PENSAR
DESDE EL FRANCISCANISMO
Por Manuel
Lázaro Pulido
Pensar siempre es una aventura, un camino, un
recorrido abierto, en el sentido de que algunas veces contamos
con rumbo fijo, otras veces simplemente nos adentramos a dar pasos. En todo
caso siempre tenemos que dar un paso hacia delante, y no pocas veces hemos de
mirar bien el paisaje, para ubicarnos. Pensar, reflexionar, pararse, pensar en
cuanto pensar lo pensado, en cuanto emocionar lo pensado, en cuanto pensar la
emoción, en cuanto actividad de segundo orden de una primera inteligencia que
nos lleva a buscar lógicas de supervivencia (lógicas del instinto más básico y
vital)…, en fin, pensar construyendo cultura, no solo es una actividad humana
sino que es la actividad que nos hace humanos. Y pensar en este segundo nivel
en cuanto homo sapiens sapiens
(hombres-animales que pensamos lo que pensamos) es un lugar de encuentro con
nuestro carácter total de imagen de Dios. Porque lo que nos ha sido dado en
cuanto hombres se hace humano, es decir significación, sentido e imagen.
Si esto es así, si pensar es un camino de nuestro
ser, de lo que somos, hacia Dios en cuanto imagen… pensar y no solo razonar,
forma parte de nuestra identidad humana y en ello cristiana (pues no existe un
cristianismo que no sea profundamente humano). La fe del cristiano no es la fe
de los teólogos, pero es teo-lógica, porque es humana: la del hombre dotado por
Dios y para Dios (teo-) con la capacidad esencial de pensar lo que piensa (y
eso es -lógica en cuanto logos).
Por eso, porque la fe cristiana es teológica,
porque pensar (no solo ser racional) es una actividad que impregna y constituye
el ser humano, porque forma parte de su camino, porque lo simboliza y significa
como imagen, porque lo eleva a Cristo (imagen perfecta, teología perfecta)… por
eso pensar es una actividad franciscana. El Sol, la Luna, las estrellas, el
viento, el agua y el fuego, así como los hombres (que perdonan, que sufren y
aman, los pacíficos conocen la Muerte… todos ellos son dignos de loa porque hay
alguien que ha pensado que es así y pensando en el pensamiento de su existencia
fraternal, y porque piensa franciscanamente da gracias a Dios y le dice:
“Altísimo, omnipotente, buen Seños, tuyas son las alabanzas, la gloria y el
honor y toda su bendición” (Cánt. 1).
Y es que no solo se piensa la razón (que es
entendimiento), sino que se piensa la voluntad (que tienen su pensamiento no
racional propio) y pensamos el amor, que no racionaliza necesariamente
(entendimiento), ni entiende en su dinámica múltiple y libérrima (voluntad),
sino que se piensa dándose, alimentando la actividad humana y retroalimentando
el pensamiento que piensa del hombre.
Pensar es una actividad humana y es franciscana. El
pensar lo que somos y lo que hacemos da lugar a diversas estrategias básicas y
a su expresión cultural (en cuanto racional, comunitaria, religiosa…) el
franciscanismo es una óptica de enfoque de esta actividad que parte del hombre
mismo, pues como hemos dicho es esencial al hombre el pensar y pensar es iluminar el recorrido de lo que
somos, pues pensar no deja de ser contemplación, actividad, ser-en-el mundo: en
nuestras inquietudes diarias.
Desde este rincón permitirme pensar con vosotros
franciscanamente, no como san Francisco (que santo como él hay solo uno), ni
como un franciscano (que doctores tiene la Iglesia y maestros la Orden
franciscana) sino como un filósofo que ha bebido de sus fuentes y su tradición
para –con libertad franciscana– intentar pensar lo que pienso como hombre (como
hijo, como hermano, como imagen) que vive en el mundo de hoy.