La familia y el respeto
Francisco Henares
Voy a poner hoy dos ejemplos de mujer del Islam. Dos
distintos: uno visto por mí en Cartagena; otro, más aireado por la prensa y TV
de este verano. El que yo vi es un retrato sin letra, silencioso, que a mí me
hacía meditar sobre la cultura árabe. Salían de comprar en una gran superficie
tres mujeres de una misma familia. La abuela iba vestida totalmente a la
antigua usanza, hasta la cabeza, al estilo de las antiguas monjas, y no llevaba
bolsa alguna en las manos. La hija, joven de unos 40 años escasos, ya era mitad
y mitad en su vestir. Iba de mora por la vida, y sin el velo siquiera, pero sí
con el caftán y las babuchas. Portaba una bolsa de comida en la mano. La nieta,
iba con un chándal, como si se dirigiera a un polideportivo a jugar un partido.
Y llevaba las dos manos ocupadas por sendas bolsas de ese supermercado. Era la
más cargada, por supuesto. Tendría 13-14 años. Y yo me quedaba pensando:
fíjate; las mujeres españolas de una familia de hoy darían este retrato: la
abuela y la madre cargadas, y la nena libre de manos, no sea que se nos canse
la niña y se duela. Ya sé que soy un poco duro, sí, pero no me digan que no es
más lógico que se cargue una adolescente con bolsas, que no la abuela. Para
eso, están los huesos jóvenes, caray. He ahí una foto, por tanto, de la que
sacar lecciones positivas. En buena parte, nos daban una lección de jerarquía
familiar a los occidentales. Un ejemplo a seguir. A las abuelas hay que
venerarlas, aunque sean todavía jóvenes, como tantas que vemos hoy en día.
La otra foto proviene de
Francia, nuestro país vecino, ejemplo durante siglos de la igualdad, libertad,
fraternidad y tolerancia, como siempre se ha dicho. Pues bien, hace sólo unas
semanas, una madre islámica, embarazada, perdió su bebé porque un grupo de skinhs
la atacaron por la calle a palos, en el barrio parisino de Argenteuil. ¿Qué
pecado había cometido la pobre? Ninguno. No tuvo tiempo ni de defenderse de
tales bárbaros Pero para ellos estaba marcada por una triple culpa, es decir,
era mujer, encima era musulmana, y encima iba con velo en la cabeza. ¡Ya ves
que tres culpas más desangeladas a estas alturas de la vida! Y eso ocurre en un
estado en el que viven cuatro millones de musulmanes, nada menos. Debemos estar
locos los seres humanos, para ser tan bestias. Sólo algunas bestias (animales,
digo) atacan a las crías de otras madres. En todo caso para comer, dada la
necesidad de la selva. Lo peor de esta islamofobia es que no ve nunca nada que
le sea ejemplar para su propia cultura. Y eso que no hay ninguna cultura que
pueda creerse superior. Si lo es en algunas cosas, luego, muestra sus peores
colmillos en otros mil casos. Ciertamente, la parte solidaria del Islam casi no
llama la atención en Occidente. Su entraña religiosa (que la tiene y muy honda)
sólo vale para que se hable del Ramadán del verano, acusando a todos de
retrógrados y bichos raros.
Este verano, en los mercadillos
de la playa, en el pueblo en que estamos nosotros, y en donde vive un grupo de
familias de Senegal, una de las bellas madres, negras y bellas con sus vestidos
de colores, le decía a mi mujer que ellas eran coránicas y cumplían las leyes
del Corán, a mucha honra, pero que nosotros los cristianos cada uno hacía casi
lo que le daba la gana con su religión. Fijémonos en que lo que vamos tratando
ahora no trata sólo de religión, sino de culturas distintas y solidaridad,
cosas que podrían complementarse unas a otras, si se escucharan, o se admiraran
en parte y fueran críticas en otra, como está mandado. Todo con el fin de
convivir, como ocurre dentro de las mejores familias, entre padres, hijos y
sobrinos. Las culturas –durante muchos siglos- casi no han servido para otra
cosa que para zurrarse la badana, pero poco para admirarse y ayudarse. Según el
Observatorio francés contra la islamofobia, este racismo de ahora se ceba
contra las mujeres que practican esta religión. Otra vez es la mujer la pagana.
Se les olvida a estos skinhs y castas turgentes que hacer mártires es la peor
forma de borrar del mapa a contrarios. Al revés, se reafirman, porque para ser
malo, urge ser inteligente; para cumplir con las creencias hay que ser
fuerte; y para ser solidario hay que abrir bien los ojos a este mundo.