Trinidad, unidad de los hombres. Monoteísmo cristiano contra la
violencia
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL
Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum. Roma
Durante el quinquenio 2009-2014, la Comisión Teológica
internacional se propuso realizar un estudio sobre algunos aspectos del
discurso cristiano sobre Dios, de manera que el texto presente fue sometido al
presidente de la misma el 6 de diciembre de 2013, quien autorizó su
publicación. La ocasión que dio lugar a esta reflexión de la Comisión es la
teoría muy extendida según la cual existe una relación necesaria entre la
confesión del monoteísmo y la violencia y guerras de religión. Por ello, la
Comisión se propuso ver la forma en que la teología católica puede confrontarse
críticamente con la opinión cultural y política que establece una relación
intrínseca entre monoteísmo y violencia. Tras eso, se plantea cómo puede ser
reconocida la fe en el único Dios como principio y fuente del amor entre los
hombres. Dos, por tanto, son las tareas, una negativa y otra positiva. Sin
embargo, no pretende la Comisión hacer una presentación apologética de la fe,
sino, antes bien, establecer unos puntos esenciales para poder abordar una
temática actual que está dificultando la verdadera comprensión de la fe.
Cinco capítulos vertebran la obra. El primero de ellos
se abre con el intento de clarificación del tema del monoteísmo en la acepción
que recibe en algunas orientaciones de la filosofía política actual. De ahí que
sea necesario precisar la noción de monoteísmo, pues resulta excesivamente
genérica cuando se aplica a las tres religiones que confiesan la unicidad de
Dios. Esta ambigüedad viene derivada de la simplificación cultural que reduce
la posibilidad de elección a la alternativa entre monoteísmo violento, sí o sí,
y politeísmo supuestamente tolerante. El texto, por el contrario, expone la
relación entre la revelación de Dios y el humanismo no violento. La auténtica
confesión trinitaria y la apertura cristológica, no dejan lugar a dudas sobre
el fondo no violento del cristianismo.
En el capítulo segundo se explora el horizonte bíblico,
de modo que salgan a la luz los textos más complicados a la hora de comprender
la relación del Dios bíblico con la violencia. De este modo, se pretende
presentar un esbozo que organice antropológicamente y cristológicamente los
desarrollos de la interpretación del tema. Así, se pasa al capítulo tercero,
donde se profundiza en el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús,
como clave de la reconciliación entre los hombres. La oikonomia es esencial en la determinación de la theologia. La revelación inscrita en el
acontecimiento de Jesucristo, gracias a la cual resulta digna de estima para
todos la manifestación del amor de Dios, permite neutralizar la justificación
religiosa de la violencia desde la verdad cristológica y trinitaria de Dios.
El capítulo cuarto se ocupa de las reflexiones
filosóficas y sus implicaciones en el pensamiento sobre Dios. Se abordan en
primer lugar los puntos de discusión con el ateísmo moderno, que desemboca
ampliamente en las tesis de un naturalismo antropológico. Al final se propone
una especie de meditación filosófico-teológica sobre la integración entre la
revelación de la íntima disposición relacional de Dios y la concepción
tradicional de su absoluta simplicidad, lo que permite acceder al último
capítulo, donde se asumen de nuevo los elementos específicamente cristianos que
definen el compromiso del testimonio eclesial a favor de la conciliación de los
hombres con Dios y entre sí. La revelación cristiana purifica la religión,
desde el mismo momento en el que le devuelve su significado fundamental para la
experiencia del sentido.
Este texto de la Comisión Teología internacional resulta
necesario, claro y clarificador. Es necesario porque la respuesta a una teoría
tan extendida debe venir de un ámbito amplio, pero sin llegar a confundirlo con
el Magisterio, aunque sea el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe quien lo firme. La teoría de que el monoteísmo es violento esencialmente,
frente al politeísmo posmoderno que sería la mejor forma de asegurar la paz
tiene muchos años. Ya Hume identificó la violencia de las religiones con una
supuesta raíz intolerante basada en posiciones metafísicas absolutas, de ahí
que propugnara un control civil para que exista una multitud de religiones, por
tanto dioses, limitadas en sus atribuciones. Rousseau, por su parte, fue más
lejos, y propuso directamente la sustitución de las religiones positivas por
una religión civil controlada por el gobernante. Estas ideas vienen, por tanto,
desde que se inicia el proceso secularizador y pretender poner sus bases en la
cultura romana imperial, donde se deba una supuesta libertad de culto a una
pluralidad de dioses que garantizaría la paz del Imperio.
Hoy es moneda común esta posición y casi es una
enseñanza escolar. El mantra se repite sin cesar, hasta el punto de ser
imposible ir más allá de esto. Por eso, el texto era necesario, pero también
era necesario que fuera claro, sin discursos enrevesados, ni farragosas explicaciones.
Directo y conciso, dando en el núcleo del problema, que no es otro que el
naturalismo reduccionista que se ha impuesto desde las ciencias, especialmente
desde la biología en los últimos años. Así, el texto resulta también
clarificador. Se señala el problema y se identifica la solución: nuestro Dios
no es un Dios de violencia, sino de amor y compromiso. Jesús, muerto y
resucitado, es la prueba evidente que la propuesta cristiana es por la paz y la
reconciliación. No hay ninguna otra religión que proponga un Dios hecho hombre
que muere por los hombres para lograr la reconciliación de la humanidad. Este
es el carácter distintivo del Dios cristiano, y para pensarlo hubo que acuñar
nuevas categorías como Trinidad, Encarnación y Kénosis. Son estas nuevas categorías
las que nos permiten diferenciar al Dios cristiano de los dioses paganos que
necesitan sacrificios humanos y la sumisión de los hombres. Nuestro Dios se
sacrifica a sí mismo para que los hombres abandonemos esas prácticas
ancestrales que identifican la muerte y el crimen con lo sagrado. Lo sagrado,
en el cristianismo, es la persona, el hombre concreto, amado por Dios hasta el
extremo de dar la vida por él.