DOMINGO XII (B)
Lectura del santo Evangelio según
San Marcos 4,35-40.
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
—Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo
llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un
fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole:
—Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y
dijo al lago: —¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. El les
dijo: —¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: —¿Pero,
quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
1.- Texto. El relato narra el peligro de que la barca zozobre y se hunda ante la
tempestad, y con ella, sus ocupantes. Aquí Jesús no manifiesta su gloria como se dice en el relato
anterior cuando aparece andando sobre el agua (Mc 6,47-50), sino que los salva, y según
un esquema que evoca la historia de Jonás (Jon 1,1-16). Jesús ordena a los discípulos atravesar el lago,
pues el suceso siguiente tiene lugar en territorio pagano de la Decápolis. Es
de noche y unas barcas los acompañan. Se forma una tempestad. El peligro se
agrava cuando la barca se anega de agua. A la tensa situación de los discípulos
se contrapone la serenidad y seguridad de Jesús, que duerme ajeno a las circunstancias,
como Jonás (Jon 1,5). Los discípulos reaccionan de mala manera ante la
indiferencia de Jesús. Marcos prepara muy bien la situación para que se dé el
acto milagroso, ya que es impensable que Jesús duerma en tales circunstancias.
El «maestro», como le invocan, en vez de rezar al Señor como sucede en el
episodio de Jonás, afronta personalmente la situación. Jesús manda al viento
con palabras parecidas a las que emplea para conminar al demonio que posee a un
habitante de Cafarnaún: «Cállate y sal de él» (Mc 1,25).

2.- Mensaje. El mar embravecido por la potencia del viento
recuerda las fuerzas del caos y del mal, pero ante las cuales muchas veces se
interpone el Señor, y en este caso Jesús con el poder divino, como profeta que
es de Él. Gritar «cállate», no es una expresión para que enmudezca el mar y se
pare el viento, es un increpación y
un anatema al maligno, que remueve a la creación contra las criaturas de Dios,
pues Jesús increpa a alguien, a un ser «vivo», que no a la naturaleza inerte. Jesús
despeja los peligros que acechan a su Iglesia. Pero avisa: «¿Por qué sois tan
cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40). Fe con relación a su poder, aunque
manifiestan su confianza cuando le despiertan para que les saque del peligro de
morir ahogados. La falta de fe mira más a la adhesión y comunión que la Iglesia
debe mantener con Jesús, tanto en sus éxitos como en sus riesgos, como el que
han pasado (cf. Mc 8,32-33).

3.- Acción. Debemos siempre mantener nuestra confianza en
Jesús en los peligros que de una forma continua nos acechan, aunque en
apariencia esté ausente su «Señor» en las relaciones cotidianas de la vida. Muchas
veces sentimos la impotencia ante tanta adversidad, y ello nos debe llevar
hundir nuestras raíces en Dios, donde la oración es el agua que las nutre,
porque hace posible recibir la savia divina. La oración la realizamos según se
describe en la petición que los discípulos hacen a Jesús en la barca: ir hacia
él para despertarle; pedir que nos salve y mostrar nuestra debilidad ante la
adversidad. Estos movimientos abocan en un reconocimiento de la identidad
filial de Jesús, cuya potencia de amor hace que nos libre de tanto mal en
nombre del Señor, como rezamos en el Padrenuestro.