. Ellas representan
la riqueza espiritual que dimana de su sacrificio y que los creyentes recuerdan
para situaciones de dolor y sufrimiento, situaciones que viven como personas y
como comunidades no admitidas en el mundo religioso judío y pagano. Son siete
frases: una en Marcos y Mateo (15,34; 27,45), tres en Lucas (23,34.43.46) y
otras tantas en Juan (19,26.28.30). Las frases tienen dos tendencias: las que
tratan de evocar la conciencia de Jesús en estos momentos y mostrar su último
objetivo y las que dirige a su madre y al discípulo predilecto, al compañero de
crucifixión y al Padre por los que le han condenado.
«A media tarde Jesús gritó
con voz potente: Eloi eloi lema sabaktani (que significa: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,45). La
frase pertenece al Salmo 22,2. Este Salmo ha sido citado en la pasión; se
emplea en la repartición de los vestidos por los soldados una vez crucificado
(Sal 22,7, cf. Mc 15,24par) y en las injurias de los sacerdotes y letrados (Sal
22,9, cf. Mc 15,32par).
La frase de Jesús
manifiesta una situación personal que venimos observando a partir de Getsemaní:
el abandono de Dios. No solicita Jesús a Dios el porqué le están
sucediendo estos hechos, sino expone la queja del justo por su alejamiento y
falta de ayuda en la última etapa de su vida, cuando ésta ha descrito una
fidelidad sin límites resumida en las tres tentaciones (Lc 4,4.8.10; Mt
4,4.6.10). El mismo Salmo afirma sin rodeos: «Fuiste tú quien me extrajo del
vientre, me tenías confiado a los pechos de mi madre; desde el seno me
arrojaron a ti, desde el vientre materno tú eres mi Dios» (22,10-11), además
del v.9 puesto en boca de sus acusadores: «Acudió al Señor, que lo ponga a
salvo, que lo libre si tanto lo quiere».
Pero el verso del Salmo
puesto en boca de Jesús reproduce el lamento del justo de no verse liberado de
la muerte. Ella le separa de su familia, de su pueblo, de su templo en cuanto
presencia de Dios en la historia. El clamor de Jesús revela que habiendo sido fiel
al Padre a lo largo de su vida, siente que éste le deja apartado en el camino
sin dar la más mínima señal de ayuda y socorro. Porque sus discípulos huyen o
duermen (Mc 14,37.40par), Judas le traiciona (Mc 14,10-11par), Pedro le niega (Mc
14,66-72par) y, ante esto, Jesús pierde la autoridad y el magisterio; los
prebostes religiosos de su pueblo le juzgan, se ríen de su causa y le entregan
a los romanos (Mc 14,55-64par) y, con ello, desaparece su identidad judía;
Pilato lo tortura, y quita su forma humana (Mc 15,15-20par); y lo ejecuta como
enemigo del Imperio arrebatándole la vida. La comunidad cristiana lee con
acierto estos acontecimientos identificándolo como el siervo de Isaías: «...
sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo [...] se rebajó a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp
2,7-8); y la carta a los Hebreos le da el sentido: «... padeció la muerte para
bien de todos» (2,9).
La reacción de Jesús ante
los sufrimientos que padece no sigue la entrega personal que muestran muchos
mártires, que ofrecen su vida por Dios y por los mejores ideales humanos. Ni
siquiera expresa el dominio de sí del estoicismo griego, que simboliza la
imagen de un Dios apático y sin sintonía con la historia. Más bien, aunque de una
forma distinta, continúa la experiencia personal de la agonía de Getsemaní, en
la que Marcos describe su angustia con esta queja al que puede sacarlo y
liberarlo del abismo del dolor y la muerte (cf. 2Cor 5,21; Fil 2,8; Heb
4,14-16). Si esto es verdad, también lo es que tanto el Evangelista como los
lectores ya saben el final. Es decir, se cita el verso del Salmo de súplica,
porque la salida a esta situación de angustia es un futuro en el que Dios ayuda
y asiste al justo. De hecho, las tres predicciones de la pasión afirman a la
vez la resurrección (Mc 8,31par; 9,31par; 10,34par). La queja se ciñe a un
momento en el tiempo y a un espacio concreto del camino del encuentro
definitivo con Dios. No es una actitud permanente. De ahí que no enseñe el
verso un estado de desesperación de Jesús por el que pierde toda referencia a
Dios y se aleja por completo de toda posibilidad de salvación. Esto supondría
la rotura definitiva con Dios: la pérdida de la esperanza, que arrastra a la fe
y al amor. La frase, al incluir el «Dios mío», indica que Jesús
permanece en la relación de toda criatura con su Creador, de Jesús con Dios,
aunque no en el nivel que él ha experimentado en su vida: la relación filial
con el Padre.