LA REVELACIÓN DE DIOS EN SU HIJO JESÚS
Instituto Teológico
OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
Introducción
En
unos tiempos como los que hoy corren de fragmentación y desintegración, en los
que las modas ideológicas se suceden a un ritmo vertiginoso y los modos de ser
y de pensar están sometidos a un constante cambio, ya sea el económico, cultural,
científico o social, los creyentes, lejos de culpabilizar permanentemente a
nuestra sociedad y su cultura hemos de acercarnos a ella y ser conscientes de
en qué mundo vivimos para así poder diseñar un programo apto de acción
evangelizadora.
Hoy la teología de la fe cristiana, tiene que
enfrentarse con la cuestión del significado y de la exigencia de “ser cristiano
hoy”. Se impone la cuestión fundamental de saber dar razón de nuestra fe y para
ello la forma de hacer teología también ha de ser distinta.
Por esta razón, en un momento como
el actual en el que todavía “resuenan” los cincuenta años de recepción del
Concilio vaticano II, me parecía adecuado, incluso necesario, para un mejor
desarrollo y compresión de nuestra disciplina, profundizar en la obra de Juan
Alfaro SJ (1914-1993), cuya novedad consiste en la nueva orientación de fondo
que, tras los trabajos conciliares,
imprime a su reflexión teológica desde una comprensión de lo que es el
hombre tal como nos lo aportan las ciencias humanas y la filosofía
contemporánea, la cual debe recuperar su función de búsqueda de la verdad y de
respuesta a las preguntas últimas.
Los escritos de Alfaro se caracterizan por
una notable unidad de fondo y, sobre todo, de planteamientos que tienen una
relación directa con lo que él considera que debe ser el quehacer teológico. Nos referimos a aquella preocupación por hacer
inteligible el problema central de la teología: la presencia del Absoluto en el
mundo, en la historia, en el hombre. Dicho con una formulación más técnica, es
el problema de la relación-conjunción de la trascendencia de la gracia con su
real inmanencia. Este es el horizonte de comprensión que marca sus reflexiones
teológicas y que se apoya en dos puntos principales: uno, antropológico, su
concepto de hombre como criatura intelectual abierta a la trascendencia y otro
más estrictamente teológico, el misterio de Cristo, sintetizado en la categoría
bíblica de encarnación.
La noción de criatura intelectual expresa el anhelo incontenible de infinitud
que experimenta el hombre como un ser inacabado, permanentemente insatisfecho
en sus necesidades más íntimas. Esta constitución del hombre como ser-abierto
lanzado hacia la consecución de una plenitud añorada como culminación de sus
aspiraciones es la estructura puesta por Dios mismo para autocomunicarse al
hombre en la gracia y en la revelación. De este modo, el hombre está abierto al
don de Dios y que la presencia de este en el hombre estaría en continuidad con
la experiencia que tiene de sí mismo como ser indefinido.
Hablamos de giro metodológico porque cuando
Alfaro aborda sistemáticamente el problema y el método de la ciencia teológica,
ya ha recorrido un largo camino haciendo teología. No dice lo que se entiende
por ella de un modo puramente académico y apriorístico porque para él no se trata tanto de elaborar una definición
impecable del concepto de teología sino más bien, de hacer teología; en realidad no se sabe lo que es propiamente
teología hasta que no se hace -dirá él-.
La teología consiste en el continuo esfuerzo
de la fe por comprenderse a sí misma. Su contacto con los estudios bíblicos caracterizará
el primado de la Escritura (método genético-progresivo),
lo cual le lleva a reconocer el primado de Cristo en la comprensión,
elaboración y sistematización de los distintos temas teológicos. De hecho, el
Concilio Vaticano II en el Decreto sobre la formación sacerdotal “Optatam totius” pone de relieve la
importancia de la Sagrada Escritura en la enseñanza de la teología sistemática
de modo que el punto de partida en la reflexión teológica no debe ser el dato
dogmático, ni la tesis teológica (método regresivo), sino la palabra de Dios en
la riqueza de su contenido total. Tal método no tenía en cuenta que los dogmas
y las tesis teológicas representan el resultado de una elaboración posterior,
llevada a cabo dentro de categorías y esquemas mentales extrabíblicos. Al
pretender buscar los dogmas por los textos bíblicos se hacía inconscientemente
una reducción del dato bíblico al dogmático. No se tenía presente que las
fórmulas dogmáticas o las tesis teológicas suponen una posterior trasposición
del dato bíblico al pensamiento occidental, dominado por la filosofía griega,
sobre todo por el aristotelismo.
El método genético-progresivo supone que la
reflexión teológica parte del dato revelado y trata de descubrir la creciente penetración del mismo por la fe
de la Iglesia a lo largo de los siglos, con especial atención a la expresión de
esta fe en las fórmulas dogmáticas, interpretadas dentro de su contexto
histórico, para intentar finalmente la comprensión de la revelación cristiana
dentro del pensamiento y del lenguaje de nuestros días.
Para ello, la función de la teología como
“intellectus fidei” exige entrar en el campo filosófico: el intento de llegar
hasta el fin (hasta donde sea posible) en la comprensión de la revelación
divina implica necesariamente una reflexión humana hasta lo último, es decir,
una filosofía. Y esto es, precisamente, lo que hace Alfaro, quien en su
acercamiento a los pensadores y problemas de la modernidad, se dio cuenta de
las dificultades que experimentan los hombres de nuestro tiempo para dar el
salto a la trascendencia y, consecuentemente, las dificultades que tiene la
Iglesia (y la teología) para predicar y hacer creíble el mensaje evangélico.
La aportación que, en este sentido, realiza
Alfaro a la teología fundamental como disciplina que está llamada a dar razón
de nuestra fe, es de gran relevancia, puesto que su objetivo es hacer
especialmente teología para el hombre secularizado y para llegar con el mensaje
de la fe al hombre secular hay que profundizar antes en la comprensión que este
hombre tiene de sí mismo. Por eso, se acerca a la trascendencia desde la sed de
infinitud que experimenta el hombre y
apoya su reflexión en la paradoja en la que este consiste, mediante un análisis
antropológico de carácter trascendental: el hombre es autotrascendencia que no
puede realizarse en la finitud o, dicho de otro modo, es existencia abierta y,
sin embargo, asentada en la inmanencia.
Alfaro, entonces, desde una intención
claramente apologética- pastoral, dentro de las exigencias del método
científico genético-progresivo, intenta hacer comprensible la autocomunicación
de Dios en la gracia y en la revelación desde una trasposición de las
categorías antropológicas griegas a otras más afines al pensamiento filosófico
moderno. Categorías que responden a la dimensión constitutiva de todo hombre y,
además, del hombre Jesús.